Uy, uy, uy...

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Carmen entró en el portal con las piernas hechas un flan. No era del tipo de chicas que se
ilusionaban con la idea de conocer a los padres de su pareja. Aún recordaba muy bien cuando el padre
de su primer novio le dijo en una comida familiar que seguro que la había elegido de entre todas las
demás por su par de tetas. No. No le gustaban las familias políticas. Tenía miedo y le lloriqueó a Borja
apelando a la posibilidad de fingir una enfermedad ficticia, como las que Lola utilizaba para
escaquearse del trabajo, pero él la dirigió hacia el ascensor sin prestarle atención a su rabieta y su
intentona de huída.
Borja abrió la casa y a Carmen le olió a comida casera. Se relajó y sonriendo pasó
tímidamente.
- Ya estamos aquí. – bramó Borja.
Tras unos segundos de angustia salió a su encuentro una mujer menuda, morena, que aún retenía parte
de la gracia que habría tenido de joven. No parecía tan mayor como Carmen la imaginaba. Tenía unos
ojos amarillos muy vivos, como los de Borja y la boquita igual de pequeña. Sonrió al verla, pero le
hizo un escáner visual completo que la hizo sentir incómoda.
- Mamá, esta es Carmen.
- Hola Carmen, soy Puri. Encantada.
Se dieron dos besos y se quedaron calladas, mirándose.

Lola se encendió un cigarrillo tirada en el suelo.
- Alcánzame la agenda, por favor.
Sergio le pasó la agenda de lomo rojo y se la dejó sobre el vientre.
Ella la abrió y contó mentalmente. Ya era la cuarta vez aquella semana que llamaba a Sergio
para un revolcón… tenía que bajar el ritmo. La cerró y lo miró. Sergio estaba apoyado en la ventana,
abrochándose el cinturón con un cigarrillo encendido en la comisura del labio. Algo le reverberó en la
boca del estómago.
- ¿Hoy también tienes cosas que hacer, verdad? – preguntó él molesto.
- Sí.
- Ya. Soy algo así como tu puto, ¿no? ¿No jugamos a eso?
Lola sonrió, con cara de bendita, olvidando las mariposas en el estómago.
- Venga, Sergio, no te pongas histérico, que no te pega nada. Tú eres otro tipo de tíos, no de los
que juzgan este tipo de situaciones de una manera tan sórdida.
- Sí, ya. Me voy. Llámame si quieres volver a follar.
Sergio se colocó la camiseta y cerró de un portazo que a Lola le sonó a música celestial. Sonrió y se
sopló las uñas pensando: “Buen trabajo”.
Nerea miraba el plato de comida con miedo. ¿Dónde irían a parar aquellos espaguetis? ¿A la barriga?
¿A los muslos? ¿A la lorza naciente de su riñonada?
- Dani… – le dijo con cariño.
- Dime.
- ¿Estoy gorda?
Daniel se apartó el vaso de los labios y la miró fijamente antes de contestar.
¿Estás de broma?
- No. ¿Estoy gorda? – insistió.
- Cariño, estás buenísima. Eres la mujer más…
- No, ahora no necesito adulaciones, quiero la verdad.
- Nerea, estás genial.
Nerea apartó el plato y contuvo las ganas de llorar, pero no pudo evitar una lágrima que le resbaló por
la cara hasta llegar al mantel, dejando una motita redonda. Dani no había apartado los ojos de ella.
- ¿Pero qué te pasa? – y al preguntarlo parecía irritado.
- Me ha salido una lorza.
- ¡¿Qué dices?!
- Estoy reventona.
- Estás tonta, eso es lo que estás. – sonrió un poco, para quitarle importancia. – Cena, haz el
favor.
- Es que… no tengo hambre. Como sin hambre. La verdad es que… – miró el plato y el de
Daniel. – Me da un poco de angustia. Huele demasiado a tomate.
Él la miró como si estuviera loca. Dejó los cubiertos ceremoniosamente sobre la mesa y le dijo muy
serio:
- Nerea, tienes que ir al médico. Ya me estás preocupando.
Nerea sintió que le faltaba el aire. Dejó la servilleta sobre la mesa y pidiéndole disculpas a Daniel le
dijo:
- Me tengo que ir. Por favor, necesito que dejes que me vaya porque… tengo que hacer una
cosa.
No le dio oportunidad de contestar y recogió atropelladamente todas sus cosas. Salió a la calle y
respiró hondo. Daniel se levantó, llamando al camarero. A Nerea no le apetecía hablar sobre lo que le
estaba pasando. A Nerea, la verdad, no le apetecía ver a Daniel, ni hablar con Daniel. Se giró y
parando un taxi desapareció.
Llamó al timbre dubitativa y contesté en cuestión de segundos.
- ¿Sí?
- Val… soy Nerea.
Le abrí asustada. No era normal en ella presentarse sin avisar y muchos menos a esas horas. Miré a
Víctor desde allí. Estaba tumbado en la cama, despeinado y ligero de ropa.
- ¿Quién es?
- Vístete. Es Nerea.
Víctor se levantó con una mueca y se puso los pantalones. Dudé que le abrocharan con todo eso ahí
rebosando vitalidad. Después alcanzó la camiseta y se la colocó.
Lo dejé atándose los cordones de las Converse y volví hacia la puerta, abriéndola. Nerea llegó
ahogándose; debía haber subido los escalones de tres en tres.
- ¿Qué ha pasado? – dije preocupada.
- No, no, es sólo que…
Me quedé mirándola jadear, sorprendida.Nerea, ¿estás bien?
- Val… no sé qué me pasa. Estoy gorda, tengo ganas de llorar, me falta el aire…
Entró y se quedó mirando a Víctor, que se estaba peinando con las manos. Después miró de reojo la
cama revuelta.
- Perdona, debería haber llamado…
- No te preocupes. – dijo él. – Yo me voy y os dejo mejor que habléis solas…
Eran cosas de chicas. La situación le venía grande.
- No, no, por favor, no te vayas, me voy a sentir peor.
- Nerea, siéntate. ¿Quieres tomar algo? – La conduje hasta dentro y la dejé frente al sillón.
Se sentó mirando al infinito. Víctor pasó por mi lado y me susurró que esperaría fuera. Cuando la
puerta se cerró Nerea despertó de la ensoñación.
- ¿Qué te pasa? –le dije con cariño, arrodillándome delante de ella.
- No lo sé. He engordado unos kilos y no estoy bien. Me siento muy rara.
- Pero Nerea, esos kilos ¿los has aumentado de verdad o está todo aquí? – señalé la cabeza.
- No, no, no me cabe el pantalón.
- Yo te veo completamente igual. No es para hacerte sentir mejor, es que te veo tan estupenda
como siempre.
- Lola me dijo que tenía una lorza encima de la cinturilla del vaquero.
- Lola disfruta siendo así de borde, parece que no la conozcas. A mí el otro día me dijo que tenía
pinta de bailarina de striptease retirada.
- No… no es lo mismo. Esto es verdad.
- Bueno, Nerea, aunque hubieras engordado dos kilos, ¿qué problema hay?
- No lo sé. Hay algo que… que no va bien.
La miré interrogante.
- ¿Con Daniel?
Se encogió de hombros.
- ¿En tu trabajo?
- Todo eso me da igual.
Se quedó callada, mirando al suelo y no supe qué decir. Yo la conocía bien y sabía que no estaba
enamorada de Daniel. Era fácil verlo. Sin embargo, lo que había que pararse a meditar es si ella podría
enamorarse locamente alguna vez de alguien. Nerea era demasiado cuadriculada. Ella buscaba a un
hombre muy concreto que encajara en la vida que ella quería tener, pero no buscaba el amor. No
suponía ningún problema siempre que ella se sintiera llena. Bueno, yo no terminaba de comprender
cómo podía compartir su vida con alguien al que no quisiera, pero yo no era quién tenía que vivir su
vida. A decir verdad, es probable que ella le quisiera; cada persona quiere como sabe y puede. Cada
persona quiere como le da la gana.
Y su trabajo… pues más de lo mismo. Se matriculó sin pasión en empresariales porque su
madre dedujo que allí encontraría un buen marido que le ahorrara tener que trabajar. No es que me
parezca mal, cada uno hace lo que quiere con su vida y ordena sus prioridades según su criterio. Sin
embargo, Nerea no encajaba en ese esquema y tenía demasiadas ganas de moverse aún por el mundo
laboral. Lo que ya no sabía es si aquel era el trabajo que la haría feliz.Pero, ¿quién era yo para decirle nada?
Al fin Nerea suspiró y saliendo de su mutismo fingió una sonrisa comedida. Por mucho que
su madre la aleccionara para que nunca nadie supiera cuándo estaba mal, nos conocíamos desde hacía
casi quince años. Sus sonrisitas me tenían de vuelta y media. Chasqueé la boca tratando de que se
quitase la coraza, al menos un rato más. Pero se levantó y dijo:
- Voy a casa a dormir. Necesito descansar.
Esperé que dijese algo más, pero había vuelto a cerrarse en banda, así que le contesté de manera
cariñosa que se levantara tarde y durmiera mucho. Ella sonrió.
- Mañana es viernes y trabajo.
- Perdona, no sé en qué día vivo. Y en realidad, creo que yo también debería levantarme pronto
y ponerme a echar currículums.
- Tú ya tienes trabajo. Eres escritora. – dijo sonriente.
- Soy una escritora que no sé si va a llegar a fin de mes.
- Perdona por aparecer aquí sin previo aviso.
- Qué protocolaria eres, leñe. – me reí.
- ¿Víctor pasa aquí mucho tiempo?
- Unos días aquí, otros allá. – Sonreí.
- Valeria… ¿lo tienes claro?
Me quedé mirando a Nerea algo confusa y después negué con la cabeza, hablando lo suficientemente
bajo para que mis confesiones no llegaran a oídos de Víctor.
- No. No lo tengo nada claro. A veces pienso que estoy como a los quince años. Creo que lo sé
todo y en realidad no sé absolutamente nada.
- ¿No has visto a Adrián?
- Aún no he visto a Adrián, pero porque creo que no estoy preparada para verlo. Ninguno de los
dos está preparado aún.
- Tarde o temprano vas a tener que formalizar la situación.
- ¿Nos vemos mañana para cenar y charlamos? – propuse cambiando de tema. – Aquí, por favor,
que no quiero gastarme pasta.
- Sí, me apetece mucho. Traeré algo.
- No hace falta.
Nos dimos un beso. Víctor y ella se cruzaron en el quicio de la puerta y se despidieron con un beso
educado en la mejilla. Nerea desapareció escaleras abajo y Víctor se acercó a mí.
- ¿Nerea está embarazada?
- ¿Cómo? – dije estupefacta. – ¿Qué dices?
- Nerea está embarazada. – ya no preguntaba, sólo afirmaba.
- ¿Y tú cómo lo sabes?
Sonrió con suficiencia.
- Porque lo lleva escrito en la cara. Está embarazada. Anda, dame un beso, que mañana
madrugo.
Estaba alucinada.
- ¡No puedes decirme eso e irte!Se echó a reír.
- Sí puedo. Mañana tengo que trabajar.
- Quédate a dormir. – supliqué tirando de su brazo izquierdo hacia mí.
- No, no tengo ropa aquí.
- No te veo desnudo ahora mismo.
- ¡Eso es lo que tú quieres! ¡Verme desnudo! – me dio una palmada en el culo y siguió
hablando. – Si me presento mañana en el estudio en vaqueros y zapatillas mi padre me mandará a
casa a cambiarme y prefiero no pasar por eso. Dame un beso de buenas noches.
Me acerqué y nos besamos. Nos besamos un poco demasiado.
- ¿Y qué es del tema que estábamos tratando antes de que llegara Nerea?
- Creo que podremos abordarlo en otra reunión. – susurró provocador.
Me besó otra vez y cogiendo sus cosas fue hacia la puerta. Me acaricié los labios mientras se alejaba.
- Víctor. – le dije antes de que cerrara la puerta.
- Dime.
- ¿Dijiste en serio lo de Nerea?
Se puso serio.
- Totalmente. Y tengo buen ojo.
Me mordí los labios, haciendo de ellos un nudo. ¿Cabía la posibilidad? Me di cuenta de que Víctor
esperaba en la puerta.
- Buenas noches. – le dije con una sonrisa.
- Buenas noches, cariño.
La puerta se cerró.
¿Nerea embarazada?
¿Cariño?
¡¡¿Pero qué narices le estaba pasado al mundo?!!

Valeria en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora