La respuesta esperada.

557 14 0
                                    

- ¿Y qué le contestaste?
- Nada. – dije encogiéndome de hombros.
Lola se paró frente a un escaparate, mirándome, sorprendida.
- ¿Cómo que nada? Te dice que vais demasiado rápido y ¿te piras?
- Salí de la ducha, me vestí y me fui. – la miré compungida. – Ni siquiera esperé que saliera él.
- ¿Ese chico se acuerda de que dejaste a tu marido por él? – preguntó indignada.
- No lo dejé por él. Adrián y yo ya no éramos marido y mujer desde hacía tiempo. – carraspeé
algo molesta.
Y es que no estaba acostumbrada a vérmelas con situaciones de ese tipo. ¡¡Llevaba casada desde los
veintidós, por Dios!! Estaba habituada a una relación que, aunque dejaba mucho que desear, era
estable. Esos vaivenes me ponían cardiaca… el querer tener pero no atreverse a pedir. Empezaba a
entender muchas cosas de las relaciones de Carmen, Nerea y Lola que, durante los últimos años, me
habían parecido extrañas y profundamente burocráticas. Yo estaba demasiado acostumbrada a hacer y
decir sin tener que pensármelo dos veces. Pensaba que las estrategias de seducción no iban conmigo
pero… ¿y si con Víctor iban a hacerme falta? En ese caso supongo que todo terminaría cayendo por su
propio peso.
- ¿No te ha llamado? – volvió a preguntar Lola, devolviéndome a nuestra conversación.
- Me envió un mensaje anoche. – confesé tras humedecerme los labios.
- ¿Y?
- Me decía que pidiéndome aquello no esperaba verme desaparecer. Llevo casi tres días sin
darle señales de vida. Le tengo pánico… No quiero estropearlo.
- Vaya, qué complicado, ¿no? – reanudó el paso.
- No creas que lo es tanto.
Lola entró en una tienda y ojeó un perchero. Yo la seguí.
- ¿Qué quieres decir con que no lo es tanto? – dijo mientras miraba trapitos.
- Que en realidad es mucho más fácil de lo que parece, pero me da la sensación de que su freno
de mano interno lo enreda todo. Es eso lo que me da miedo. Después dicen que somos nosotras
las que complicamos las cosas… – y cogiendo una percha me quejé – Ay por Dios, no me traigas
a tiendas, que no puedo comprar…
- Valeria. – Lola me miró, muy seria – ¿Te estás enamorando de Víctor?
Me mordí el labio superior y después, haciendo como si miraba más trapitos añadí:
- Nunca me había sentido así. No sé decirte qué es, pero… es tan… Me siento completa con él,
¿sabes? Me hace reír, encajamos en la cama, me abraza, me aprecia y supongo que a su manera
me está haciendo feliz.
- Eso es amor. – sentenció.
- No lo sé, Lola.
- ¿Cuál es el problema entonces? Te hace feliz, ¿sabes lo difícil que es encontrar eso?
- También me hace sentir insegura. Muy insegura.
- Estáis empezando. – replicó ella. – Olvídate de toda esa mierda del latin lover con la chorra en
alquiler. Si él está cambiando de chip, tú también tienes que hacer un esfuerzo…No es eso. Es que… no me acostumbro al hecho de tener que pensar tres veces las cosas que
digo o hago. Siempre con miedo de que agobie y se marche por donde vino…
- Ya… entiendo esa sensación. Es una mierda. A mí también me da por culo. – dijo con
desparpajo.
- Además, ¿y Adrián?
- Pero Valeria – siguió mirando con desgana la ropa colgada – ese comentario es más bien digno
de Nerea. ¿Y Adrián? Pues Adrián ha pasado a ser historia. Que le peten. Te hizo feliz unos
años…
- ¿Y ya está? Ha sido la persona más importante de mi vida durante diez años. Todas las cosas
importantes que he hecho las he hecho junto a él. ¿Y le olvido en un par de meses?
- ¿Te ha apoyado mucho él para hacer esas cosas importantes, Valeria?
Me callé. La respuesta era un poco triste.
- Adrián te adoraba… no sé qué le pasó ni por qué empezó a mirarse el ombligo con tanta
asiduidad, pero lo cierto es que empezó a quererse más a él mismo y a su trabajo.
- No creo que él fuera el problema. Creo que éramos los dos.
- Pues si eráis los dos y otro hombre te hace feliz… blanco, en botella y no es lefa.
Puse los ojos en blanco. Ay Lola… con ella hasta la conversación más normal del mundo terminaba
con guarradas.
Mientras Lola descolgaba algunas cosas de los burros de metal y les echaba un vistazo a las etiquetas,
lo pensé un segundo. ¿Enamorada de Víctor? Bien, pues empezaba a tener problemas de verdad y
ahora ya no sólo sería mi tarjeta bancaria la que aullaría. ¿O es que había olvidado que además de
recién divorciada era pobre como una rata?
El soniquete de mi teléfono móvil se interpuso en la conversación que estaba teniendo conmigo
misma. Metí la mano en el bolso y palpé la cartera, el Ipod, la bolsa de aseo…
- Joder, sujétame el saco este, que no encuentro el móvil.
Lola lo mantuvo abierto frente a mí hasta que lo cacé. Luego se lo colgó al hombro y se miró en un
espejo.
- Me gusta este bolso.
- Te lo vendo – le dije antes de contestar a la llamada – Hola mamá. ¿Qué pasa?
- ¡¡Valeria!!¡Tu hermana acaba de dar a luz!
- ¡¿Ya?!
- ¡Sí! Tienes que venir a conocer a Mar.
- Dame… veinte minutos.
Le quité el bolso a Lola de un tirón y colgué.
- Lolita, me tengo que ir. ¡Ya soy tía!
- ¡Enhorabuena!
Lola me dio un abrazo, recuerdos para mi hermana y un beso en la frente. Después salí corriendo y
paré un taxi a la puerta de la tienda. Un taxi, madre mía, qué lujos me permitía yo con mi precaria
situación económica.
Entré en la habitación despacito. Mi madre sostenía a la niña en brazos y mi hermana Rebeca
dormitaba en la cama, bien tapadita. Se notaba que mi padre la había arropado como lo hacía cuandoéramos pequeñas, tipo momia.
- Hola. – dije suavemente.
Mi madre me enseñó a mi sobrina, dormidita, con las manitas diminutas colocaditas sobre su
barriguita. Y me reí nerviosamente. La cogí y ni siquiera se inmutó. Estaba a punto de ponerme a
llorar, con lo dura que soy yo para las lágrimas, cuando Rebeca abrió un ojo y sonrió.
- ¿Cómo has podido hacer una cosa tan bonita dentro de ti? – le dije.
- Ya te dije que no eran gases.
- ¿Qué tal fue?
- Muy rápido. Me desperté a las siete con contracciones y a las once y media ya la tenía en los
brazos.
- Hasta en eso tienes suerte, perra. – bromeé.
Entonces, alguien llamó a la puerta.
- ¿Sí?
- Hola.
Adrián se asomó a la habitación con un paquete en la mano. Busqué a mi madre, que rehuyó mi
mirada. Culpable, sin duda. Qué bien. Qué ilusión. Justo lo que necesitaba. A mi ex marido celoso por
una relación que apenas conseguía llevar con dignidad.
- ¿Qué tal? – le sonreí falsamente.
Se acercó y acarició a la niña en la mejilla.
- Rebeca, es preciosa. – dijo.
Después me miró con ternura y susurró un lo siento, sentido, que se me clavó en mitad del alma.
- He cogido el regalo… me lo llevé sin querer entre mis cosas al mudarme.
- Gracias.
Cuando Rebeca me contó que estaba embarazada lo primero que hice fue arrastrar a Adrián a una
librería. Compré la edición más bonita de “El Principito” que encontré y la firmé al momento.
“Que tu vida sea un cuento de hadas.
Te quiere,
Tu tía Valeria”
Desde que lo guardé en casa no había vuelto a verlo.
Pasamos un rato en silencio sentados en el sofá de la habitación, con la niña en brazos. Mi
sobrina y mi repentina adoración por alguien que hacía unas horas habitaba en la barriga de mi
hermana, hacían el momento un poco menos violento. A ratos incluso se me olvidaba que él estaba
allí. Hasta que Adrián me rozó la mano con la yema de uno de sus dedos y sonrió. Eso lo hizo todo un
poco más complicado. Y mi madre terminó por arreglarlo del todo.
- A ver si me dais una alegría vosotros y me dais otro nieto. –dijo, haciéndose la tonta.
Y dentro de mi cabeza pensé que para hacer niños hace falta hacer el amor y la verdad, ya no me
imaginaba haciéndolo con Adrián. Con el único con el que me imaginaba haciendo niños era con
Víctor.
Uhmmm… ¿hacer niños con Víctor? Oh, Dios. ¿Y si Lola tenía razón y me estaba enamorando?
Lancé una miradita a mi lado y descubrí a Adrián con los ojos fijos en mí. Y hacía tantísimo que nome miraba de aquella manera… no pude ni siquiera contestarle con desdén a mi madre. Estaba tan
violenta. Bravo mamá. Gracias por el momento de tensión infernal.
- Oye, Valeria… ¿te apetece un café? – susurró Adrián.
- Uhm… sí. – me apetecía un café, pero con cicuta, para más señas.
Mi madre cogió a la niña y la dejó en los brazos de mi hermana, que le hizo un arrumaco. Antes de
salir por la puerta Rebeca me pidió un bocadillo de calamares y yo me fui riéndome.
Nos sentamos en una mesa de la cafetería del hospital con unos cafés entre nosotros. Ninguno
de los dos se atrevía a dar el paso y empezar aquella conversación, pero estaba claro que no estábamos
allí por la calidad de la comida. Carraspeé suavemente y él rompió el hielo.
- Siento mucho cómo me puse el otro día por teléfono. Pero tienes que entenderme. Soy tu
marido.
Moví la cabeza. Mal empezábamos. No sé por qué, pero me pregunté qué opinaría Víctor de esa
afirmación. Lo aparté un momento de mi cabeza y me centré en lo que estábamos. Un asunto detrás de
otro.
- Adrián, ¿cuál crees, sinceramente, que es el problema que hay entre los dos?
Dudó un momento.
- No quiero que seas políticamente correcto, quiero que seas sincero. – remarqué.
- Creo que el problema es ese chico con el que andas, Valeria.
Me reí. Lo sabía.
- ¿Tú no tienes nada que ver?
- Sí, pero si él no estuviera en estos momentos donde está, probablemente ya lo hubiéramos
arreglado.
- ¿Pero tú quieres arreglarlo? – pregunté sorprendida.
- ¡Claro que quiero arreglarlo!
Pues yo no quería arreglarlo. Mirarlo me recordaba algo que había intentado llevar a buen término y
que terminé abandonando. Yo ya no lo quería y no quería estar casada con él. Quería… seguir con mi
vida, superarlo y hacer algo bien con otra persona. Y seguramente cuando él se sentara a meditarlo de
verdad, llegaría a la misma conclusión que yo.
- Adrián, seamos sinceros. – me humedecí los labios. – Tú no me quieres.
- Eso no es verdad.
- Cambiaré la formulación de la frase: nosotros ya no nos queremos. – y al decirlo me di cuenta
de que era la pura verdad.
- Habla por ti, no lo hagas por mí.
- Si eso no es verdad, entonces no me explico por qué te acostaste con Alex y por qué los
últimos, no sé, seis, ocho meses de nuestro matrimonio, fueron un auténtico asco.
- No eres justa. – dobló su servilleta una y otra vez.
- Hacía meses que no me tocabas. Muchos. Y no era el único de nuestros problemas.
Negó con la cabeza.
- ¿No vas a pasarlo por alto? – dijo mirándome, con la cabeza gacha.
- ¿Qué me estás pidiendo exactamente que pase por alto?
- El sexo, joder, Valeria. El puto sexo.¡Por supuesto que no! ¡Te follabas a tu ayudante, por Dios santo!
- ¿Es eso lo que te da él? ¿Eh? ¿Es eso? ¿Folláis a menudo? – levantó las cejas y se irguió.
Al principio me quedé en blanco. Después pensé en contestarle pero, finalmente, sólo me levanté de la
mesa, indignada.
- ¿Qué haces? – se levantó detrás de mí.
- Me voy. No quiero hablar contigo. Al menos no hasta que recuperes la cordura y dejes de
tratarme como lo haces.
- ¿Y cómo lo hago?
- Como a una cualquiera.
- Te estás vendiendo por unos cuantos revolcones. Creo justo que lo sepas.
Cerré los ojos, fruncí el ceño y le pregunté:
- ¿Leíste el libro, Adrián?
- Estoy en ello. Tienes que entender que para mí leerlo es como masticar cristales.
- Al menos estamos de acuerdo en algo. Para mí escribirlo fue algo similar.
- Entonces, ¿por qué lo hiciste?
- Podría contestarte a esa pregunta pero prefiero que lo averigües tú solo.
Salí andando por el pasillo. Cuando estaba a punto de girar la esquina para alcanzar los ascensores, me
cogió de un hombro.
- Lo siento, Valeria, estoy enfadado. A veces hablo sin pensar.
- Adrián, no éramos felices. ¡Deja de echarle la culpa a otra persona! – le reprendí con rabia.
- Era una racha. La paciencia nunca ha estado entre tus virtudes. – añadió.
¿Encima la culpa era de que la paciencia no estuviera entre mis virtudes? ¿Una racha es que él
estuviera tirándose a otra? Pues yo creo que también tenía derecho a dar por finalizado algo que no me
satisfacía y a empezar otra cosa que sí lo hacía.
- Mira, la verdad es que siempre has exigido más de lo que das. Sincerándome te diré que creo
que me tenías allí como un mueble, esperando que yo fuera la confidente silenciosa, la buena ama
de casa, la mujer independiente, la responsable administradora y la entregada amante, pero sólo
cuando a ti te apetecía.
La cara le cambió y volvió a su expresión más blanda y dulce.
- No, no es verdad. Déjame demostrártelo. Salgamos a cenar, divirtámonos. – suplicó.
Me reí con tristeza, por no llorar. ¿No era absurdo? Después negué con la cabeza.
- Adrián. Termina el libro. Decide si quieres seguir conmigo, no actúes por inercia. Y dame
tiempo, porque creo que estoy pasando página.
Y cuando le pedí tiempo sí esperé que desapareciera. ¿Y si a Víctor le pasaba lo mismo?

Valeria en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora