¿Y si...?

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Carmen se despertó sin más. Ni asustada, ni triste, ni extraña. Estaba inquieta, pero no quería
reconocerlo. Se sentó en el borde de la cama y miró el despertador. Eran las diez.
Se levantó, fue a la cocina y puso en marcha la cafetera. Se sentó en la encimera, con la mirada
perdida en los brillantes baldosines. Pensó en que le gustaría poder preguntarle a Borja si la quería de
verdad. Empezaba a sentir miedo. No estaba segura de que él estuviera preparado para dar el paso y
relajar el fuerte vínculo familiar que le unía a su casa.
Se sirvió la taza de café y pensó que se ahogaba en un vaso de agua. Luego recordó lo rara que
había estado Nerea la noche anterior y sopesó la posibilidad de que lo hubiera dejado con Daniel.
Sonrió.
Se incriminó a sí misma aquella actitud. No podría sentirse feliz si Nerea y Daniel rompían. Ella se
sentiría sola, desamparada, triste y desgraciada.
Carmen pensó en Nerea… no, no era eso lo que iba mal.
Nerea se despertó sin más. Ni asustada, ni triste, ni extraña. Estaba inquieta, pero no quería
reconocerlo. Se sentó en el borde de la cama y miró el despertador. Eran las diez y veintiséis minutos.
Se levantó y fue al cuarto de baño. Se quitó el camisón y encendió el agua de la ducha. Se miró de
refilón en el espejo y se tocó el vientre. Sí, tenía una falta importante y la verdad es que no era
imposible.
Se metió en la ducha, donde pasó un largo cuarto de hora, pensando.
Salió, se colocó el albornoz y buscó la guía de médicos del seguro. Consultó el número de su
médico y llamó. Le dieron cita para finales de la semana siguiente.
¿Y si estaba embarazada?
Nerea pensó entonces en qué haría yo en una situación así. Si lo estaba, ¿debía tenerlo?
¿Debía desaparecer un tiempo y luego darlo en adopción? ¿Debía interrumpir el embarazo?
¿Qué decisión tomaría yo?
Sonrió al pensar en todas las situaciones en las que me había acabado pidiendo consejo y dando la
razón. Ella siempre pensaba en lo más pragmático. Las emociones la aturdían y no era demasiado
buena manejándolas. Yo, sin embargo, era pésima para el pragmatismo, pero era tan pasional que las
reacciones más sentidas salían solas y desmedidas. Quiso ser así para poder llamar a Daniel y contarle
lo que le preocupaba.
No, no lo haría. No podía.
Me desperté sin más. Ni asustada, ni triste, ni extraña. Estaba inquieta, pero no quería reconocerlo. Me
senté en el borde de la cama y miré el despertador. Eran las once y cuatro minutos.
Me di la vuelta y miré a Víctor, dormido boca abajo, abrazándome la cintura. Me moví y me apretó a
él, con un gruñido suave. Levanté su brazo y me deslicé sigilosamente. Él respiró profundamente y se
giró. Me miré la marca de la alianza y abrí el cajón. La rescaté de allí y volví a colocármela. Me sentía
desnuda sin ella.
¿Y si me estaba equivocando y Víctor era un error? ¿Y si me estaba dando a una relación que no tenía
futuro? No sonaba a que Víctor quisiera nada serio. Además, ni siquiera me había planteado si quería
tenerlo yo. Pero…Sonreí. Aquella noche Víctor me llevaría a casa de sus padres. ¿No quería decir eso que estábamos
llevando lo nuestro a buen término? Aunque sabía que si él lo planteaba de aquella manera, sería
diferente.
Me quité la alianza y la volví a dejar en el cajón de la mesita de noche. De refilón vi la cartilla del
banco. Joder… iba a tener que hacer algo con aquella situación. Tenía que hablar con Jose, mi agente
o mi… mi no sé qué de la editorial. ¿Podría él conseguirme algo?
Cogí el móvil y mandé cuatro mensajes, así, sin pensármelo. Venía siendo costumbre.
“Mami, pasaré a veros mañana por la tarde, ¿te parece?”
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“Me gustaría muchísimo despertarme a tu lado y abrazarte, que me besaras en el pelo como hacíamos
antes, cuando aún nos queríamos; sentirme a tu lado segura y fuerte, pero eso hace ya mucho tiempo
que no ocurre. Seamos adultos, Adrián. Esto no es ni una tontería ni un circo. Esto es real. No me
llames.”
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“Lolita… tenemos que hablar de esa historia que te llevas entre manos con Sergio. Creo que has
debido volver a amordazar a Pepito Grillo dentro del congelador, junto a la botella de ginebra. Pero
eres la mejor, qué le vamos a hacer. Mañana tendré que contarte cómo ha ido la fiesta de cumpleaños
de Víctor en casa de sus padres. ¡Buenos días!”
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“Jose, tenemos una comida pendiente. Llámame cuando tu apretada agenda te lo permita. No te
olvides de mí, anda…”
ENVIAR
Me arrepentí de uno de ellos al momento…
Lola se despertó sin más. Ni asustada, ni triste, ni extraña. Estaba inquieta, pero no quería reconocerlo.
Se sentó en el borde de la cama y miró el despertador. Eran las doce.
Encendió su móvil. Leyó sonriente mi mensaje y se marchó a la cocina, donde se comió un pepinillo
mientras preparaba café. No eran horas de desayunar, pero siempre era el momento perfecto para un
café.
Encontró su agenda sobre la mesa auxiliar y la ojeó. Sergio, Sergio y Sergio. La cerró y se mordió las
uñas, cortas y pintadas de rojo. Se sintió insegura sobre lo que estaba haciendo.
¿Y si se le iba otra vez de las manos, si no lo había hecho ya?
Pensó en porqué ella no había encontrado un hombre y una estabilidad. Envidiaba a Carmen. Ella
también quería a alguien que la abrazara por las noches, que escuchara sus tonterías y se riera si se
tropezaba en la cocina y caía con el plato de macarrones en la mano. Ella quería escuchar te quiero en
la boca de alguien que no fuéramos nosotras, ni su hermano, ni su madre.
Se bebió de un trago el café y se fue a la ducha. No le gustaba sentirse débil.

Valeria en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora