A las nueve, recién salida de la ducha, recibí la visita inesperada de Nerea, Carmen y Lola ya
engalanadas para aquella noche. Estaban exultantes, guapas y muy emocionadas. Hacía siglos que no
salíamos las cuatro de marcha. De pronto era como volver a tener veinte años.
Habían planeado sorprenderme para celebrar la publicación de mi libro y allí estaban, cargadas
con bolsas de comida japonesa y botellas de vino. Al verlas entrar grité como una chiquilla y todas me
abrazaron. Luego saltamos en círculos mientras nos jaleábamos a nosotras mismas. Y todo eso sin
gota de alcohol. Ole.
Después me metí en el baño para secarme el pelo y cuando salí la cena ya estaba servida en la
mesita baja del espacio que hacía las veces de salón. Había cuatro copas de vino llenas y ellas
charlaban sobre el último tratamiento para el cabello. No pude más que sonreír. Hay cosas
terriblemente simples y frívolas que pueden hacernos profundamente felices.
Nos acomodamos sobre cojines en el suelo y comenzamos con el protocolo de la salsa de
soja, el wasabi, los palillos... Ellas hablaban animadamente del libro riéndose de tal o cual anécdota y
yo pensaba sobre cuánto tardarían en llegar al tema que realmente querían tratar. Las conozco
demasiado, en el fondo las cuatro son unas morbosas y, aunque Carmen tuviera más información que
el resto, también estaba muerta de ganas de escuchar los detalles.
Lola se cansó de monsergas pronto y cortando a Nerea, que recordaba muy animada el episodio de
Maruja Limón, dijo:
- Bueno, Valeria, aunque Nerea opine que estos temas no se tratan en la mesa, creo que es
momento de que nos expliques ese capítulo tan tórrido del libro…
- ¡Ey! ¡Que estaba hablando! – se quejó Nerea.
- ¿Estabas contando algo sobre pollas enormes que hacen disfrutar? – contestó Lola con el ceño
fruncido. – ¿Eh? Contesta…
- No.
- Pues deja hablar a las mayores y aprende de lo que escuches. Valeria… el capítulo tórrido, haz
el favor.
- ¿Qué capítulo? – me hice la loca, acercándome la copa de vino a los labios. – ¿El tuyo con
Sergio?
- Venga, Valeria… ¿¡le echaste tres polvos en una noche y te lo callaste!? – preguntó Carmen
ofendida.
- ¿Tres polvos? ¡Doce en un fin de semana, si no me equivoco! Te debió dejar el… – dijo Lola.
- Licencias literarias. – contesté interrumpiéndola.
- ¡Y una mierda! – replicó Lola con una carcajada.
- ¿Y cómo puedes estar tan segura de que fue real y no algo imaginado?
Se acercó con una sonrisa en la boca:
- Lo primero, porque tú no tienes tanta imaginación. – lanzó una carcajada. – Al menos no ese
tipo de imaginación. Y segundo, porque tiene su firma, nena.
- Uy, sí, Víctor es el zorro pero en plan sexual. – me burlé.
- Hombre, buena polla tiene, desde luego, no necesita espada.
Todas nos echamos a reír y yo, para no faltar a la tradición, me atraganté y empecé a toser como una loca. Carmen alargó su manita y me dio un par de golpes en la espalda. Cuando me recuperé y respiré
hondo, a pesar de lo que pensaba, no dejaron de insistir:
- Valeria… – suplicó Nerea.
Y si hasta Nerea insistía es que era completamente necesario.
- Bueno… – suspiré y dejé la copa sobre la mesa.
- ¡Pero Val! ¡Que somos nosotras! – se quejó Carmen.
- ¿Qué queréis que os diga? – me encogí de hombros. – Pues sí, evidentemente, es verdad.
- ¿Todo? ¿Lo de su despacho también es cierto?
Me tapé la cara.
- Sí. – dije con la voz amortiguada por las palmas de mis manos.
- ¿Yyyyyy? – dijeron al unísono.
- ¿Y qué? – les pregunté sin terminar de apartar las manos de la cara.
- Si no quieres entrar en detalles con nosotras podemos… ya sabes... A lo mejor el que nos pone
al día es él después de leerse el libro. – contestó Lola con malicia.
Suspiré profundamente de nuevo. Si había sido capaz de haber escrito todas aquellas cosas tan
personales en un libro, podría desahogarme con mis mejores amigas, ¿no?
- Todo lo que escribí es cierto. Las frases, los besos, el sexo y todos los detalles con los que lo
conté. Todo. Víctor no fue un polvo loco de una noche, por despecho.
- No, desde luego, fue doce en un fin de semana. – replicó Carmen con una sonrisita.
- Víctor me gusta y… estoy confusa. Tengo unas ganas enormes de verle porque fue… brutal.
Brutal. Ni siquiera os lo podéis imaginar.
Lola aplaudió y me tocó un pecho.
Después de cenar y recoger la mesa, me metí en el baño a arreglarme. Mientras tanto Lola,
Carmen y Nerea se entretuvieron sirviéndose una copa y poniendo música. Las escuchaba carcajearse,
canturrear y jalear a Lola, que debía estar bailando a lo gogó encima de mi mesita de centro a juzgar
por el sarao. Y me costó horrores maquillarme… entre el vinito de la cena y la risa que me daba
oírlas… por poco no acabé siendo Batman.
Cuando salí con unos vaqueros estrechos tobilleros y un top negro de palabra de honor con escote en
corazón, se me quedaron mirando sorprendidas. Sí, era un poco descarado pero… ¿por qué no? ¿No
era lo que se esperaba de mí ahora que estaba separada? Aún estaba decidiendo si me gustaba o no esa
parte de mí misma.
Apoyada en la cómoda me abroché las sandalias negras de tacón alto con tachuelas y cogí el bolso de
mano.
- ¿Vamos? – dije sonriente.
- Qué bien te queda la soltería, so puta. – se río Carmen con una mirada de admiración.
Le mandé un beso y les guiñé un ojo maquillado en negro Batman.
Fuimos al local del que Lola había escuchado hablar y a juzgar por la cantidad de gente que
había haciendo cola, ella no había sido la única que había recibido referencias. Era la una en punto de
la madrugada y aquello parecía la Puerta del Sol en fin de año… vamos, el infierno.
La gente charlaba y se saludaba frente a la puerta formando un tumulto considerable que nos dificultóla sencilla tarea de entrar. No quería ni imaginarme cómo estaría el local por dentro. Cuando por fin
llegamos a la entrada, nos cobraron como un millón y medio de euros por entrar.
- Espero que la consumición incluya final feliz. – le dijo con soltura Lola al chico que le cobró
el pase.
A pesar de todo, el local no estaba abarrotado. Sí oscuro y con la música muy alta, supongo que lo
normal en una discoteca. Me sentí extraña. Hacía demasiado tiempo que había perdido la costumbre
de darme un garbeo nocturno y aunque me pasease así, con mis renovadas ganas de ser coqueta y
parecer sexy, me sentiría muchísimo mejor en casa, tomándome una copa de vino con Víctor. Pero eso
me lo callé. Era una noche de chicas, ¿no?
Nos instalamos junto a la barra del fondo, pedimos unas copas, bailamos, nos reímos y Lola y
yo nos fumamos medio paquete de cigarrillos en un rato.
Pronto Lola localizó a un grupito de chicos guapos que tendrían más o menos nuestra edad y se
acercó a ellos como embajadora de buenas intenciones. Mientras Nerea, Carmen y yo cotilleábamos
sobre el aspecto de éstos, Lola se colgó del brazo de uno, se subió a caballito de otro e hizo un pulso
con un tercero, mientras el cuarto pedía unas copas para nosotras. Tardaron a penas diez minutos en
venir y hacer las presentaciones formales.
Y sí, eran muy simpáticos y también muy monos; quizá hasta me hacía falta que alguien me
regalara los oídos como estaba haciendo uno de ellos, preguntándome cómo una chica como yo podía
estar sola. Pero… ¿alguien adivina en quién estaba pensando yo?
Yo no quería ligar. Yo quería ligarme a Víctor. Y… ¿qué estaría haciendo él en aquel mismo
momento? ¿Ligar con otras, quizá?
Un ratito después y aunque no dejaban de invitarnos a copas y adularnos, me arrepentía
soberanamente de haber dejado que Lola nos trajera a aquellos tíos. Yo no iba a enrollarme con él ni
de lejos y aunque traté de dejárselo claro siendo de lo más siesa, era evidente que aquel chico quería
mis bragas en su bolsillo. Cuando empezó a ponerse pesado llamé en un gesto a Carmen y le pregunté
si me acompañaba al baño. Nerea se nos unió y Lola se quedó allí, guardándonos las cosas… por decir
algo.
- Joder, qué pesados. – dijo Carmen en una exhalación. – Nunca pensé que me gustaría tan poco
ligar en una discoteca. Me ha dicho tres veces que por Navidad quiere que le dejen meter la
cabeza entre mis pechos.
Me giré alucinada hacia ella.
- ¿Qué dices? – le dije con el ceño fruncido.
- Lo que yo te diga. – asintió con expresión asqueada pero divertida. – Y a mí lo que me gustaría
sería dejarlo en una habitación a solas con Borja.
Las tres nos echamos a reír.
- ¿No va y me dice: “Nena, no dejes que la sociedad te presione. ¿Quién dice que las gorditas no
podéis estar buenas?? ¡Venga ya! ¿Estás de coña? ¡Vete con tu madre a comer pepinillos,
soplagaitas!
Tanto Nerea como yo le pedimos que no hiciera caso. Si algo es Carmen, es preciosa. A veces los
hombres están rematadamente ciegos.
Cuando ya llegábamos al baño abriéndonos paso trabajosamente, atisbé algo por el rabillo del ojo que
me hizo pararme en seco. Nerea se estampó contra mi espalda.
- ¿Qué pasa? – me preguntaron las dos a coro.Me giré despacio hacia el otro lado de la barra y miré las caras de la gente buscando el motivo por el
cual el corazón estaba a punto de reventarme en el pecho. Dios mío, ¿estaba empezando a ser una de
esas chicas obsesionadas? Respiré despacio y cuando ya iba a reanudar el paso… lo vi. LO VI.
- Joder… – balbuceé y noté cómo la sangre iba abandonándome la cara.
Carmen cogió aire sorprendida y Nerea me miró de reojo, midiendo mi expresión.
Allí estaba Víctor, vestido con una camisa negra arremangada y unos vaqueros, con una copa de balón
en la mano y una jovencita menuda y rubita, que se le enroscaba cuánto podía.
- Dios, vámonos. – dijo Nerea de pronto.
- ¿Cómo nos vamos a ir? Nos quedamos hasta saber si es un gilipollas. Si es un gilipollas iros
vosotras, que yo me quedo a explicárselo. – contestó Carmen muy resuelta.
La rubia se acercó a hacerle una escuchita al oído. Él se agachó para que ella pudiera llegar y de paso,
dejó que ella pasara los brazos alrededor de su cuello. Sentí una oleada de rabia que no supe ubicar.
¡Era tan nueva en todas aquellas cosas!
Cuando acabaron con los secretitos él levantó la cabeza, mirándola con las cejas arqueadas y una
expresión divertida. Negó con la cabeza y ella siguió parloteando, poniéndose tocona. Tragué saliva y
me obligué a conservar la calma.
Sólo era un chico. Sólo un hombre de todos los que había en el mundo. Lo que yo había hecho, mi
aventura, mi separación… todo, lo había hecho porque quería. No por él.
La rubia abrió el bolsito que llevaba colgando y le apoyó una tarjeta sobre el pecho. Víctor
colocó la mano encima, sosteniéndola y su acompañante dio media vuelta y se marchó con un golpe de
melena. Antes de perderse de vista se giró a mirarlo de nuevo y Víctor sonrió sensualmente y le guiñó
un ojo.
Estuve a punto de pedirles a las chicas que nos fuéramos. Ya avisaríamos a Lola desde fuera
del local. Pero entonces Víctor hizo algo que no me esperaba. Tocó el hombro de uno de los chicos
que tenía detrás y en una sonrisa de lo más descarada, le dio la tarjeta de la rubia.
- ¡Oh, qué mono! – escuché decir a Nerea.
- Nada de mono… – se rio Carmen. – ¡Es un cabrón! ¡Pero un cabrón de los que molan!
Valeria… ¿aún llevas bragas?
- Esa pregunta es tan Lola… – respondió Nerea tras un bufido.
Su amigo miró la tarjeta con extrañeza, Víctor le hizo un gesto con la cabeza en dirección a la chica
que se alejaba y después se dieron la mano entre carcajadas.
- ¿No vas a acercarte? – me preguntó Carmen muy emocionada.
- No. – negué con la cabeza.
- Uy, claro que no. – repitió muy repipi Nerea. – A ver si se va a creer que esto ha sido una
encerrona.
- Menuda tontería. ¿Es que ella no tiene derecho a salir a dónde le plazca?
Puse los ojos en blanco e intenté arrastrar la discusión hasta el baño, pero Carmen y Nerea parecían
inmersas, de repente, en una batalla dialéctica sobre la liberación de la mujer.
- Joder, ¡que necesito ir al baño de verdad! – me quejé.
Ellas ni caso.
- Sí, claro, Carmenchu, y Borja dejará su trabajo para cuidar a los niños cuando os caséis.
- ¿Y quién te ha dicho que vaya a casarme, Nerea? Sabes que hay más finales que los de Disney,¿verdad?
Rebufé y cuando estaba dispuesta a escaparme sola hasta los lavabos, unos dedos fríos se cernieron
sobre mi antebrazo con firmeza.
Me aparté el pelo de la cara y me volví en esa dirección. Por poco no vomité el higadillo allí
mismo cuando los ojos de Víctor chocaron de golpe con los míos desde tan cerca.
- Hola. – dije con un hilo de voz.
Víctor se acercó; su mano derecha cogió mi cintura y la izquierda trenzó los dedos con los míos. No
dijo nada en un primer momento; después de unos segundos de silencio que se me hicieron eternos, se
inclinó y susurró en mi oído.
- Y entonces apareciste…
Cuando quise darme cuenta sus labios estaban sobre mi boca y sus brazos me estrechaban con
ansiedad. Me dejé llevar sin preguntarme nada. Sólo aquel beso… Y sus labios húmedos resbalando
sobre los míos, abriéndose sobre mi boca cuando su lengua lo invadía todo, acariciando la mía.
Si nos hubiéramos encontrado en la calle y se hubiera dado aquella situación, el beso hubiera
durado horas, seguro. Hubiéramos buscado un lugar tranquilo y nos hubiésemos besado y besado y
besado como adolescentes. Pero no estábamos ni en un parque, ni en su casa, ni en la mía, ni en un
discreto callejón oscuro. Estábamos abrazados, apretándonos, comiéndonos a besos con alivio, no con
lujuria. Era extraño en una discoteca… había que ponerle fin.
Sus amigos empezaron a silbar a unos pasos de distancia y cuando nos separamos compartiendo una
sonrisa, encontramos a Nerea y a Carmen mirándonos con la boca abierta.
- Hola chicas. – les sonrió él pasándose una mano sobre sus labios. – No os había visto.
- Hola. – dijeron las dos, levantando la mano a modo de saludo.
Victor se echó a reír y llamó a sus amigos en un gesto.
- Estos son unos colegas. – dijo cuando llegaron hasta nosotras. Los señaló uno a uno,
diciéndome los nombres, pero yo estaba demasiado pendiente de la presión que ejercían sus
dedos entre los míos como para atender a palabras.
Asentí y saludé. Carmen y Nerea de pronto habían desaparecido. Las vi huir a grandes zancadas entre
la gente como las perras que eran, seguramente a contarle a Lola lo que había pasado y a pedir sus
refuerzos.
- Una vieja amiga, supongo. – dijo de pronto uno de los amigos de Víctor. – Tus tácticas
siempre han sido más depuradas que ir abordando a todas las chicas guapas del local de esa
manera.
Víctor se echó a reír, negó con la cabeza y les dijo:
- Esta es Valeria. – me sonrió, encantador.
Y lo mejor fue apreciar que todos sus amigos entendieron de qué se trataba tan sólo con escuchar mi
nombre. Yo tenía nombre en su vida. Yo significaba algo… sólo cabía interesarse en descubrir qué era
ese algo. ¿Sería “Valeria, la mujer de mi vida” o “Valeria, la tía que me calzo”?
De pronto me sentí mareada y avergonzada. Lola, Nerea y Carmen seguían desaparecidas en combate,
todos sus amigos nos miraban y lo único que yo quería era abrir una zanja en el suelo y desaparecer;
por suerte parece que a Víctor le apetecía lo mismo, porque me dio un codazo y dijo a todos los
espectadores:
- No tiene buena cara. Voy a llevarla fuera.
Me levantó en volandas y me llevó hasta la puerta del local como un saco. Me despedí de sus amigos yretorciéndome para soltarme, le pedí entre grititos que me dejara en el suelo. Cuando llegamos a la
puerta, el seguridad nos pidió por favor que nos comportáramos o saliéramos. Y… salimos.
Con Víctor volvía a tener la edad que realmente tenía y… me gustaba mucho la sensación.
Hacía una noche estupenda, de esas en las que apenas hace calor y corre una brisa agradable. Era una
noche para pasear, pero creo que yo no llevaba el calzado adecuado para ello. Aun así, Víctor y yo
andábamos sin ningún rumbo en particular. Tampoco hablábamos. Sólo caminábamos muy juntos.
Sin más, Víctor se paró y nos mirarnos.
- Qué coincidencia, ¿no? – dijo sonriendo.
- Pues sí. – asentí. – Aunque no desecharía la posibilidad de que fuera cosa de Lola.
- ¿Tú crees?
- No lo sé. – me reí – Pero ya la conoces…
Asintió y sonriendo, añadió:
- Me la encontré la semana pasada y le comenté que tenía ganas de verte. Hay algunas cosas que
quiero hablar contigo.
- Suena a asunto serio. ¿Tengo que llamar a mi abogado?
- Puede. – me hizo un guiño.
- Desembucha.
Temí que fuera a recriminarme algo del libro, pero para mi tranquilidad, dijo:
- Ha pasado casi un mes… y no he sabido nada de ti. – y lo acompañó con un mohín.
- Bueno, te dije que necesitaba tiempo para entenderme sólo a mí. Tú pareciste estar de acuerdo.
– miré el suelo y pateé un par de piedras.
- Pensé que me llamarías pasados unos días. – se inclinó y buscó encontrarse con mis ojos – Si
ha sido un pulso para ver quién cedía antes, lo has hecho muy bien. He perdido.
- No, qué va. – sonreí avergonzada. – Creo que es hora de confesar que no sé jugar a estas cosas.
Llevaba mucho tiempo fuera del mercado, ¿recuerdas?
Víctor me acarició la cara y la yema de sus dedos viajó por mi cuello hasta mis clavículas.
Levanté la vista y me quedé mirándole. Recé porque los nervios que me estaban llenando y
revolviendo el estómago no me hicieran parecer una imbécil. Al fin, contesté:
- Además… no sé si esto es buena idea.
Se acercó un poco más a mí y me cogió por la cintura.
- ¿Qué no es buena idea?
- Esto. Tú y yo.
- Tú y yo… ¿en qué términos?
Miré hacia el cielo y resoplé en una carcajada contenida.
- Qué mala persona eres… – susurré.
- Mira, Valeria, yo puedo desaparecer por dónde he venido si tú me lo pides, pero es que no
llego a creerme que sea lo que realmente quieres.
- No, no es lo que quiero. – esperé que con nocturnidad y alevosía, mis mejillas sonrojadas
pasaran desapercibidas.Yo tampoco. Ahora bien, ¿y Adrián?
¿Y Adrián? ¡Y yo qué sé! Ya hasta se me había olvidado añadir a mi ex marido en la ecuación con la
que pretendía ordenar mi vida. Y tendría que hacerlo, al menos para asignarle un espacio concreto. Así
que contesté lo único que se me ocurrió:
- Es complicado. – y después de decirlo me mordí el carrillo, torciendo la boca.
- ¿Me plantarás por él dentro de unos meses?
¿Dentro de unos meses? ¿No era eso mucho suponer? Y digo por su parte, no por la mía. Cada vez era
más evidente que estaba loca por él.
- Me acabo de separar. No tengo ni idea de qué haré mañana. – susurré.
- Y aún llevas la alianza.
Me miré la mano y me di cuenta de que ni siquiera había deparado en ello. Él siguió:
- Por más que quiera negarlo yo también estoy algo confuso pero, ¿qué hacemos si no? Me
muero por besarte y… creo que tú también.
Dediqué un microsegundo a pensar que aquello era una aventura sexual que se acabaría cuando alguno
de los dos agotara su apetito; pero no me gustó. Sin embargo, como él decía ¿qué íbamos a hacer?
Hacerme la difícil y decirle que a mí no me apetecía que me llevara a casa y me hiciera todas las
guarrerías que supiera era absurdo y sobre todo, mentira. Hacerse la estrecha después de hacer el amor
con él catorce veces en cuatro días no tenía demasiado sentido.
- Yo también quiero que me beses. – dije con la boca pequeñita.
- Pues no creo que haya nada más que hablar.
Entramos en mi piso algo tímidos. Necesitábamos hablar con tranquilidad, aunque empezaba a dudar
que pudiéramos hablar en una habitación en la que hubiera una cama o cualquier superficie
horizontal… Bien mirado la verticalidad tampoco suponía ningún problema para él. Pero necesitaba
meterme en mi casa, traerlo conmigo y ver qué tal quedaba Víctor en mi vida. Imaginarlo allí dentro
en el día a día y los ratos muertos. Además, nunca me gustó hablar sobre sentimientos en la calle,
porque creo que se dispersan y se pierden por ahí, con tanto aire libre.
Cuando salí del cuarto de baño me encontré a Víctor sentado en el alfeizar de la ventana. Me
acerqué y él, atrayéndome, me colocó entre sus piernas. Ese sólo gesto, tirando de mis caderas hacia
las suyas, me calentó.
Oh, dios, Valeria, tranquila…
La diferencia de altura entre nosotros facilitó el primer beso aunque él estuviera sentado y yo
de pie. Nos acercamos, inclinando la cara en la dirección contraria el uno del otro y nos rozamos
inocentemente los labios. Después Víctor tomó el control y me besó de esa manera tan suya y
profunda, dejándome su sabor en toda mi boca. Compartimos una mirada y apoyamos la frente en la
del otro.
Hubiera sido mejor que me besara con pasión sucia, de la que no sirve de nada, para hacerme el
ánimo de que no iba a llegar a más. Tenía miedo de ilusionarme demasiado para descubrir después que
era sólo un pasatiempo. Seguía sin saber qué era exactamente lo que había entre nosotros y sobre todo,
a dónde llegaríamos con ello.
Me sentó en sus rodillas de lado, me quité las sandalias y seguimos besándonos lánguidamente.
La piel de su mentón estaba áspera, cubierta por su típica barba de tres días y sus pestañas aleteabanen mis mejillas, cosquilleando sobre mi piel. Suspiré y él susurró:
- He pensado demasiado en ti. ¿Fui un imbécil?
Me reí y no contesté. Mejor dejarle con la duda por el momento.
Víctor se levantó y vagabundeamos por la estancia mientras nos besábamos. Paramos junto a la cama
y su lengua se enredó en la mía. Me gustaba el olor de Víctor. Me gustaba el sabor de Víctor. Me
gustaba el tacto de su piel debajo de la yema de mis dedos. Me gustaba escuchar el timbre de su voz y
lo verdes que tenía los ojos.
Nos tumbamos sobre el colchón a la vez. Tiró al suelo los cojines y se recostó.
- Esta tarde terminé de leer tu libro. – sonrió con benevolencia mientras se sostenía sobre mí
con sus brazos.
Oh dios…
- ¿Y? ¿Cuál es tu veredicto? – jugueteé con su pelo.
- Fue muy esclarecedor.
- ¿Demasiado?
- Para nada. Es como si me hubiera caído del cielo tu libro de instrucciones.
Me reí, sonrojándome.
- ¿Te gustó?
- Sí. Es tierno y divertido. También es sexy. – se acomodó entre mis piernas.
- ¿Sí? – mis manos bajaron acariciándole la espalda.
- Me excité muchísimo. – se incorporó y se quitó la camisa, pasando despacio de un botón a
otro. – Me dio la sensación de que siempre lo pasaste muy bien conmigo, ¿no?
Qué tortura verle desnudarse tan despacio…
- La soberbia es un pecado capital, querido Víctor.
- Y la lujuria también. – se levantó.
Echó su camisa fuera de la cama, sobre la mesita de noche y empezó a desabrochar los botones de su
pantalón vaquero. Tenía un torso perfecto y estoy segura de que lo sabía. Su vientre, duro, marcaba
cada uno de sus músculos; era como para volverse loca. Yo siempre pensé que los chicos como él sólo
existían en los anuncios, en las pelis y en los videoclips de la MTv. Pero ahí estaba. Víctor.
Sacándome de mi estado contemplativo, nunca mejor dicho, tiró de mi brazo hasta sacarme de la cama
y me preguntó al oído cómo se quitaba mi top. Bajé la cremallera que tenía bajo el brazo izquierdo y
me lo quité, dejando a la vista el bustier de palabra de honor. Después me desabroché los vaqueros.
- Soberbia, lujuria… Creo que esto está mal de la cabeza a los pies. – susurré, queriendo jugar
un poco con él.
- Bueno, leyendo el libro me dio la sensación de que algo más hay, ¿no?
Bajó mis pantalones vaqueros de un tirón y agitando los tobillos los lancé hacia un rincón.
- ¿Crees que soy demasiado explícita? – mejor no contestar a aquella provocación por el
momento.
Y les tocó el turno a sus vaqueros, que terminaron junto a los míos.
- No. – negó con la cabeza, acercándose hacia mí. – Creo que quizá deberías haberlo sido más.
Te dejaste algunos detalles que yo sí recuerdo con especial… cariño.
- ¿Cómo qué?
La primera vez que nos acostamos, ¿puedes girarte? – se interrumpió a sí mismo.
Me giré. Víctor me colocó sobre la cama de rodillas y desabrochó mi sujetador.
- La primera vez que nos acostamos te lamí la espalda entera. Y me pareció que te gustaba.
Sentí el recorrido de su lengua desde el inicio de mi ropa interior hasta el cuello, donde se entretuvo
para, después, seguir hasta mi boca, donde compartimos saliva pornográficamente, tirándonos sobre el
colchón.
Y aquello me mató definitivamente.
Rodamos, nos frotamos, gemimos y cuando ya no podíamos más, nos deshicimos de nuestra
ropa interior. Allí estaba Víctor, con su cuerpo perfecto y totalmente preparado para volver a llevarme
a la luna. Maldito mamón; me tenía donde quería. ¿Qué iba a hacer? ¿Pedirle que parara y que nos
tomáramos un té? Pues no. Soy humana.
Abrí las piernas y las enganché a sus caderas. Su sexo y el mío se rozaron y gimió levemente.
- Aunque si hubieras entrado en más detalle tu libro sería porno. – jadeó.
- Así que de este modo es mejor, ¿no?
- Sí. Mejor. Así sigue siendo sólo nuestro. – ronroneó. Se acercó a mi oído y añadió en voz muy
baja – ¿Dónde guardas los preservativos?
Ops… con eso no contaba…
Me quedé mirándolo y negué con la cabeza.
- No tengo. – contesté.
Arqueó sorprendido su ceja izquierda.
- ¿Se los llevó Adrián cuando se fue?
Mordí mi labio de abajo, sopesando las posibilidades…
- Víctor… necesito saber una cosa, pero no quiero que creas que te pido explicaciones.
Él arqueó las cejas y se sostuvo con sus brazos sobre mí.
- ¿Qué pasa?
- Tú… ¿te acuestas con otras?
- ¿Ahora? – consultó con el ceño fruncido. – No. La última chica con la que estuve fuiste tú.
Necesitaba…
Bajé la mano y comprobé que su erección había bajado un poco. Le acaricié. Él se calló al momento.
- No tengo condones, Víctor. – empecé a decir en un tono firme. – Pero tomo la píldora…
Arqueó las cejas.
- Quiero que seas sincero. No quiero arriesgarme a… – empecé a decir.
Víctor no me dejó terminar. Me besó en los labios, profundamente y después, recuperando la sonrisa
me dijo:
- ¿Confías tanto en mí?
Le acaricié la cara.
- Sí. Creo que sí. ¿Me equivoco al hacerlo?
- No. Nunca lo he hecho así. – levantó las cejas. – Siempre fui muy… cuidadoso.
- Si no es así prefiero que me lo digas. No pasará nada… – balbuceé.
- Lo sé. Pero es que esta será mi primera vez.¿Ya habíamos llegado a aquel momento de intimidad? Pero vamos a ver, Valeria… ¡que apenas os
conocéis! Bueno. ¿Y qué? Nada de lo que pudiera decirme mi lado sensato iba a servir de nada aquella
noche.
Víctor y yo giramos en la cama y me acomodó sobre su regazo; en un movimiento de cadera le
sentí ejerciendo presión. Mi cuerpo cedió y me retorcí de placer ya con la primera penetración; mis
pezones se irguieron y Víctor lanzó un gemido mientras su mano derecha agarraba mi pecho
izquierdo.
- ¡Joder! – exclamó.
- ¿Te gusta? – pregunté.
- Es tan… – cerró los ojos con los dientes clavándose en su labio inferior. – Diferente. La
sensación…
Me moví y él gimió con un tono grave que me excitó. Serpenteé sobre su cuerpo sintiendo una
tremenda sensación de poder. Por primera vez en mucho tiempo me sentía una mujer sensual,
deseable; sexual.
- Valeria… – sonrió. – ¿Qué me has hecho?
Víctor me miraba con la boca entreabierta y jadeaba rítmicamente. Sus manos me acercaban y me
alejaban, ayudándome mientras yo me dejaba caer sobre su regazo, provocando unas penetraciones
cada vez más profundas. Mis caderas subían y bajaban sobre él y sus dedos se me clavaron con más
fuerza.
- Joder, nena, cómo me pones… – gruñó mientras se incorporaba con un gemido ronco.
Y se incorporó con tanta fuerza que me tumbó hacia atrás, cayendo sobre mi cuerpo. Se coló dentro de
mí superficialmente y salió. Volvió a entrar para retirarse después. Gemí frustrada y él sonrió.
- ¿Ya quieres terminar? – susurró.
Me mordí el labio con fuerza para no gritar que sí y Víctor aprovechó el silencio para darme la vuelta
y colocarme de espaldas a él. Metió las manos bajo mi vientre y de un empujón me incorporó,
dejándome de rodillas frente a él. Y me movía como si yo fuera de juguete…
- Abre un poco más las piernas, nena. – gimió mientras su erección tanteaba mi entrada.
Me sostuvo de la cintura y se hundió en mí de golpe.
- Es tu postura preferida, ¿no? – susurró con malicia. – Como en tu sueño.
Lancé un grito que no pude controlar cuando aquella postura dio con esa parte sensible de nosotras, sí,
esa que no siempre tenemos la suerte de saber que está ahí. Y no sé cómo lo hice, pero con las
siguientes dos penetraciones me fui, sin más y sin previo aviso. Fue una sensación completamente
nueva para mí. Simplemente me derretí en un orgasmo goloso y suave, que a pesar del placer, no me
calmó, sino que me incendió. Cuando pude coger aire lo único que sentí fueron ganas de más…
- ¿Terminaste? – preguntó.
- Sí, pero no pares… no pares, joder…
Me incorporé un poco, me dejé caer hacia atrás, reclinándome sobre su pecho y noté con gusto el tacto
de sus muslos detrás de los míos. Una fuerte embestida me sorprendió y un gemido se me escapó sin
contención, rebotando en las cuatro paredes de la estancia principal de mi casa. Arrugué la sábana
dentro de mi puño y me concentré en el soberbio y sicalíptico sonido de su piel chocando con fuerza
contra la mía y la sensación de cómo se colaba dentro de mí, abriéndome, llenándome. Víctor dejó en
el aire una respiración gutural.
- Me corro… – me avisó.
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Valeria en el espejo
RomantizmValeria está inmersa en una vorágine emocional. Valeria acaba de publicar su novela y tiene miedo a las críticas. Valeria se está divorciando de Adrián y no es fácil. Valeria no sabe si quiere tener una relación con Víctor. Y mientras Valeria teme...