Me encendí otro cigarrillo con el móvil en la mano y el mensaje de Víctor abierto. Un escueto:
“Aparece pronto” que me revolvía por dentro. Si lo hacía, ¿no terminaría siendo una enorme piedra en
mi propio tejado? ¿No era mejor dejarlo estar ahora que aún estábamos a tiempo?
Y para terminar de mejorarlo todo… Jose sin llamar. Y mi economía doméstica pendiente de un hilo.
Nerea salió de la consulta del médico sin aire y a pesar de lo que esperaba, no le reconfortó la
amplitud de la calle, si no que sintió vértigo. El móvil de empresa le sonaba en un bolsillo. Estaba cama. ¿Para qué más? – se encogió de hombros.
- ¿Nunca te supo mal?
- No. Pero la verdad es que no estaba interesado en tener una relación fija y monógama con
nadie, así que…
Nos miramos durante unos segundos y me contagié de su sonrisa. Vi un resquicio por el que colarme y
quise tirar un poco más del hilo.
- ¿Hablas en pasado? – pregunté.
- Sí, bueno… – se rio revolviéndose el pelo, como hacía cada vez que estaba muerto de sueño.
- ¿Qué ocurrió para que cambiaras? ¿Vino el fantasma de tus relaciones pasadas o algo por el
estilo?
- No, vino una niña casada a desordenarme la vida. – se echó a mi lado con la caja de la prueba
de embarazo en la mano.
- Está caducada. – esta vez fui yo la que cambió de tema, no quería ahondar en la posibilidad de
haberle desordenado demasiado la vida.
- ¿Sí? Pero dio positivo.
- Nerea no lo creyó. Tengo que llamarla. No quiero que se le haga demasiado tarde y tenga que
eliminar opciones por ello.
Me robó el cigarro de la mano y le dio una calada.
- Me voy.
- Oye Víctor.
- Dime. – echó el humo fuera de sus pulmones.
- ¿Dónde te irás de vacaciones?
- A dónde estés tú…
Tras decir esto sonrió y se fue.
segura de que era Daniel; ya había llamado otras dos veces a su móvil personal.
Un autobús paró delante de ella y se subió, sin ni siquiera saber a dónde la llevaba. Se sentó junto a
una ventana y haciéndose un ovillo, se puso a pensar.
La gente iba bajando, poco a poco y ella seguía allí, sin saber qué decisión tomar.
Eran las cuatro de la tarde y Carmen llevaba una hora entera de plantón bajo un sol de justicia,
mirando sin parar el reloj. ¿Dónde se habría metido, Borja?
Cogió el móvil, llamó a la inmobiliaria y canceló definitivamente la cita. A continuación marcó el
teléfono de Borja.
- Carmen, escúchame. – dijo nada más descolgar.
- No, escúchame tú. Llevo una hora bajo el sol más infernal del mundo, esperándote. ¡Si no vas
a venir, al menos dígnate a avisarme! ¡Me dijiste hace media hora que estabas llegando, joder!
- Es que… – bajó el tono de voz – mi madre no se tomó muy a bien esto… empezó a
encontrarse mal y…
Carmen recordó a Lola y se cagó en su estampa por tener tanto ojo para adivinar todas las desgracias
que se le venían encima.
Lola miró el reloj del salón con los morros apretados. Llevaba una hora en casa y ya tenía unas ganas
horribles de llamar a Sergio. Media hora, se dijo. Media hora más.
Abrió la agenda. ¿No se estaba pasando?
Miró el reloj. Habían pasado dos lentos minutos.
Se desnudó compulsivamente en el baño y se metió en la ducha dispuesta a tener un tórrido
idilio con el chorro de agua. Y lo tuvo, que conste, pero las ganas no se le calmaban. Empezó a dudar
que fuera solamente una necesidad carnal.
Salió de la ducha y se tumbó en la cama. Maldición. El tiempo no pasaba.
Cogió el teléfono. Lo soltó. Cogió el teléfono y marcó. Colgó antes de que diera un tono.
Volvió a llamar.
- ¿Sí?
- Sergio… me muero de ganas de que me folles encima del banco de la cocina.
Aprendiendo…
Me apoyé en un coche, frente a la oficina de Víctor. Eran las cuatro menos diez de la tarde y
estaría a punto de salir, o al menos eso esperaba, porque no había tenido la valentía suficiente parallamarle para preguntar. Sin embargo, no tuve que esperar mucho; en un par de minutos salió, cargado
con una bolsa del gimnasio. Me pregunté por qué siempre tendría que estar tan guapo y ser tan
elegante y me sorprendí a mí misma sintiendo codicia. Mío. Mi tesoro.
Bien. Ahora además de una panoli, era Golum.
Víctor sacó las llaves del coche y siguió andando calle abajo. No sabría decir por qué no grité su
nombre y me acerqué a él. Simplemente le seguí. Quizá porque albergaba la oscura y maligna
esperanza de pillarlo haciendo algo que me ayudara a olvidarlo y apartarlo del todo de mi vida. Ya
sabía a aquellas alturas que, llegados al caso, no podría hacerlo por mí misma. No sabía hasta qué
punto era sano mantener aquella relación.
Apreté el paso cuando lo vi darle al botón del mando del coche y un destello de luces le
respondió. Estaba poniéndose el cinturón cuando di dos golpes educados al cristal de su ventanilla.
Miró desconcertado y al verme la bajó, con una sonrisa muy tímida en los labios.
- Dígame, agente.
- Voy a tener que multarle, caballero.
- ¿Quiere usted subir? Podemos hablarlo.
- Eso es intento de soborno.
- Como le veo de paisano pensé que podría arriesgarme.
Di la vuelta al coche y me senté a su lado, con una mueca. Silencio y los dos mirando hacia otro lado.
¿Quién sería el valiente que empezaría esta vez? Bueno, puesto que él había enviado ya dos mensajes
que no habían recibido respuesta por mi parte, creo que era de ley que fuera yo quien rompiera el
hielo.
- Víctor… yo… me asusté.
Jugueteó con las llaves que colgaban del contacto del coche.
- Lo entiendo. No voy a recriminártelo. A veces soy... a veces sueno muy mal.
- Sí, a veces suenas fatal – asentí, tratando de parecer relajada. – Pero creo que… esta vez puede
que no tuviera que ver sólo contigo. Soy yo.
- ¿Vas a romper conmigo?
- No. – le miré sorprendida.
Sonrío aliviado.
- Parecía el comienzo de un “no eres tú, soy yo, te quiero como amigo, espero que encuentres a
alguien…”
- Yo no quiero que encuentres a nadie. Creo que ya te has encontrado a suficientes en la vida…
- Me vas a volver loco, Valeria. – se rio, moviendo la cabeza suavemente de un lado a otro.
Puso el coche en marcha, con una sonrisa torcida en la boca.
Me encendí un cigarrillo en la cama, cosa que me encantaba hacer pero nunca hacía. Una vez soñé que
me quedaba dormida con el cigarrillo en la mano y acababa quemándome viva. La experiencia onírica
me sirvió de escarmiento y no volví a hacerlo. Sin embargo, ahora que Víctor estaba tumbado a mi
lado, no existía demasiado peligro.
Él tenía puesta una mano bajo la cabeza y miraba a través de la ventana. La sábana le tapaba
hasta un palmo por debajo del ombligo y se adivinaba que estaba desnudo. Era tan perfecto…Hacía diez minutos que habíamos terminado de hacer el amor. Y no es que prefiera no decir “echar un
polvo” por pudor. Es que habíamos hecho el amor, despacio, entre besos, abrazos y caricias. Entre
palabras a media voz que aún no decían nada.
Y allí estábamos, después de haber compartido algo tan íntimo, callados. ¿Qué mejor para un
momento como aquel que un clásico?
- ¿En qué piensas? – le dije.
Sonrió. Qué frase más típica en boca de una mujer, ¿no?
- En si habrías guardado el libro que me regalaste en la mesita de noche.
- Compruébalo tú mismo.
Abrió la mesita que daba a su lado de la cama. Había estado vacía desde la marcha de Adrián y ahora
solamente contenía “Lolita”.
- Dijiste que traerías algunas de tus cosas. Puedes colocarlas en esos cajones, si quieres.
Cerró el cajón y susurró que iba al baño. Tragué saliva, asustada otra vez, temiendo haberle agobiado.
- Voy a lavarme la cara y a irme. Si me quedo un poco más me quedaré dormido y soy capaz de
despertarme mañana.
- Puedes quedarte si quieres.
- Quiero, pero no puedo. Prometido.
Sonrió y preguntó si había visto su ropa interior.
- Creo que la lanzamos hacia allí. – me reí.
- Vamos a tener que dominar esos ataques de pasión o los de la frutería de abajo terminarán
vendiendo calzoncillos…
- Habló el que rompe mis bragas… – contesté.
Víctor entró en el cuarto de baño y se quedó apoyado en la pila mirando las fotografías de mi cuerpo
en blanco y negro. Tenía que admitir que Adrián era un artista… un verdadero patán, pero un artista al
fin y al cabo. Pensó en si el hecho de ser un cretino era inherente a la existencia artística. Sonrió para
sí y encendió el grifo del agua fría. Se miró en el espejo. Tenía que afeitarse o su padre acabaría
diciéndoselo delante de algún cliente.
Deseó poder tumbarse en mi cama, acurrucarse a mi lado y dormir hasta la mañana siguiente
sin preocuparse de la obra que tenía que visitar antes de entrar en el estudio. Estaba muerto de sueño.
Se lavó la cara y pensó en lo pequeño que era mi piso. Mientras se secaba se planteaba cómo podría
sacarle partido a un estudio de treinta metros cuadrados con un par de cambios. Dobló la toalla con la
que se había secado la cara y deparó en una cajita que había sobre el mármol del baño. La miró… una
prueba de embarazo.
- ¡Hostias! – se le escapó como en un alarido.
- ¿Qué pasa? – dije alarmada desde fuera.
- Ahm… nada, nada, el agua… que está muy fría.
Yo miré al infinito y levanté la ceja izquierda. Ya no se escuchaba el agua correr.
Cogió la caja y por una de sus partes se resbaló el cacharrito, envuelto en el prospecto. Lo consultó. Se
tuvo que sentar sobre la taza del wáter para no caerse de bruces por la impresión mientras susurraba:
- Dios, Dios, Dios…
Dudó un momento, mirando hacia todas partes. ¿Era posible? Pero si yo le había dicho que no teníapor qué preocuparse… que tomaba la píldora. ¿Me habría entendido mal? ¿Y si yo no era la persona
que él pensaba y le había tendido una trampa en la que había caído? No, negó físicamente con la
cabeza. No tenía sentido. ¿Para qué? Se le encendió de pronto otra luz en la cabeza… ¿y si no debía
preocuparse porque yo ya sabía que estaba embarazada de Adrián? Tuvo ganas de salir corriendo de
allí, pero tragando saliva cogió la cajita y salió al dormitorio, donde yo seguía echada.
Me enseñó la prueba con cara de resignación y frunciendo el ceño me preguntó si tenía algo que
contarle. Sonreí y por poco no me eché a reír a carcajadas de él y de su cara.
- No. – le dije.
- ¿No?
- No. Esa prueba es de Nerea.
Se sentó en el borde de la cama y suspiró profundamente, como quitándose un peso de encima. Los
hombros cedieron hacia delante por la presión.
- Vale. Joder. Vale. – respiró hondo otra vez.
- Vaya, no esperaba una reacción como esta.
Me miró de reojo. Yo sonreía.
- No es un tema con el que frivolizar. – me dijo. – Pensé que era tuyo.
- ¿Pensaste que intentaba cazarte quedándome embarazada? – pestañeé un par de veces,
indignada.
- Durante unos segundos sí, pero también pensé en un malentendido entre nosotros, en un fallo
de los anticonceptivos, en que fuera de Adrián…
Asentí.
- No tienes por qué preocuparte, pero si vas a estar más tranquilo podemos…
No me dejó terminar. Puso una de sus manos sobre mi antebrazo y cerró los ojos mientras negaba.
- No, no quise ofenderte, nena. Confío en ti y si haciendo las cosas como las hacemos pasara, es
porque tenía que pasar. Ya nos preocuparíamos llegado el caso.
- ¿Siempre has sido así de comprensivo? “No te preocupes, nena”. – terminé la frase imitándolo.
Me miró de reojo.
- ¡Ni de coña! – se carcajeó. – Si me oyeran hablar algunas de mis ex creerían que me han
abducido. Pero de esas cosas no se alardea. – miró hacia otra parte. – No me siento orgulloso de
ello, como si fuera el chulo putas de un bar cualquiera.
- No es como si se lo contases con una copa en la mano a toda tu pandilla de amigos…
- Ya, pero prefiero que no estés al tanto del tipo de hombre que puedo llegar a ser. Eso me da
una oportunidad de hacer las cosas bien, ¿no?
Sonreí.
- Te las tirabas de dos en dos y luego a la puta calle, ¿eh?
Lanzó una sonora carcajada.
- No confesaré más cosas sin presencia de mi abogado. Pero cabe decir que creo que el interés
era recíproco en la mayoría de los casos.
- Eras un rompecorazones. – sonreí.
- No, era un calientacamas. Pasaba un rato con la chica, disfrutábamos y luego adiós. Si me
gustaba la volvía a llamar y repetíamos, pero ni cine, ni cena, ni tonterías de esas. Una copa y a la
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Valeria en el espejo
RomanceValeria está inmersa en una vorágine emocional. Valeria acaba de publicar su novela y tiene miedo a las críticas. Valeria se está divorciando de Adrián y no es fácil. Valeria no sabe si quiere tener una relación con Víctor. Y mientras Valeria teme...