¡Una y no más, Santo Tomás!

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Lola mascaba chicle exageradamente, haciendo pompas gigantescas que amenazaban con acabar
estampadas en mi pelo. La miré de reojo y ella me sonrió mientras hinchaba otro globo.
- Lolita… no quiero ir esta noche a casa con un chicle pegado en el pelo y supongo que tú
tampoco querrás salir de aquí con un ojo morado.
- Qué poco sentido del humor. Los chicles son divertidos…
- Uy, yo me mondo y me troncho con los chicles.
- Y esta… ¿por qué no abre?
Nerea salió al portal pillándonos por sorpresa. La miramos de la cabeza a los pies. Y vaya sorpresa.
Llevaba un vestido… jamás me hubiera imaginado ver a Nerea con un vestido como aquel, como
sacado del fondo de armario de la abuela de Carmen. Ancho, a rayas y sin forma.
- Pero, ¿qué llevas puesto? ¿La carpa del circo de los horrores? – dijo Lola con su habitual tacto,
echándose a reír.
Ella pestañeó un par de veces y luego carraspeó.
- Si vas a estar así toda la noche subo, me meto en la cama y acabamos antes.
- No, no, pero es que… tú siempre vas tan chic… – traté de mediar.
Miré a Lola y moví la cabeza con desaprobación.
- Bueno chicas…
Empezamos a andar por la calle donde vivía Nerea y ella nos cogió de la cintura a las dos, colocándose
entre nosotras.
- Tengo que contaros una cosa y una de vosotras tiene que hacerme un favor.
- Tú dirás. – dije yo buscando mi paquete de tabaco en el bolso.
- A ver… sin saber muy bien cómo, me he quedado embarazada.
Lola y yo nos paramos de golpe y la miramos. Ella sonrió plácidamente y nos obligó a seguir
caminando.
- ¿Cómo que sin saber cómo? A ver, te refresco la mente, tenías un rabo dentro.
Miré a Lola con desespero esperando que en una situación así se moderara un poco; Nerea ni siquiera
le contestó.
- La cuestión es que el viernes que viene tengo cita para la interrupción y… me preguntaba si
alguna podría acompañarme.
Lola se puso amarilla y se calló. Me extrañó no escuchar ninguna broma sobre aquello.
- Yo lo haré, antes de que Lola caiga desmayada en mitad de la calle.
- Perdona, Nerea, pero la sola perspectiva me revuelve el estómago. Esos sitios me ponen la piel
de gallina. No pienso pisar uno jamás.
Qué raro se me hizo ver a Lola tan seria.
- No te preocupes, Lola, yo le acompaño. – dije sin estar muy segura de que esa experiencia no
fuera a perseguirme a mí por las noches.
- Te lo agradezco. – Lola se encendió un cigarrillo mirando hacia otra parte.
Pero no me lo pude callar y pregunté:
- ¿Te lo has pensado bien? Es una cosa muy seria.
- Sí, lo he pensado bien. – contestó Nerea concisa.No tienes que precipitarte en algo tan importante como esto, Ne.
- No me precipito. Es lo que quiero hacer.
- Hay otras opciones… – insistí.
- ¿Y a ti qué más te da? – me preguntó de malas maneras.
- Me da, porque eres una de mis mejores amigas, te quiero y no quiero que te arrepientas de esto
y lo recuerdes de por vida. Estoy harta de escuchar cómo se frivoliza con el asunto. No estoy en
contra de interrumpirlo, estoy en contra de hacerlo sin pensarlo.
Nerea se me quedó mirando con el ceño fruncido y después miró a Lola.
- A mí es que me da asco la sangre. – sentenció ella.
- Lo he pensado. No quiero tenerlo y quiero acabar con esto cuanto antes. Ha sido un accidente.
No es mi culpa que fallara mi anticonceptivo. Yo no soy una adolescente irresponsable.
- Pues por eso. No lo eres. Piénsalo bien.
Nerea puso mala cara y Lola la reprendió:
- No pongas cara de lechuza con resaca. Te ha dicho que te acompaña. Ya la conoces. Puede no
estar de acuerdo, pero es un puto oso amoroso con arcoíris en las entrañas.
- Si no, voy sola y andando. – dijo Nerea de mala gana.
- Oye, pero, ¿por qué no vas con Daniel?
Esta vez la que se paró fue ella. Nos miró y sonriendo tímidamente nos dijo que él no sabía nada.
- ¿Daniel no sabe que estás embarazada?
- No y no voy a decírselo.
- No es que esté en desacuerdo con el hecho de que sea la mujer la que tenga la última palabra
en esto, pero… quizá debería tener la oportunidad de opinar sobre algo que también le concierne
a él. – dijo Lola.
- No, quiero hacerlo ya.
- ¿Quieres hacerlo ya porque tienes miedo de pensártelo mejor? – susurré.
- No.
- Nerea… esto no es ninguna tontería. Tienes que hacerlo cien por cien segura de que…
- No estoy casada.
Lola y yo nos miramos estupefactas.
- ¡¡¡Nerea, eres una carca!!! – contestó Lola exasperada.
- Para mi familia sería como un tiro en la sien. Intenta seguir adelante sin su apoyo. Y no
estamos hablando de que me lo cuiden cuando se me antoje ir al cine. Es olvidarse de mis padres
para siempre jamás. Ya conocéis a mi madre… además, tengo mucho trabajo, ni siquiera vivimos
juntos, llevamos muy poco tiempo saliendo y… no lo quiero. Al… al niño… no lo quiero.
- Esas últimas razones pueden ser más válidas, caprichos de la vida. – Lola enarcó sus cejas con
sarcasmo.
- Pero… tú pensabas en Daniel como el hombre de tu vida. – dije yo encendiéndome el
cigarrillo por fin.
- Ahora mismo lo es, pero no sabría decir si es para siempre. Y esto – se señaló el vientre – esto
sí es para siempre. No lo he buscado. No lo he provocado yo con una falta de responsabilidad.
Insisto, hace muy poco tiempo que salimos, ni siquiera hace un año. No voy a tener un hijo enestas condiciones… No estoy preparada. Es todo. Esto ha sido un error del que no quiero hablar.
Lo haré, lo olvidaremos y jamás volveremos a sacar el tema. Y mucho menos delante de
Carmen… que no lo aprobaría ni de coña.
Y allí estaba Carmen, caminando a grandes zancadas desde la esquina. Vino a nuestro encuentro y
ninguna de las tres pudo evitar la tentación de echar un vistazo al manchurrón de aceite que lucía en su
blusa preferida. Llevaba una cara que no admitía bromas. Ninguna de nosotras dijo nada.
- Dejad de mirarme el lamparón. – dijo de muy malas maneras.
- ¿Te levantaste con el pie izquierdo de la siesta? – la interrogó Lola.
- No, me levanté de la silla con muy mala ostia cuando a la querida madre de Borja se le
escaparon “accidentalmente” cinco croquetas bañadas en aceite hacia mí.
Lola se echó a reír.
- Te lo dije. Es una vieja cabrona.
- Y tanto… pero si piensa que me va a ganar en esto es porque no recuerda que su pequeñín es,
al fin y al cabo, un hombre, y como todos, cede ante los mismos estímulos.
- Celebrémoslo, ¿con una copa por ejemplo, chicas? – dijo Lola sonriente.
- Pero una y no más… – dije yo mirando a Lola.
Carmen llegó a casa a las once de la noche con una sonrisa malévola en la boca y llamó a Borja.
- Hola cariño… – respondió él – Oye, que mi madre siente mucho lo de las croquetas. Dice que
le lleves la blusa, que ella te la lava.
- No te preocupes… – dijo en un susurro lascivo. – Ya me la he quitado y ni me acordaba de
ella… ¿No podrías venir?
- ¿Para qué? ¿Pasa algo? Es tarde.
- Sólo son las once. Ven y quítame el resto.
Borja bufó.
- Tengo tantas ganas… si no vienes… – gimoteó ella.
- ¿Qué harás si no voy? – contestó él, juguetón.
- Me tocaré contigo al teléfono, para que escuches a distancia lo que podrías oír en tu oído.
- Eres mala. – lloriqueó Borja.
Carmen fingió un leve gemido pero él ya había colgado. Se miró en el espejo y se vitoreó a sí misma
por ser tan lista y tan malvada.
Media hora después Borja entraba en su casa como un toro en una cristalería, desnudándola
desde la entrada, diciéndole entre dientes que odiaba desearla tanto y no tenerla siempre.
Por primera vez, Borja se calmó lo suficiente como para dedicar un buen rato a los preliminares que,
tal y como le demostró a Carmen, también dominaba. Menudo descubrimiento este Borja. Los hay que
las matan callando…
Cuando pensaba que ya no podía más, Carmen le pidió que se pusiera un condón. Él lo hizo y la subió
a horcajadas encima después, para dejarla dominar. Y ella se movía como una culebra sobre el cuerpo
de Borja fingiendo ser una entregada y desinteresada amante.
- Joder, Borja, cómo me gusta tenerte dentro… – gimió ella.Él se incorporó y siguieron haciendo el amor sentados.
- Te quiero. – le dijo él.
- Todas las noches me acuesto queriendo hacerte esto…
- Y yo queriendo que me lo hagas. – sonrió Borja con un jadeo entrecortado.
Carmen se agarró a sus hombros y se tensó.
- Me voy… – susurró muy bajito en su oído.
En las siguientes dos embestidas Carmen se deshizo en un orgasmo brutal y él contestó con una
réplica del mismo, apretándola.
Borja se tumbó boca arriba echando fuera de su cuerpo un suspiro hondo y Carmen se apoyó sobre su
pecho, paseando durante un buen rato las yemas de sus dedos sobre su piel.
- ¿Qué hora es? – suspiró Borja.
- La una y cuarto.
- Si no me levanto ya de la cama me quedaré dormido.
- Mañana no madrugamos. Nunca dormimos juntos… quiero despertarme un día a tu lado. –
pidió Carmen.
- No es porque no quiera, cariño.
- ¿Entonces?
- Es que, no avisé a mi madre y…
- Siempre te vas tan pronto hemos terminado. Me haces sentir… sucia. – se apartó un poco de
él.
- No es por eso, ni siquiera lo pienses, mi vida… es que…
- Lo que quieras, Borja.
Carmen giró en la cama y se colocó de lado, mirando hacia su mesita de noche.
- No te enfades.
- Es que tienes treinta años, Borja, no entiendo todo esto. Respeto muchísimo tu entrega, pero es
que hay cosas que como pareja no voy a poder soportar y una de ellas es depender de una persona
ajena a nuestra relación. ¿¡Ni siquiera puedo dormir con mi novio!? No, tengo que follar y dejarlo
marchar. Un día de estos me dejarás un billete en la mesita de noche…
Lo dijo con tanta tranquilidad que Borja se asustó. No quería perderla y además sabía que tenía razón.
Ya tenía edad de tomar sus propias decisiones.
- Tienes razón, pero compréndeme.
La abrazó contra su cuerpo.
- Mañana cuando nos despertemos volvemos a llamar a la inmobiliaria, ¿vale?
Carmen sonrió y mentalmente anotó en el marcador: Carmen 1 – Mamá Mala 0.
Lola llegó al portal de Sergio a las tres de la mañana. Se bajó del taxi tambaleándose y aguantando una
risa estúpida llamó al telefonillo insistentemente. Sergio contestó somnoliento:
- ¿¡Quién es!?
- Soy Lola, Lolita, Lola, Lolaaaa. – canturreó.¿Sabes la hora qué es?
Lola se tapó la boca y se puso a reír. Al no recibir contestación, Sergio abrió la puerta.
Se encontraron en el rellano. Sergio estaba apoyado en el marco de la puerta, llevando
solamente un pantalón liviano de pijama. A Lola le pareció una aparición procedente de sus sueños
más perversos. Era tan guapo… que se le echó encima e intentó besarle.
- Joder, Lola… ¿estás borracha?
- Borracha no, habla con propiedad, súper borracha. – aunque estaba quieta le parecía que se
movía, como si el suelo fuera inclinándose sin aviso.
- ¿Qué haces aquí?
- Pues mira… ¿me dejas pasar? Gracias. – Se metió en su casa y se sentó tras un par de intentos
sobre la mesa de la cocina. – Estaba tomando unas copas con las chicas y me acordé de aquella
vez que me lo hiciste en el probador de una tienda. ¿Te acuerdas?
- Sí, Lola, me acuerdo. – contestó Sergio sin paciencia.
- Pues pensé… ¿por qué El Corte Inglés no abrirá por las noches? Si abriera podríamos ir ahora
y me dije… ¡pues voy yo a casa de Sergio y apañado!
- Estaba acostado. Llevaba durmiendo más de tres horas.
- Eres un aburrido. – Lola hizo un mohín.
- Pero, ¿qué coño te pasa, Lola?
- Es viernes, quiero que me folles…
Se acercó a él y se abrió los botones de la blusa. Sergio puso los ojos en blanco, se revolvió el pelo y
la llamó:
- Lola, ven.
Ella cantó victoria y Sergio la condujo hasta el cuarto de baño.
- Uhm… qué morboso, en la ducha… ¡como el chico de Valeria! ¿Sabes que yo también me tiré
al chico de Valeria? Pero aún no era su novio, ¿eh? Aunque no sé si es su novio. Creo que no lo
sabe ni ella. – lanzó una carcajada. – Una vez me lo hizo en un portal.
- Vale, Lola… quítate la ropa.
Ella obedeció haciendo algo que quería parecerse a un striptease, pero que se quedó por el camino de
la pantomima. Él ni siquiera se quitó el pantalón de pijama. La agarró, la metió en la ducha y
sosteniéndola por la cintura, la colocó bajo el chorro de agua casi helada. Lola gritó e intentó salir,
pero Sergio la agarró con fuerza. Forcejeó hasta darse por vencida y empezó a jadear, con la
respiración entrecortada.
- Vale… vale… tranquila… – le susurró él.
- Está muy fría, Sergio. – lloriqueó.
- Lo sé, pero te encontrarás mejor…
Llamé al teléfono de Víctor a las tres y cuarto de la mañana. Al segundo tono su voz somnolienta me
contestó:
- ¿Sí? ¿Qué pasa? ¿Quién es?
- Soy yo.
- ¿Estás bien? ¿Pasa algo? – dijo asustado.
No, no pasa nada. – me avergoncé. Estaba borracha en su portal.
- ¿Entonces? – dijo extrañado.
- Pensé que habrías salido por ahí y me dije a mí misma… ¡voy a llamarle!
- Dios, estoy tan sobado que ni siquiera puedo cabrearme. – dijo tratando de despejarse. Escuché
cómo se movía entre sus sábanas. – Cuéntame, ¿cuántas copitas te has tomado?
- Buff… tres, o siete, no sé, soy de letras.
- ¿Quieres que vaya a por ti?
- Estoy en tu portal. – me reí, pero más roja que un tomate.
- Pues entonces, ¿qué haces ahí? ¡Sube!
Lola me había dado un chicle de los suyos e iba haciendo pompas en el ascensor, recordando una
canción que había escuchado aquella noche, bailoteando.
Víctor me esperaba en el quicio de la puerta de la misma guisa que Sergio había recibido a Lola, pero
despeinado a más no poder y con un ojo cerrado. Cuando me vio aparecer estalló en carcajadas.
- Anda pasa.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes?
- ¿Sabes que llevas una diadema con luces, verdad? – dijo con expresión divertida.
- No, ¿dónde?
Di vueltas en torno a mí misma, como un perro que se busca la cola y al final él me la quitó,
enseñándomela.
- ¡Ah! Eso es porque nos hemos hecho amigas de una tal Rosita, que se casaba la semana que
viene. Yo le dije que mirara bien la mercancía antes de comprarla.
- Creo que han debido ser más de tres copitas.
Asentí, con cara de niña buena.
- Hicimos botellón. Como soy pobre… cuatro euros me ha costado emborracharme. ¡Cuatro! –
levanté cuatro dedos, para demostrarle más gráficamente lo contenta que estaba de haber
ahorrado.
- ¿A ti te parece bien aparecer totalmente borracha a las tres de la mañana en casa de tu…? – se
paró a sí mismo.
- ¿De mí qué?
- Eres mala. – se rio.
- Dime, dime, de mi… ¿qué? – lo agarré de la cintura.
- ¿De tu chico?
- ¿Mi chico? ¡Oye, qué bien suena! – me reí. – ¡Dame agua, mi chico!
Entró en la cocina y me sirvió un vaso de agua fría.
- Víctorrrrrrr.
Él no podía dejar de reírse.
- Dime.
- ¿Con quién te ha gustado más, con Lola o conmigo?
- Contigo, tonta, que eres una tonta. ¡Y cierra la puerta!
- Pero ella es más guarrona, seguro.
Me pasó el vaso de agua, que bebí de un trago y se acercó él mismo a cerrar y pasar el pestillo.
Cuando pasó por mi lado le tendí el vaso vacío y sonreí:
- Más.
Volvió a servirme otro vaso.
- Joder, qué sed traes.
- Es este chicle gigantesco, que se queda con toda la saliva. ¿Me lo tiras?
Lo dejé en su mano y él lo tiró al cubo de la basura con grima.
- Adrián se enfadaba mucho si llegaba… ya sabes, piripi.
- Yo no me enfado. Al menos hoy. Pobrecita mía, haces mucha gracia.
- ¿Por qué eres tan bueno conmigo? – de pronto me puse triste.
- Porque eres la mejor. Venga, ven, ¿vamos a la cama?
- ¿A la cama? Ay, no, no. Todo me va a dar vueltas y… – fingí una arcada.
- ¿Entonces? Porque son las tres de la mañana y estoy sobadísimo. ¿Te preparo algo de comer?
Me arremoliné junto a su cuerpo y me acerqué a su oreja. Jugueteé con su lóbulo entre mis labios y
después susurré:
- Uhm… ¿qué tal tú en la ducha?
Bajé la mano por su vientre con total descaro y la metí por dentro de la cinturilla de su pantalón. Le
toqué, despertándolo. Cerró los ojos y respiró a través de sus labios entreabiertos.
- Parece que te gusta… – le dije.
- Sí… – jadeó.
Seguí acariciándolo y cuando empezaba a estar ya muy dura, Víctor colocó mi otra mano debajo de la
que ya tenía ocupada en él.
- Ahí. Pero… sé suave. – susurró.
Con la mano derecha seguí masturbándole y con la izquierda me dediqué a acariciar con mimo sus
testículos.
Víctor se mordió el labio inferior y gimió. Abrió los ojos y me pidió con un tono de voz grave
y lascivo:
- Con la boca…
Me reí. Aquella petición me había puesto tan caliente que me daba hasta la risa.
- Pero en la ducha.
Avancé por delante de él, tirando de su mano y me siguió. Me quité la ropa en la puerta del baño y me
metí en la ducha con la lencería fina que llevaba aquella noche. Víctor se desnudó del todo para entrar
conmigo y desabrochando mi sujetador lo tiró contra el cristal; después cayó al suelo empapado. El
agua empezó a caer entre los dos mientras nuestras bocas se encajaban.
- ¿Has bebido ginebra? – preguntó apartándose un segundo.
- Sí. Como buen marinero inglés.
- Así me gusta. – sonrió dándome una sonora palmada en el trasero.
Fui perdiéndome hacia abajo. Víctor enredó su mano entre mi pelo y echó la cabeza hacia atrás,
mientras se humedecía los labios. Miró hacia abajo y viendo cómo me metía su erección en la boca,
repitió que era la mejor.
- ¿Lo hago bien? – y la paseé sobre mis labios húmedos.Víctor asintió y movió las caderas despacio para llevarla hasta el interior de mi boca. Le dejé de buen
grado y gemí para provocarle.
- Joder, nena…
Aceleré el movimiento de mi mano y repasé con mi lengua todo lo que quedaba a su alcance; Víctor se
encendió tanto que yo… me encendí también. Sí, borracha y cachonda.
- Fóllame la boca. – le pedí desde allí abajo.
Si es que a mí no se me puede dar de beber…
Y Víctor, claro, cumplió con mi petición de buen grado. Apartó mi pelo de mi cara, colocó
una mano sobre mi cabeza y se movió despacio, metiéndola y sacándola de mi boca. Forré los dientes
con mis labios y apreté su carne en el vaivén que impuso él mismo. Víctor empezó a gemir.
- Voy a correrme… Valeria.
- ¿En mi boca? – pregunté haciéndome la tonta.
- Sí… – y jadeó con fuerza.
Negué con la cabeza succionando la punta.
- Otro día…
Me levanté, me bajé las braguitas y le pedí al oído y de la manera más sucia posible, que me follara
hasta que no pudiéramos más. Víctor me levantó en volandas y… simplemente me dio lo que quería.
Nerea se despertó con una arcada. No llegó ni siquiera al baño, vomitó en mitad del pasillo.
Miró a la cama para asegurarse de que Dani aún seguía dormido y allí estaba él, guapo e impasible. A
veces a Nerea le daban ganas de zarandearlo para asegurarse de que no era una reproducción en talla
humana de Ken, el novio de Barbie. ¿Sería entonces ella Barbie? En fin… fue a por la fregona y se
apresuró a limpiarlo todo.
Cuando él se despertó solamente quedaba como testigo el suelo mojado y el olor al detergente
de pino y limón con el que Nerea lavaba la casa.
- ¿Estás fregando?
- Derramé un zumo.
- Uhm… tienes mala cara. ¿Te encuentras bien?
- Sí, claro. – le contestó sin ni siquiera mirarlo.
- Ven, dame un beso.
- No.
- ¿No?
- Primero voy a lavarme los dientes. – sonrió avergonzada y se encerró en el baño.
Suspiró. Venga, con un poco de suerte no tendría más náuseas hasta el viernes y entonces todo
acabaría…

Valeria en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora