Nerea llegó a casa a las diez y se apresuró en arreglar la casa y ponerse cómoda antes de que
apareciera Daniel. Habían quedado para cenar.
Cuando él llegó se besaron en la puerta, con dedicación.
- Te he echado de menos. – le dijo él mirándole a los ojos.
- Y yo.
Nerea sintió una punzada de remordimientos. ¿Lo diría él como ella, como un formulismo, o
realmente lo sentiría?
- Me muero de ganas de que lleguen las vacaciones. – siguió diciendo Daniel.
- ¿Has pensado ya dónde iremos?
- Estoy en ello, de tanto pensar me entró dolor de cabeza. – Daniel se tocó las sienes.
- Exagerado.
- No, en serio, he tenido una reunión con la plantilla y me han puesto de una mala leche…
- Y eso que ya no está Carmen.
- Buff… llega a estar Carmen y allí acabamos a tortas. – se rio.
- ¿Quieres una aspirina?
- Gracias, cariño.
- ¿Puedes cogerla tú? Está en el armario del baño.
Nerea se puso a hacer la cena. Daniel tardaba y todo estaba en silencio. ¿Qué pasaba?
- ¿Las encuentras?
- Nerea…
Ella se giró. Daniel llevaba en la mano todas las cajas de los medicamentos que tuvo que tomar los
días posteriores al aborto.
- Dime. – quiso fingir naturalidad.
- ¿Qué es todo esto? ¿Estás enferma?
- Oh, no, nada. Unas tonterías que me recetó el especialista.
- Esta no parece una tontería… – tenía el prospecto en la mano. – Aquí dice que sirve para
detener hemorragias y sangrados.
- Entre otras cosas. ¿Qué te apetece cenar?
- Nerea, ¿qué pasa?
- Nada. Si pasara algo no estaría tan tranquila, ¿no crees?
- Estás fingiendo tranquilidad. ¿Qué es todo esto?
Ella se apoyó el banco de la cocina y se humedeció los labios.
- Hace un par de semanas me sometí a una pequeña operación sin importancia y tuve que estar
tomándome todas esas cosas en el postoperatorio.
- ¿Qué pequeña operación?
- Muelas. – dijo lo primero que se le ocurrió.
- Te vi esa semana y no fueron las muelas. – Daniel estaba empezando a sentirse aturdido.
- Dani… no le des importancia a algo que no la tiene.Nerea cerró los ojos, se apartó el pelo de la cara con las dos manos y luego cogiendo aire lo soltó.
- Daniel, aborté. Estaba embarazada de casi nueve semanas, por supuesto, de ti. Me ha dicho la
ginecóloga que lo más probable es que la píldora aún no fuera efectiva cuando me quedé. O quizá
falló.
Él se quedó mirándola durante unos segundos, en silencio. Nerea pensó que tristemente, había llegado
ese momento que había estado postergando. Iban a tener que hablar… Pero en ese momento Daniel
abrió la boca y se encogió de hombros.
- Bueno, ¿estás bien?
Nerea palideció. De todas las reacciones que esperaba, aquella era la más extraña.
- Sí, supongo que sí.
- Pues… esto… ¿te ayudo con la cena?
Nerea no contestó. Su cara prefabricada de no pasa nada se había puesto en funcionamiento. Por
dentro se preguntaba qué narices acababa de pasar. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Qué
esperaba realmente de Daniel? ¿Por qué se sentía tan decepcionada?
Aunque era muy buena conteniendo sus emociones y reacciones, no pudo evitar pedirle a Daniel que
no se quedara aquella noche. Inventó con naturalidad que el día siguiente tenía una reunión que aún no
había preparado y que necesitaría estar sola para concentrarse. Cuando se besaron en la puerta, al
despedirse, Nerea no sintió nada. Nada.
Y entonces empezó a plantearse algunas cosas como, ¿realmente lo sintió alguna vez?
Borja y Carmen se miraron en la mesa. Estaban cenando en casa de sus padres, se suponía, para
anunciarles que habían alquilado un piso y pronto se mudarían. Pero nada, el reloj seguía con su tic
tac, tic tac, y Borja no se hacía el ánimo. Él y su padre seguían charlando sobre los buenos resultados
de una campaña en la que había trabajado y su madre le explicaba a Carmen cómo hacer un buen
guiso. Por favor, una soga…
Por mucho que quisiera fingir ella no era así, no le gustaba estar metida en aquel museo del ganchillo
y la porcelana. Se ahogaba. Ni siquiera podía resistir más de dos horas seguidas en casa de sus padres.
Todas las casas, excepto la suya, se le caían encima después de un ratito.
Allí, esa sensación se multiplicaba a la enésima potencia. En casa de los padres de Borja lo que en
casa de la suya le daba risa, se tornaba hasta terrorífico. Llevaba toda la cena mirando con gesto
angustiado una figurita de cerámica de un payaso sonriente sobre una rueda de bicicleta. Si se hubiera
despertado con eso a los pies de su cama hubiera entrado en un coma irreversible.
Le miró de reojo a él, concentrado en cortar en pequeños trozos toda la comida del plato. Era
evidente que tampoco estaba cómodo, que para él era una obligación, pero siempre cedía al chantaje
emocional de su madre. Carmen recordó cuando él decía que las relaciones eran de dos personas y de
nadie más. Tuvo ganas de coger un megáfono y gritarlo allí mismo.
La señora Puri seguía hablando sobre cuánto tiempo es recomendable dejar en la olla el hueso del
jamón. Dios… el tiempo no pasaba. Borja levantó la mirada del plato y mirando a Carmen puso los
ojos en blanco sin saber que mentalmente ella le maldecía a él por no arrancarse a hablar lo que
habían venido a hablar. Nosotras que la conocíamos bien y desde hacía muchos años, sabíamos la
facilidad que tenía para retroalimentarse en situaciones de tensión, pero Borja no adivinó el momento
en que Carmen decidió que estaba harta. Iba a hacerlo por su cuenta y riesgo.
Cruzó las piernas, se acomodó en la silla y con la ceja izquierda levantada se aclaró la voz y dijo:
- Bueno, Borja… ¿les pusiste al día ya?
Un silencio en la mesa contestó por él que no. Borja la miró de reojo mientras soltaba el tenedor y
buscaba su paquete de tabaco en los bolsillos de su pantalón.
- No vi el momento. – contestó seco, lanzándole una mirada.
- ¿Estás embarazada? – preguntó su madre alarmada.
- No, lo que estoy es estupenda. – contestó ella en tono condescendiente.
El padre de Borja se pasó la servilleta sobre la boca para disimular una carcajada.
- ¡Qué susto! ¡Qué disgusto me iba a llevar! – siguió Puri.
- La verdad es que… – Borja se mordió los labios. – Hemos decidido irnos a vivir juntos.
La madre de Borja dejó caer la cuchara sonoramente sobre el plato.
- Pero hombre, no os precipitéis. Aún os estáis conociendo. – dijo con la voz tomada.
- Bueno, está más que decidido. Ya tenemos piso. – añadió Carmen.
El padre de Borja les dio la enhorabuena. Preguntó si no habría boda de por medio, pero sin darle
mucha importancia. Sonrió hacia Carmen y empezó a contarle, con ternura, lo duro que es el primer
año de convivencia.
- Aunque os enfadéis, no os vayáis nunca a dormir sin daros un beso. – les recomendó.
Para una persona normal aquello no era más que ley de vida. Un paso más. Ya está. Para una madre
dominante aquello era una patada en el hígado. Su suegra se levantó de la mesa sin decir nada, recogió
platos y fue hacia la cocina. Aún se preguntaba cómo podía ser que Borja fuera una persona
completamente normal, desenvuelto y decidido y se convirtiera en el hijo obediente temeroso de su
mamá en cuanto traspasara el umbral de la puerta de aquella casa. Sobre todo cuando su padre era tan
afable y…
- Estarás contenta. – susurró Borja entre dientes, interrumpiendo sus pensamientos.
- Pues sí. – le contestó de peor humor aún.
Cuando la cena terminó y el ambiente no se distendió, Carmen anunció que se iba. Después,
apartándose en un rincón le dijo a Borja que no quería que la acompañase a casa.
- Cogeré un taxi. Ahora mismo no eres buena compañía.
Borja estaba enfadado, con los labios apretados y Carmen estaba segura de que meterse en el coche
con él no era buena idea. Él añadió que la acompañaría abajo. Así que ya estaba decidido… se iba a
armar parda de todas formas. Borja no era de esos que se dejaban cosas en el tintero y menos en
aquellas condiciones de ánimo.
Bajaron en el ascensor callados y se miraron en la oscuridad del portal. Carmen esperaba a
que él empezara. Iba armada hasta los dientes de argumentos lógicos y adultos, sin embargo, estaba
algo temerosa con no saber por dónde le iba a salir Borja.
Éste se aclaró la voz y empezó.
- ¿Por qué te empeñas siempre en hacer las cosas a tu manera? ¿No entiendes que a veces tu
manera no sirve? No es tu madre. No es tan fácil. ¡Déjame a mí, joder!
- ¡Si espero a que tú te arranques puedo cumplir los cuarenta!
- ¡¡Es mi madre, joder!! Deja que lo haga a mi ritmo. Acabas de cagarla ahí arriba y parece que
incluso te sientes orgullosa. Diría que… incluso… ¡lo has hecho a propósito!
- Borja, faltan dos semanas para que firmemos el contrato y demos de alta la luz, el agua, el
gas… ¿no te parece que ya has tenido suficiente tiempo? Además, ¡ya viste a tu padre! ¡Se
alegró!Déjalo, Carmen, no lo entiendes.
Borja fue hacia el ascensor otra vez.
- No, Borja, el que no lo entiendes eres tú. No soporto esto. No lo aguanto y si lo hago es por ti.
– Carmen llamó su atención.
- ¿Qué no aguantas? – y Borja volvió a grandes zancadas.
- ¡Pero si no aguanto mis propias comidas familiares!
- Pero, ¿a ti qué te pasa? ¿De dónde has salido? – contestó él sorprendido.
- ¡Lo que me faltaba! ¡¡El problema no soy yo, Borja!! Cada uno tiene sus límites y yo lo tengo
muy corto con las cuestiones familiares, no hay más. El problema es tu actitud para con tu madre.
Si no dejas de darle alas jamás, siempre la tendrás detrás.
- Ella sólo se preocupa por mí, es completamente normal. Lo que no es normal es que tú tengas
ese tipo de actitud, porque Carmen, te guste o no esa es mi familia y si esto sigue adelante
terminarán siendo parte de la tuya. ¿A dónde vamos a parar si no?
- Una cosa es preocuparse por su hijo y la otra entrometerse. Y nunca serán mi familia. Son la
tuya y soy consciente de que siempre tendré que ser amable y estar dispuesta a estar metida en el
museo del ganchillo con tu madre de vez en cuando, pero no es mi madre. ¡No es mi madre, no
tengo por qué tragar ciertas cosas! Si a esto me vas a contestar de malas maneras cojo la puerta y
me voy, porque ante todo, por mucho que sea tu madre, tienes que ser imparcial y darme la razón
en algo tan evidente.
- Hacer las cosas así no mejora nada, Carmen.
- ¡Pero alguna vez tendríamos que decírselo! ¡Vas a mudarte! ¿Sabes qué? Fue un error venir.
Fue un error conocer a tus padres. ¡Yo quiero vivir contigo, no con tus padres!
- Pues lo siento, Carmen, pero las cosas no funcionan así y lo sabes.
- ¡A ti tampoco te gusta tenerla detrás! – dijo ella exasperada
- ¡Pues claro que no me gusta, por dios, Carmen! ¿Crees que no querría poder hacer lo que me
saliera de las pelotas?
- ¡Pues hazlo! ¡¡Tienes treinta años!!
- ¡Carmen, no lo entiendes!
- Borja, no soy madre, pero mi opinión es que cuando una trae al mundo una criatura se hace
cargo de que un día querrá tener vida propia.
Borja salió a la calle y se encendió un cigarrillo.
- Discutir por esto es una pérdida de tiempo si no intentas, ni siquiera, darte cuenta de la
realidad. – contestó Carmen tranquila.
- Discutir por esto es una pérdida de tiempo porque tendrías que haberte quedado callada ahí
arriba.
Carmen localizó la luz verde de un taxi y salió a la calzada para hacerle una seña. El coche paró justo
junto a ella.
- No me llames hasta que lo entiendas. Si no lo haces nunca, yo no quiero vivir contigo.
Las consecuencias de ser una cobarde.
No pegué ojo en toda la noche. Cuando Víctor desapareció me metí en la ducha y estuve cerca
de una hora allí, convenciéndome a mí misma de que acababa de tomar la decisión adecuada. Estaba
velando, al fin y al cabo, por mi salud mental, por mi integridad emocional… mierdas varias.Cuando me desperté decidí que tenía que ser consecuente con todo lo que había hecho y dicho el día
anterior y solucionar los cabos sueltos. Luego podría olvidarme de todo y entrar en coma si quería.
Lo primero era solucionar los papeles del divorcio y lo segundo, el tema de que mi madre se
creyera con la potestad de opinar sobre las cosas que estaban bien o no en mi vida. Llamé al timbre de
casa de mi hermana a las once de la mañana y la suerte quiso que pudiera matar dos pájaros de un solo
tiro: mis padres habían aprovechado el sábado por la mañana para ir a ver a la niña. Mi madre iba a
tener que escucharme decir ciertas cosas que a lo mejor no la hacían del todo feliz, pero que tendría
que aceptar sí o sí.
Me dirigí a Eduardo, nada más llegar y delante de todos le pregunté si él podría ayudarme a gestionar
mi divorcio rápidamente.
Mi madre entró en bucle…
- No hagas tonterías, Valeria. Estás siendo una cría y…
- ¡Cállate! – la interrumpí gritando.
Un silencio reinó en el comedor. Todos me miraron.
- Quiero hacerlo cuanto antes. – le dije al marido de mi hermana.
- Necesito un papel que atestigüe vuestro estado civil. Vamos a intentar hacerlo de mutuo
acuerdo. Será mucho más rápido.
- ¿Y si no hay acuerdo?
- Hay que hacerlo por lo contencioso y es algo más complicado. Lo bueno es que al no tener
hijos no hay que hablar de retribuciones económicas mensuales ni de custodia… Me pondré en
contacto con Adrián cuanto antes. – dijo Eduardo muy serio. – Y no te preocupes, Valeria, yo me
encargaré de todo.
- Te estás equivocando. – volvió a decir mi madre.
- ¡No juzgues cosas que no conoces! ¡Adrián se acostó con otra! ¿Qué, eso también lo tengo que
callar como una buena esposa? ¡Pues no me da la puta gana! ¡Ha estado acostándose con su
ayudante mientras yo me sentía una mierda en casa! ¡¡Se acabó!! Ayer vino a casa, me gritó, me
llamó puta y me destrozó el teléfono. ¡No quiero volver a escuchar hablar de él!
- Pero Valeria…
- ¡No! – contesté. – Se acabó. Mi vida es mía y en ella sólo mando yo.
Se escuchó el llanto de mi sobrina en una explosión y cerré los ojos.
- Joder, Rebeca, perdona. Perdona. No quería despertarla.
- No te preocupes. – me dio un beso en la mejilla. – Soluciona eso cuanto antes y olvídate de
todo lo demás.
Después volví a coger aire, me pasé las manos por el pelo y me marché. Aún tenía cosas que hacer.
Respiré profundamente frente a la puerta de Víctor. Las llaves palpitaban en mi bolsillo derecho, pero
llamé al timbre. Por sorpresa, no fue él quien abrió.
- Hola Aina. – dije avergonzada.
- Ohm… vaya, Valeria. ¿Qué tal? Pasa. – por el tono de su voz estaba claro que estaba al tanto
de la situación.
Me pregunté cómo me habría recibido Natalia, la hermana de Adrián…
- Yo sólo venía a devolverle a Víctor algo… ¿podrías dárselo tú?Yo casi preferiría que fueras tú misma la que…
- No, no, por favor, tómalo. – le tendí las llaves, en una súplica.
Aina recogió las llaves en la palma de su mano y después cerró los dedos sobre ellas. Escuché la voz
de Víctor. Estaba hablando por teléfono.
- Por favor, dáselas a él, Valeria. – suplicó en un susurro.
- No, no puedo.
- No le dejes. – y lo dijo en un murmullo muy sentido.
- Lo siento.
Me di la vuelta para irme cuando Aina llamó a su hermano con una voz. Él acudió en dos zancadas
desde el salón y ella desapareció dentro de la casa.
- Te llamo luego, ¿vale? – escuché decir a Víctor.
Me giré lentamente. Él tenía en su mano el llavero que yo le había entregado a su hermana y estaba
dejando el teléfono en la pequeña balda del recibidor. Me recordó a la noche en la que me acosté con
él por primera vez.
- Yo sólo venía a devolverte las llaves. – dije con un hilo de voz.
- Ya veo.
Asintió. Ninguno de los dos dijo nada.
- Será mejor que me vaya. – añadí.
- ¿No vas a entrar en razón? – frunció el ceño, pero sin rastro de enfado, si no, más bien, de
decepción.
- No. – negué con la cabeza. – No puedo.
- Entonces, ¿es esto definitivo? ¿Estás rompiendo conmigo de verdad?
- Sí.
Víctor se apoyó en el marco de la puerta, dejando la cabeza sobre la madera. Estuve a punto de
flaquear.
- Me da igual lo que diga Adrián. Yo sé lo que siento por ti. – y lo dijo en una voz muy baja,
como si le avergonzara tener que decirlo.
- ¿Qué te hago envejecer?
- No me hagas caso cuando me pongo así. Digo tonterías… – se pasó la mano por los ojos,
frotándolos.
- Víctor no son tonterías… Es lo que piensas.
- Entra. – me dijo.
- No. – negué energéticamente la cabeza. – No voy a entrar.
- Entra por favor. Vamos al menos a hablarlo como personas adultas.
- ¿Es lo que somos?
Víctor hizo chasquear la lengua contra el paladar. Después dijo:
- Te quiero.
- No. – y aguanté estoicamente las ganas de llorar. – No me quieres, Víctor. No lo haces…
- Sé por qué estás haciendo esto. – levantó las cejas.
- No, no creo que te hagas a la idea.Me hago cargo. – sonrió entre dientes. – Es más fácil así, ¿no?
- Esto tampoco es fácil para mí. Deberías saberlo. Pero tú no… no puedes… – cerré los ojos y
después, recuperando la compostura añadí – Me voy.
- Así no haces más que darme la razón y de paso a él una alegría.
- Déjalo estar, Víctor.
- ¿Te vas? ¿De verdad me dejas y te vas?
- Sí.
- ¿No me quieres?
Bajé la mirada al suelo. No contesté.
- Si te vas, me destrozas, Valeria… – susurró.
- No puedo…
- No lo hagas.
- No puedo quedarme. – le miré.
- Si te vas voy a tener que pedirte que no vuelvas.
La voz de Víctor sonaba serena.
- No pensaba hacerlo.
- Te lo dije ayer. No quiero terminar odiándote. Prefiero quedarme con el recuerdo de que yo lo
intenté. Has sido tú quien ha tirado la toalla.
Miré al suelo, avergonzada. Como no añadí nada más Víctor terminó:
- Bien. Si es lo que quieres, al menos, hagámoslo bien.
Me di la vuelta y antes de alcanzar el primer escalón ya escuché la puerta cerrar, suavemente, detrás
de mí.
Víctor iba a rehacer su vida. Víctor saldría aquella noche y, si quería, podía incluso volver
acompañado a casa. Podría follarse a otra sin más y olvidarme pronto. Volver a llamar a las chicas de
su agenda un día sí, otro también. Víctor volvería a enamorarse un día, de pronto. Ese día sonreiría al
pensar que en realidad nunca me quiso y que todo había sido un espejismo.
Bajé la calle con la cara empapada. No me reconocía. Con lo dura que había sido siempre con
los lloriqueos. Últimamente parecía una cría en plena edad del pavo, sin dejar de llorar.
Quise respirar hondo, controlarme, pero por más que lo intenté, no pude. Era como si hubiera ido
llenando un vaso y acabara de desbordarse.
Me metí en un taxi desconsolada y muerta de vergüenza. No podía dejar de pensar que Víctor
se levantaría de aquello en cuestión de días, que él me olvidaría y que yo me quedaría sola. Pensé que,
en aquel preciso momento, probablemente ya se había dado cuenta de su error.
Llamé a la puerta de Lola hecha un mar de lágrimas. No podía parar de llorar. Lola al abrirme se
asustó tanto que, cuando nos sirvió una copa a las dos, le temblaron las manos. Me costó que
entendiera por qué no iba a volver a ver a Víctor jamás, porque aquella ruptura sí era definitiva. Le
costó mucho menos entender que la semana siguiente ya estarían en trámite los papeles de mi
separación.
En ese tipo de ocasiones Lola no es muy amiga de las palabras. Tiene la sabia idea de que cuando no
hay nada que tú puedas hacer para mejorar una situación, el silencio es la mejor salida. Así que al
principio, fiel a su costumbre, no comentó nada. Me acomodó en su sofá, mientras yo lloraba. Aquelsilencio me reconfortó. Lola acariciaba mi brazo, sentada en el suelo junto a mí, fumándose un
cigarrillo, pero más pronto que tarde, decidió hablar.
- Esto no es normal, Valeria. Tú nunca lloras. Tú eres de las mías. Ni siquiera a Adrián le
lloraste tanto y eran un divorcio y diez años juntos… ¿crees de verdad que es mejor alejar a
Víctor?
Asentí.
- ¿Por qué?
- Mejor ahora que dentro de un tiempo.
- Sabes que eso no tiene por qué pasar. Él no es… él nunca fue como contigo.
- Pero si deja de quererme me mata. – sollocé.
Lola suspiró y volvió a sumirse en su sabio silencio.
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Valeria en el espejo
RomansaValeria está inmersa en una vorágine emocional. Valeria acaba de publicar su novela y tiene miedo a las críticas. Valeria se está divorciando de Adrián y no es fácil. Valeria no sabe si quiere tener una relación con Víctor. Y mientras Valeria teme...