Mi mamá me mima o... ¿me mima mi mujer?

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Borja y Carmen entraron en casa de los padres de él esperando encontrarlos allí y darle la noticia de su
boda. Sabían que su padre se alegraría, pero para ella sería un shock, así que preferían hacerlo con
mimo y con unos canutillos de crema pastelera de por medio. Era verdad que sólo llevaban unos
meses saliendo juntos, pero lo tenían muy claro. Cuánto más lo pensaban, más acertado les parecía.
Bueno, el tema de casarse o no a Carmen la traía sin cuidado, pero ya puestos, pues mira, vale, le daba
una alegría a su madre.
Dejaron los dulces en la cocina mientras se daban cuenta de que estaban solos.
- ¿Dónde estarán?
- Tu madre jugándose todos los duros al bingo seguro. – dijo Carmen.
Borja la miró con desaprobación pero no pudo más que lanzar una risita disimulada.
- ¿Crees que será suficiente con los dulces?
- Al menos nos aseguraremos de que no le de un bajón de azúcar. – le contestó él con un guiño.
- Tengo hambre. – confesó Carmen echándole un vistazo a la bandeja.
- Toma.
Sacó uno de los dulces y se lo dio. Después volvió a colocar el resto en la bandeja como si nunca
hubiera habido allí ninguno más.
- Apañado. – dijo.
Al girarse se encontró a Carmen mirando por la ventana de la cocina, entregada al placer de comerse
el canutillo de crema. Primero le dio la risa y después, ladeando un poco la cabeza, se dio cuenta de
que le gustaba la escena un poco más de lo confesable.
- Joder, qué morritos pones, ¿no? – bromeó.
- ¿Celoso?
- Sí. – asintió.
Carmen se ventiló el dulce en un momento y sin prestarle atención a Borja se fue hacia el baño a
lavarse las manos. Desde allí escuchó cómo Borja hablaba por teléfono con su madre. Unos pasos en
el pasillo le precedieron y él apareció metiéndose el teléfono en el bolsillo.
- Están en casa de unos amigos. Dice que dentro de un rato vienen.
- ¿Crees que les preocupa que nos quedemos solos? Podemos hacer cosas impúdicas en su
ausencia. – contestó Carmen con malicia.
- No dudes que mi madre estará sufriendo, pensando qué dirán las vecinas si nos han visto entrar
sabiendo que ella no está.
- Seguro que creen que estamos entregados al fornicio y que hacemos un montón de cosas
cochinas que no están hechas para procrear.
- ¿Cómo qué?
- Como mamadas. – contestó ella entre carcajadas malévolas.
- Si sigues hablando así me vas a terminar de poner tonto.
- ¿Ya he empezado a ponerte tonto?
- Hace ya rato. – Borja metió las manos en los bolsillos del pantalón y se quedó mirando a
Carmen.
Uhm…No habían pasado ni tres segundos cuando Borja y Carmen entraron enredados, morreándose
desesperadamente, en la habitación de él.
Cayeron encima de la cama medio vestidos, medio desnudos y medio enredados. Carmen le pidió
insistentemente que buscara un preservativo y él enarcando las cejas le dijo que no tenía.
- ¿Cómo que no tienes?
- ¡Los tengo en tu casa, que es dónde los necesito! – le contestó él.
- ¿No tienes ninguno aquí?
- No. Aquí no los uso. Si mi madre se los encuentra le da un patatús.
- ¿Y en el coche? – dijo Carmen obviando el patatús materno.
- ¿Me vas a hacer bajar al coche?
- Si no ya me dirás qué hacemos.
- Ay Carmen… – se quejó amorosamente él, besándole el cuello. – ¿Qué más dará una vez?
- ¿Qué más dará una jauría de niños que nos llamen papá y mamá? – arqueó las cejas.
- Que no, que no, que controlo…
- De eso nada.
Borja se dedicó a mordisquear un rato suavemente el cuello, los hombros y los lóbulos de las orejas de
Carmen, sabiendo que poco podía resistirse ella a eso, sobre todo mientras se frotaban desnudos sobre
una cama. Al final ella lanzó un gritito de impaciencia y le pidió un calendario.
- Carmen, cariño, ¿un calendario?
- ¡Sí! ¡Un calendario! – exclamó ella con la mano entre las piernas de Borja.
- ¿Para qué?
- Método Ojino. – le dijo crípticamente.
Después de unos minutos Carmen le dio a Borja luz verde y se pusieron manos a la obra. Él se puso
encima y ella abrió las piernas y las enredó a su cuerpo. La primera embestida la hizo gemir y el resto
la catapultaron a un estado de semiinconsciencia en el que sólo se daba cuenta de estar apretándole el
trasero a Borja con los talones. Y lo estaban haciendo con tanta intensidad que los dos sabían que era
cuestión de minutos.
Los gemidos roncos y bajos de él le avisaron de que se iba y mientras ella se agarraba a la almohada,
él lo hizo al cabezal. Aquello le pareció tan sexy a Carmen que se corrió, quedándose como
desmayada sobre la colcha.
- Me voy… – gimió él.
- Oh dios… – jadeó ella recuperándose aún del orgasmo.
Una sensación cálida le avisó de que él también había terminado.
Y en ese momento, cuando aún seguía dentro de ella, la puerta se abrió y la querida señora Puri, madre
de Borja, se asomó. Después sólo lanzó un grito y se la escuchó clamar al cielo y a la Virgen María
antes de que la puerta se cerrara de golpe.
La solución final
Nerea estaba mirando a Lola reírse a carcajadas, sin inmutarse. Incluso yo, que había pretendido
aguantar la risa por respeto a Carmen, había tenido que resoplar un par de veces para disimular, como
si tosiera. Pero es que a Nerea no le hacía gracia. Ni la mínima. Estaba horrorizada.
- Puedes reírte, Nerea, no me voy a enfadar. – suspiró Carmen llenándose la copa de vino másde lo que dicta el protocolo.
- Es que no me hace falta reírme. Es horrible. No entiendo por qué a éstas dos – nos señaló a
golpe de melena – les parece tan gracioso.
- En el fondo sé que lo es. Y si no fuera porque era yo la que estaba desnuda sobre aquella
colcha, también me habría descojonado.
- Es horrible. – repitió Nerea. – Horroroso.
Lola se quejó del dolor de barriga y aspiró con fuerza, tratando de tranquilizarse y yo sonreí.
- ¿Y cómo terminó la cosa? – dije llenando mi copa también.
- Pues fatal. Perdí el sujetador y los gritos me alcanzaron en el rellano, donde tuve que ponerme
las bragas. Decía que se iba a morir de vergüenza y de pena. ¡De pena!
- De pena de que no le metan un rabo a ella también con más asiduidad. – sentenció con una
risita Lola.
- ¡Qué va! Dijo que no se lo esperaba de él. Que él jamás había sido así de sinvergüenza. ¡¡Que
ha perdido el pudor y que esas cosas son sucias!!
- ¿Eso lo dijo delante de ti? – levanté las cejas.
- No, me lo ha contado Borja esta mañana por teléfono. Seguro que le dijo que soy una mala
influencia. – añadió compungida.
- Y llamó al párroco del barrio para exorcizar la colcha. – se rio Lola otra vez.
- Tú ríete… – susurró Carmen antes de apurar su copa.
- ¿¡Pero por qué te afecta!? ¡Está loca!
- Estará todo lo loca que quieras, pero esa señora es mi suegra, la madre de mi futuro marido y
la futura abuela de mis hijos. ¿Te parece poco?
- Lo de decirle que os casáis casi que lo dejamos para otro día, ¿no? – bromeó Lola.
- Se lo dijo Borja después, en el fragor de la batalla. Yo ya… me desentiendo. – contestó ella
mesando su bonito pelo color caramelo.
- Oye… ¿y el padre de Borja?
- Pues lo primero que hizo fue darle una palmadita a Borja en la espalda, decirle que era un
machote y después arrearle una colleja y añadir que guardara el pito mientras viviera en su casa.
Lola y yo volvimos a carcajearnos y Carmen sonrió con cara de circunstancias.
- Ya lo sé. Es surrealista.
Alargué la mano y acaricié a Carmen en el brazo. Ella suspiró.
- Cambiemos de tema, por favor.
- Pues entonces creo que deberíamos preguntarle a Valeria si tiene algo que contarnos… –
susurró malignamente Lola.
La miré sorprendida.
- ¿Cómo?
- Me ha contado un pajarito que el otro día te fuiste a tomar un par de copas de vino con cierto
ex tuyo…
- ¡¿Con Adrián?! – gritó Nerea.
- ¿Y quién te ha dicho eso? – le dije directamente a Lola, obviando a Nerea.
- ¿Tú quién crees que me lo ha dicho?
¿Habláis mucho? – pregunté un poco molesta.
- ¿Celosa?
- Inquieta. No sabía que te callabas tantas cosas.
- ¡Venga, Valeria! ¿Querías que te contara cosas de él mientras estabas hecha un moco tirada en
la cama? ¡Por supuesto que hablamos!
- No me entero de nada. – dijo Carmen levantándose hacia la nevera dónde se enfriaba otra
botella de vino blanco.
Suspiré, me removí el pelo y dije en voz suficientemente alta como para que Carmen también me
oyera:
- Me encontré a Víctor el otro día, saliendo de El Corte Inglés del centro.
- ¡Dime que ibas divina de la muerte! – dijo Nerea dando palmaditas.
- Eso dice él. – contestó Lola robándole la botella a Carmen y abriéndola en un santiamén.
- ¿Eso dice él? – pregunté.
- Me dijo que se quedó alucinado. Que te vio tremendamente cambiada, para bien, puntualizó.
En realidad, como habló en mi idioma, dijo otras cosas que suenan peor pero que a mí me gustan
más.
- ¿Cómo qué?
- Cómo que se la pusiste de la consistencia del cemento armado sólo con oler tu pelo.
Le lancé una miradita de soslayo. Esta Lola…
- ¿Te pusiste retozona? – preguntó Carmen sentándose a mi lado.
- No. Me puse chulita. Chulita como me ponía a los diecisiete en una discoteca. Creo que…
El sonido del teléfono fijo me interrumpió y alcanzando el auricular desde el rincón donde estaba
sentada, contesté sin ceremonias:
- ¿Sí?
- Si algo eres es una mujer de palabra.
- ¿Cómo? – dije sin terminar de creerme que era él y que había comenzado la conversación de
aquella manera.
- Sí, eres una mujer de palabra. Dijiste que no volverías y no lo hiciste. – pulsé el manos libres y
todas comidieron una expresión de sorpresa. – Y dijiste que no me llamarías y no lo has hecho.
- Lo dices como si ser una mujer de palabra fuera algo de lo que tuviera que avergonzarme.
Lanzó una carcajada muy sensual y sin más rodeo preguntó:
- ¿Nos vemos?
- ¿Cuándo?
- Ahora. – contestó resuelto. – Ahora. Ya.
- No puedo.
Las tres se pusieron a hacer aspavientos, cada una por un motivo. Lola porque quería que me marchara
con él, Nerea porque quería que me quedara en casa y Carmen porque lo que quería es que conservara
la calma.
- ¿Tengo que pedir disponibilidad? – preguntó como si hiciera un mohín.
- Sí, a mi secretaria y al menos con veinticuatro horas de antelación.Te lo planteo de otra manera… quizá más lamentable por mi parte, pero no importa, me dejo
con el culo al aire y confieso que estoy en el coche, en la calle de detrás de tu casa, esperando a
que me digas que sí.
- No puedo.
- ¿O no quieres?
Lancé una carcajada y las tres me levantaron el pulgar en señal de consentimiento, como si se
hubieran puesto de acuerdo para hacerlo.
- Baja y nos fumamos un cigarrillo junto.
- Tú ya no fumas. – respondí.
- Si bajas sí lo haré.
- Entonces no debo bajar.
- Pues… si no bajas, volveré a fumar. Igual hasta me paso al crack.
Las miré a las tres indecisa, con una mueca. Lola me señaló la puerta, Carmen me pasó su brillo de
labios y Nerea negó con la cabeza con fuerza. Chasqueé la lengua fuertemente contra el paladar.
- Eres muy insistente.
- Lo sé. ¿Bajas?
- Pero sólo un rato. Me pillas a destiempo y…
- No te molestaré. Sólo… sólo baja. Deja que te vea otra vez. Aún no me puedo creer lo del otro
día.
- ¿Qué no te puedes creer?
- Joder, Valeria. – se echó a reír. – Después de verte apenas pude ni dormir.
Carmen y Nerea aplaudieron en “mudo” y Lola hizo un gesto soez con su mano derecha mientras
susurraba la palabra “pajillero”.
- Yo no me creo que estés ahí abajo, sentado dentro del coche como un acosador. Dame diez
minutos.
Mientras las chicas terminaban con todas mis reservas de vino, bajé por las escaleras con tranquilidad.
Nada de trotar por los descansillos hasta el último tramo, esperando que él no me notase los nervios.
Es que, simplemente, como no terminaba de entender qué hacía allí, necesitaba todo el tiempo que
pudiera repelar para pensar qué actitud iba a tomar con él.
Me había dado tiempo a arreglarme un mínimo, pero supongo que no estaba exultante, como
en nuestro último encuentro. Llevaba el pelo suelto con la raya en medio, una camiseta azul marino
con rayas marineras y escote en barca y unos vaqueros de campana, en plan retro. Como maquillaje
solamente un poco de colorete, eyeliner y rímel.
Lo encontré apoyado en la puerta, en el rellano. Iba vestido con unos vaqueros, una camiseta
blanca y un cárdigan gris. Por el amor de Dios. Salivo de acordarme. Tenía los brazos cruzados sobre
el pecho, pero cuando me vio, los dejó caer hacia los lados mientras se erguía.
- Hola. – dije.
- Hola.
Por el momento no dijimos nada. Él sonrió y a mí se me contagió la expresión. Saqué un arrugado
paquete de Lucky Strike del bolsillo de detrás de mi vaquero y me encendí un cigarrillo.
- ¿Tengo de tiempo hasta que se consuma? – preguntó señalando el cigarrillo.Sonreí.
- Estás muy guapa. – añadió.
- Gracias.
- Me lo pasé muy bien el otro día.
- Y yo.
Nos callamos y le di una calada al cigarrillo.
- ¿Me das un poco?
- ¿Quieres uno?
- No. Sólo una calada.
Le tendí la mano con el cigarro cogido entre el dedo índice y el corazón y pegándolos a sus labios,
fumó.
- Bueno, ¿qué te cuentas? – dije rompiendo el hielo.
- ¿Y tú?
- Poca cosa.
- ¿Te he pillado trabajando? – preguntó.
- No. Me he dado unos días más de vacaciones antes de ponerme con el nuevo proyecto.
- ¿La segunda parte de…?
- ¿Te gustaría que hubiera segunda parte?
- Me encantaría leer cómo me pones a caldo. – metió las manos en los bolsillos y dejó la
espalda contra la pared.
- ¿Y por qué tendría que ponerte a caldo?
- No sé. Es lo que siempre hacéis las mujeres cuando no funciona una historia. Ponernos a caldo
a nosotros. Seguro que añades algo de ficción y conviertes a mi personaje en un mujeriego al que
terminas por encontrar en la cama con dos rusas.
Levanté las cejas sorprendida.
- ¿Dos rusas? Eso suena a fantasía recurrente, muy pensada y manoseada…
Asintió.
- Dos rusas y tú. – dijo en voz muy baja. – Me la pelo pensando en eso todas las noches.
- ¿Ah, sí? Creía que lo de pelártela no te hacía falta. Pensé que fantasearías con ello con los ojos
cerrados mientras tu follaamiga, la decoradora, te la comía.
¡Toma!
- Buff… qué perversa. – y sus cejas dibujaron un arco precioso. – Dejemos el tema o terminaré
confesándote que sí me acuerdo de ti cuando no debo, pero sin rusas. ¿Entonces no habrá segunda
parte? ¿Nos vas a dejar a todos colgados?
- No estoy segura de que escribir sobre mí misma sea una buena idea. – ¡claro que iba a haber
segunda parte!
- ¿Te ha traído problemas?
- Alguno que otro.
- Estás un poco monosilábica, ¿no?
- Es que me has pillado por sorpresa. No te esperaba.Víctor sonrió con seguridad y entendí que estuviera seguro de sí mismo. Debía ser imposible que
alguien tan guapo y tan sexy no estuviera al día de lo que sus gestos provocaban en el género
contrario. Y no quiero pararme a enumerar todo lo que me estaba haciendo sentir en aquel momento.
Para mi sorpresa, alargó la mano y cogió mi muñeca. Miré sus dedos cerniéndose sobre mi
mano y me dejé llevar hasta él. Cuando me quise dar cuenta, estaba apoyada en su pecho. Una nube
del olor de su colonia se mezcló el humo del cigarrillo, que dejé caer al suelo en cuanto Víctor acercó
sus labios a los míos.
Supongo que pude haberlo evitado, pero no lo hice porque estaba muerta de ganas de que
estampara su boca mullida contra la mía con esa violencia con la que Víctor siempre besaba. Yo era
de la misma creencia que él: los besos hay que darlos como si no hubiera mañana, como si ese beso
que das fuera el último que se te permitiera. Los besos no son cualquier cosa y desde luego, aquel no
lo fue, porque estaba cargado de deseo.
Entreabrimos los labios a la vez, humedeciéndonos con la saliva del otro. Cogí a Víctor del
cuello y lo pegué a mí, mientras sus manos se agarraban a mi trasero. Su lengua se enrolló entorno a la
mía y gemí casi en silencio, como en un ronroneo.
Un carraspeo en el rellano nos hizo separarnos de golpe. La vecina del primero b, una cincuentona que
siempre iba de negro, nos miró comidiendo una sonrisa benévola y le dimos las buenas tardes. Cuando
la puerta se volvió a cerrar, Víctor me arrolló contra la pared contraria, levantándome a pulso, de
manera que mis piernas se abrazaran a su cintura.
Nos dimos un par de besos desesperados más antes de que Víctor suplicara, susurrando en mi oído,
que subiéramos a mi casa.
- No. – le dije bajando de nuevo al suelo en todos los sentido. – No puedo.
- Valeria…
Sonreí y le pasé los dedos sobre los labios, secándoselos.
- No puedo. No es una excusa. Ahora no puedo. Tengo que subir.
- Pero… – balbuceó mientras me alejaba.
Subí los tres primeros escalones, tiró de mi brazo y me besó otra vez. Los movimientos de su lengua
eran fuertes, desesperados y muy sexuales. Me resistí a dejarme llevar y volví a agarrarme al
pasamanos de la escalera.
Antes de que me terminara de subir el primer tramo, me pidió que le llamara.
- No lo haré. – dije sin mirarle.
- Pues entonces lo haré yo.
Cuando entré en casa, Lola y Carmen se habían terminado ya la botella de vino y Nerea seguía
bebiéndose su copa con sorbitos delicados. Las pillé de pleno hablando de mí.
- ¿Tú crees que debería fiarse? – preguntaba Carmen con el ceño algo fruncido.
- Hola. – dije.
- Hola. – Al unísono.
Las tres se quedaron mirando mis labios, enrojecidos. Carmen se rio por lo bajini, Nerea me reprendió
y Lola lanzó una carcajada.
Pero… ¿qué significaba aquello?

Valeria en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora