La escapada.

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El reloj de la mesita de noche de Víctor marcaba las nueve menos cuarto de la mañana cuando él me
despertó.
- Arriba, dormilona.
- No. – me tapé la cabeza con la sábana.
- Venga…
- Es sábado. Estás de vacaciones. Media hora más. – contesté de manera inconexa.
- De eso nada. Tenemos muchas cosas que hacer.
- ¿Cómo qué? – me quejé.
- Aún tenemos que ir a tu casa a que hagas la maleta.
Me destapé y le miré con una sonrisa somnolienta.
- ¿Cómo que maleta? ¿Dónde vamos? ¿Aún sigo siendo pobre, verdad?
- El dónde lo sabrás cuando toque. Levántate.
- No mires; estoy desnuda. – le dije riéndome.
Se acercó.
- Vale, cerraré los ojos y olvidaré que anoche te desnudé yo mismo.
Tras un breve paso por mi casa en la que metí prendas sin ton ni son en una maleta fuimos en taxi
hasta el aeropuerto. Allí me enteré, a punto de embarcar, que nos íbamos a Menorca.
Víctor, con los ojos cerrados, aguantó durante el breve vuelo todas mis preguntas con
paciencia y una sonrisa.
- Pero, ¿por qué Menorca? – decía yo emocionada.
- Mis padres tienen una casa allí y no van a ir esta quincena. Se van a Viena, creo. Quería haber
organizado algo mejor, pero no me dio tiempo y pensé que unos días en Menorca eran una buena
idea.
- ¿Cogí bikini?
- Sí, cogiste al menos tres.
- Creo que olvidé el pijama.
- No sé para qué querrías un pijama.
- Eres un hippy. – bromeé.
Abrió los ojos y me acarició el pelo.
- Quiero que pases las mejores vacaciones de tu vida.
- Llegas tarde, las mejores las pasé con mis amigas en un pueblo de Castellón. – sonreí.
- Ahm, ya, alcohol, chicas adolescentes y chicos extranjeros.
- ¡No te rías!
- No dudo que fuera un buen viaje… pero cuando vuelvas de este ni siquiera recordarás con
quién fuiste a ese pueblo. – se rio.
A decir verdad, a día de hoy a veces me cuesta recordar detalles de esas vacaciones de las que
presumí frente a Víctor. El viaje con mis amigas que hice a los veinte años casi se borró poco a poco.
De aquellos días en Menorca, con él, guardo hasta el recuerdo exacto del reflejo del sol en el agua y eltacto de la arena de cada cala. De eso y de él. Los olores, los sabores, los placeres, los sonidos y la piel
de Víctor pegada a la mía casi a cada momento.
Fue íntimo. Fue especial. Fue… lo mejor que me había pasado en la vida hasta aquel
momento. Para mí fue la prueba de que aquella relación podía funcionar. Podía ser plácida, tranquila,
sexy pero suave. Víctor podía ser divertido, intrigante, cariñoso y sensual a la vez. Era todo lo que yo
necesitaba.
Cierro los ojos y convierto mi cabeza en un cine en el que, en pequeños fotogramas, se suceden
los recuerdos de aquel viaje, como una película grabada en Super8.
Sol. Agua transparente. La arena suave. Paseos en una Vespa antigua, abrazada a su cintura, con mi
mejilla apoyada en su espalda. Cala Mitjana y cala Mitjaneta y los dos bañándonos desnudos. La
noche más oscura del mundo y el tacto del césped en mi espalda desnuda, mientras hacemos el amor.
Cenas en la terraza. Una botella de vino blanco, frío y una gota que resbala por la piel de mi escote
antes de ser recogida por sus labios. La cama inmensa, con sábanas blancas. Más sol, más playa, más
agua cristalina. Más paseos y alguna conversación larga sobre quiénes fuimos. Una siesta con
ronquidos incluidos. Un revolcón adolescente al despertar. Recuerdos de cuando éramos más jóvenes
y aún no nos conocíamos. Cala Macarella. Víctor infundiéndome tranquilidad mientras recorremos un
camino estrecho, alto y resbaladizo, para llegar a cala Macarelleta. Una tarde mirando hacia el mar en
silencio, intentando encontrarle el final. Una rodilla magullada, un beso tierno sobre la herida y uno
húmedo unos palmos más arriba. Una tarde pervertida. Abrazarlo dentro del agua. Hacer el amor en el
mar, ya de noche, en una cala solitaria. Un chapuzón en la piscina a las cuatro de la mañana. Una cena
quemándose en el fogón mientras Víctor y yo nos comemos a besos contra la nevera. Un día con
mucho viento. Compartir mesa y probar una caldereta. Más paseos en moto. Un día al completo en la
cama, con un ramillete de Lavanda sobre la mesita de noche. Más sol, más agua, más charlas, sentados
en la arena, viendo como el sol se pone en cala Galdana. Y Víctor, de pronto, cercano, tangible y más
mío, diciendo te quiero.
Te quiero.
Llegué a casa a las nueve de la noche de un martes. Y llegué de un humor de perros, claro. Víctor tenía
razón, habían sido las mejores vacaciones de mi vida y no creo que pudieran compararse con nada. Ni
siquiera a mi luna de miel. Había sido infinitamente más romántico, dulce y prometedor que mi viaje
de novios.
Además de las pocas ganas que tenía de volver al mundo real donde mi habitación no tenía
ventana con vistas al mar, mi madre me había llamado de camino del aeropuerto a casa para echarme
una bronca bestial. Se acababa de enterar de que me había ido de viaje con un hombre que ella no
conocía de nada. Mi hermana tenía la boca como un buzón de correos. Aunque no quise entrar en
conflictos y me limité a repetir como en un mantra que Víctor y yo sólo éramos buenos amigos, era
inevitable que me hirviera la sangre al escuchar a mi madre enumerar todas y cada una de las razones
por las que aquel viaje era una auténtica barbaridad. La primera era contundente y me sentó como una
patada al hígado: “estás casada.”
¿Casada? ¿Cómo cuando Adrián se tiraba a su ayudante de veinte años?
¿Es que no iban a entenderlo nunca?
Me dije a mí misma que nunca debía contestarle a mi madre en lo concerniente a esos temas y que,
además, tenía que hablar con Eduardo, marido de mi hermana y abogado, para hablar sobre cómo
empezar a tramitar la separación legalmente. Aquello me parecía un cachondeo. No estaba dispuesta a
que mis padres me reprobaran a los casi veintiocho años algo así y que todo el mundo pudiera opinarsobre mi vida. Iba a arreglar el asunto muy pronto.
Además, era un poco más pobre de lo que ya era antes de irme. Aunque Víctor pagase los billetes de
avión y allí no tuviéramos que pagar nuestra estancia, no permití que él se hiciera cargo de todos los
gastos y ahora, después de consultar mi cuenta a través de internet, empezaba a plantearme si no
hubiera sido mejor dejarle a él presumir de situación económica.
¡Maldición! ¡Y sin ni siquiera ir a las rebajas! ¡Pobre y con el armario anticuado!
Sin embargo, un mensaje de Lola en mi buzón mejoró la perspectiva de aquella noche.
“Valeria, eres una verdadera golfa. Me acabo de enterar (y no por ti) de que llegas dentro de un rato.
Estaré en casa y posiblemente Carmen también se anime. Por favor, ven a casa y danos envidia
contándonos eso de tu piel morena sobre la arena y que nadas igual que una sirena”.
Dejé la maleta tirada en mitad del salón/dormitorio/sala de estar y me fui a casa de Lola tal y
cómo había llegado a la mía.
Me recibió con un abrazo. Barrí con la mirada el salón y vi a Carmen tirada en el sofá, con los pies por
encima de los cojines y a Nerea sentada sobre la alfombra, con una sonrisa bonachona en la boca. No
sabía nada de ella desde la noche después de su intervención.
Carmen me tiró un cojín en cuanto cerré la puerta detrás de mí.
- ¡Pero qué morena estás, cabrona!
- ¿Cómo quieres que no lo esté? ¡Si no he hecho otra cosa que tomar el sol! – me reí.
- Bueno, alguna otra cosa habrás hecho. – murmuró Lola.
- ¿Qué? – le pregunté divertida.
- ¿Cerveza? – me ofreció.
- Bueno, cuéntanos. – dijo Nerea, sentada en el suelo, con las rodillas encogidas.
- No, no, me he perdido dos semanas de vuestra vida. Ponedme al día. ¿Qué tal todo? – miré
sobre todo a Nerea.
- Bien. Ya te dije que fue bien. Nada del otro mundo.
- Eres una campeona. – le dije.
- Bah, lo tenía muy claro. Fue un mero trámite.
Lola salió de la cocina con un botellín de cerveza y un bol de ganchitos.
- ¿Y tú? ¡¿Y tu pisito?! – le dije a Carmen al ver que Nerea no quería hablar más sobre el tema.
- Pues ya está elegido. Nos mudamos en breve.
- ¡Cómo me alegro!
- Tiene dos habitaciones, está cerca de casa de Nerea y es precioso. Tiene unos techos altísimos.
- ¡Qué bien! Tienes que hacer una fiesta de inauguración.
- La madre de Borja aún no lo sabe, así que…
- No hace falta que la invites a la fiesta si no quieres. – comentó con sorna Lola.
- ¡Lo digo en serio!
- Bueno… – le hice una mueca. – Tarde o temprano se enterará. No hay más.
- A lo mejor se pone tan contenta que te hace tapetes de ganchillo para todas las mesas. – dijo
Lola.
- Y para los sofás. – secundé yo.Callaos ya, con la suerte que tengo se nos instala en la habitación del ordenador.
- O duerme entre vosotros dos para que no haya roce, que eso es por lo menos, por lo menos,
pecado mortal. – Nerea le guiñó un ojo.
- ¿Lola? ¿Y tú? – pregunté.
- Sin novedades. Nada del otro mundo.
Las demás la miraron sorprendidas. Nerea empezó:
- Lo ha dejado definitivamente con Sergio y ha prometido solemnemente sobre mi pintalabios
de Dior, que jamás volverá a llamarle para acostarse con él.
- ¿Juraste por Dior?
Lola puso los ojos en blanco.
- No me quedó otra. Se puso histérica. – dijo señalando a Nerea. – Ahora tendré que cumplir mi
palabra. Pero sólo el amor que le profeso a Christian.
- ¿Qué Christian? – pregunto Carmen, que se había perdido.
- Christian Dior, mema. – le reprendió Lola. – Venga, ahora tú. Danos envidia y cuéntanos cosas
truculentas.
Resoplé con cara de felicidad.
- Han sido unas vacaciones geniales. En serio… preciosas.
Lola se metió los dedos en la garganta y fingió una arcada. Supuse que tenía que darle carnaza para
contentarla, pero quise atrasarlo un poco.
- Lo único que ha empañado el viaje es que mi madre me ha llamado hace un rato fuera de sí y
me ha dado una charla sobre lo inmoral que es fugarse a una isla del Mediterráneo con un hombre
que no es tu marido.
- ¡Eso es porque no ha visto lo inmoral que es que Víctor esté tan bueno! Pero chata, la culpa es
tuya. ¿Cómo se te ocurre decírselo? – me preguntó Lola.
- ¡Yo no se lo dije! ¡Se lo sonsacó a mi hermana! Maldita Rebeca, qué poco duraría en un
interrogatorio…
- Bueno, cielo, si lo tuyo con Víctor va en serio tendrán que ir haciéndose a la idea, ¿no? – dijo
Nerea.
- Que va, no se la van a hacer nunca. Seguro que ahora mismo está pensando que los he
deshonrado o algo por el estilo.
- Y olvidándonos de tu madre ¿qué tal todo lo demás?
Me dejé caer en un sillón, frente a ellas y sin poder evitarlo, esbocé una sonrisa de tonta enamorada.
- Ha sido increíble. Los padres de Víctor tienen una casa muy bonita con vistas al mar, una
terraza enorme y cerca de una cala con difícil acceso a la que íbamos todos los días en una Vespa.
– pestañeé soñadora.
- De película. – dijo Carmen. – Te odio, te envidio y me dan ganas de arrancarte los ojos.
- Qué mona. – contesté con sorna.
- ¿Y con Víctor qué tal? – murmuró Nerea.
Me sentí cursi por ser tan feliz. Al final suspiré y contesté.
- No tengo palabras. Tenía miedo de estar tanto tiempo a solas con él, ya se sabe, por si
terminaba de mí hasta el culo, pero ha ido todo rodado. Hemos tenido tiempo para hablar, paraconocernos más, para…
- …para follar. – dijo Lola mirando a las demás.
- ¡Ay, Lola! – dijo Nerea.
- Pues sí. – me reí. – Es Víctor, ¿qué esperabas?
- ¿Te ha pedido ya enchufártela por la puerta de atrás?
Nerea dio un saltito, ofendida por la vehemencia de Lola. Carmen y yo nos reímos.
- No. – le dije rotundamente.
- Tú te lo pierdes. – respondió.
- ¡Pero cuéntanos algo más! ¿Habéis colgado fotos en Facebook? – preguntó Carmen.
- No. – me reí sonrojada. – No hemos hecho muchas fotos y las que hemos hecho no pueden ir a
Facebook, te lo aseguro.
Todas soltaron un silbidito impertinente, pero las ignoré y seguí hablando:
- En serio, ha sido un viaje de lo más clarificador, muy tranquilo, los dos solos… un día ni
siquiera salimos de la habitación. Abrimos el ventanal y las cortinas y nos pasamos el día allí,
contándonos cosas, hablando y besándonos.
- Vaya… – dijo Nerea maravillada.
- Y… – dije mirándolas a todas, dando un repaso visual.
- ¿Y? – añadieron todas a la vez.
- Ay, por Dior, que cuente ahora cosas de rabos. – rezó Lola con las manos juntas junto al pecho,
mirando hacia arriba.
- Víctor me dijo “te quiero”. – confesé triunfal.
Lola se levantó del sofá como si le hubieran sentado sobre brasas de pronto.
- ¡¿Cómo?! – gritó.
- Me dijo te quiero. – sonreí.
- ¿Dónde, cuándo y cómo? – dijo Carmen.
- Pues el sol se ponía, hacíamos el amor en la cama con las sábanas recién cambiadas, olía a
lavanda y él dijo: te quiero, mi amor.
- ¿¿¿Te quiero, mi amor??? ¿En qué postura lo estabais haciendo? – preguntó Lola.
- ¿Crees de verdad que eso viene a cuento? – le dije arqueando una ceja.
- ¡Claro!
- Yo encima. – confesé esperando que no preguntase nada más.
- ¿Sexo vaginal o anal?
- ¡Lola, por Dios! – me quejé. – ¡He dicho que estábamos haciendo el amor!
- Sí, es muy romántico. – sentenció muy seria.
- ¿Y tú qué contestaste…?
- Lo lógico. ”Yo también te quiero”. – sonreí despreocupada.
Nerea y Carmen soltaron un “oooohhhhh” a coro que me hizo reír. Mientras tanto Lola se fumaba un
pitillo alucinada.
- Parece que has visto un fantasma. – le dije.
- Más o menos. Es como si ahora mismo te dicen que yo he encontrado la fe y me he metido aun convento de clausura.
- ¡No seas exagerada!
- Valeria, que yo he visto a ese hombre enrollarse con dos hermanas y que ellas no lo supieran.
¡Pero si una vez se hizo a la novia de un colega en el baño de un restaurante mientras su novio
comía tranquilamente! ¡De uno de sus colegas! Eso fue bueno, la verdad… – sonrió y le dio una
calada al cigarrillo – En el fondo me muero de envidia, ¿sabes? Yo no pude con él. Eres la
excepción que confirma la regla.
Y la confesión me sorprendió.
- ¿Qué regla? ¿Salir con tu amiga Lola de copas cuando estás casada sale mal? – preguntó
Carmen muerta de risa.
- No, que una mujer no puede cambiar a un hombre. Todas hemos fantaseado alguna vez con el
hecho de coger a ese hombre incorregible y hacerlo nuestro perrillo faldero. – dijo Nerea.
- Víctor no es mi perrillo. – sonreí.
- Es mejor, es un hombre increíble enamorado de ti.
- Ya. – pestañeé. – Es increíble.
- Es guapo, tiene un buen trabajo, una polla como un misil, una lengua hábil, hábil… un montón
de abdominales y dinero, por no hablar de que le encantan los niños y te llevarías una joya de
suegra. – añadió Lola. – Porque yo conozco a su madre y te digo desde ya que es aún mejor de lo
que parece.
- ¡Joder, quiero matarla con mis propias manos! – susurró Carmen sin mirarme, crispando sus
dedos.
Sonreí. Sí, era muy afortunada. ¿Demasiado? No. Nunca se es demasiado feliz.
¿Qué importaban los discursos morales que me diera mi madre por teléfono mientras Víctor y
yo tuviéramos aquello? En realidad, hacía relativamente poco que habíamos empezado. A penas tres
meses desde que nos conocíamos y ya parecía que iba en serio. ¿Sería una de esas cosas que parecen,
parecen, parecen pero luego se esfuman sin ser? No tenía sentido preocuparse y dejar de vivir aquello.
Además, ¿por qué iba Víctor a camelarme con semejantes milongas?
Antes de acostarme recibí un mensaje suyo en el que decía lo mucho que le iba a costar dormir
sin encontrar mi cuerpo a su lado en la cama. Se despedía con un “te quiero”.
Uhm… todo era tan perfecto que… ¿no parecía un poco imposible?

Valeria en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora