- ¿Me estás diciendo que vomitaste? – dije con voz aguda.
- Como una loca. Sergio me cogía la cabeza y no daba crédito. No paraba de regañarme:
“¿Cómo has podido beber tanto, por dios? ¡Ya no tienes quince años! ¡Deberías saber controlar lo
que bebes, maldita sea!”. Y yo allí, buaaaaaaa, potando a chorro. No sé cómo no me di la vuelta.
Creo que hasta se me escapó algún pedo con las arcadas. Bueno, qué coño, no es que lo crea, es
que se me escapó.
- ¡Ay, joder! – me tapé la cara muerta de vergüenza ajena – Pero él se portó bien, ¿no?
- Hubo un momento en el que creí que me echaba de su casa, pero no, se portó muy bien. Me
acostó en su cama con un cubo al lado y cada vez q me incorporaba me cogía el pelo y me daba
agua. ¡Incluso me ha traído a casa esta mañana! No podía ni moverme. Me encuentro como si
ayer me lo hubiera montado con, no sé, con Nacho Vidal y Rocco Sifredi hasta arriba de Viagra,
no sé si me entiendes.
- Oye, ese chico está tremendamente enamorado de ti. – traté de evitar el tema del porno.
- Ese chico está tremendamente cabreado conmigo. Me ha dicho que no entiende mis reacciones
y que debería pensar tres veces las cosas antes de hacerlas.
- ¿Volverías con él?
- ¿Hablas de empezar a salir con él en serio?
- Sí, algo así.
- No, no creo. Ese tipo de hombres no cambian. Víctor es la excepción que confirma la regla.
- Bueno, bueno, tampoco podemos fiarnos tanto de la gente. – dije mirando a mis espaldas.
- ¿Aún lo dudas? ¡Venga allá! Mientras entras en razón voy a pintarme las uñas de los pies.
Colgó y yo sonreí. Víctor apareció con un vaso muy grande de agua.
- Si bebes mucha agua mejora la resaca. – se sentó a mi lado y me pasó una aspirina. – ¿Quién
era?
- Lolita. Ella también se presentó a las tres de la mañana en casa de Sergio.
- ¿Con eróticas consecuencias? – me rodeó con el brazo.
- No, con vomiteras de la muerte.
- ¡No jodas! – se rio.
Tragué la pastilla y bebí medio vaso de agua.
- Sí. Yo hice el ridículo, pero al menos no vomité.
- Calla, si estuviste graciosísima. Cuando te vi aparecer con esa diadema de luces casi me meo
de la risa. Ibas tarareando una canción y bailando.
- Eres mala persona. Júrame que no lo contarás jamás. – me tapé la cara, apoyándome en su
pecho.
- Estuvo muy bien. Todo. Estuviste de lujo. – me levantó la cara y me guiñó un ojo.
- No te acostumbres a que aparezca a altas horas de la madrugada en tu casa para satisfacer tus
deseos sexuales.
- ¿Mis deseos sexuales? – se echó a reír a carcajadas. – ¡Pero qué cara más dura! ¡¡Dirás, tus
deseos sexuales!! Por poco no me mataste…
Me giré a mirarle con una sonrisa perversa.Calla. – y me puse un dedo sobre los labios.
- Nunca me habían hecho pasarlo tan mal. – hizo un mohín.
- Oh, sí, sufriste un montón.
- Oye chata, ¿crees que soy un ciborg programado con funciones amatorias? – sonrió. – No
estoy acostumbrado a pasarme dos horas de reloj follando como un animal. La segunda vez que
paraste cuando iba a correrme por poco no te mato.
- Negación del orgasmo se llama. Lo leí en un libro.
- Un día de estos si quieres cambiamos las tornas y… – se acercó sigilosamente.
- Shhhh… – le paré. – Yo tampoco estoy habituada a lo de anoche, así que ni se te ocurra pensar
que voy a repetir ahora mismo. No podría ni queriendo.
Miró su reloj de muñeca y poniendo los brazos en jarras me preguntó si quería ir al cine.
- Uhm… vale. Pero elige tú la película porque yo seguramente caiga en coma nada más apaguen
las luces.
- ¿Qué dices que me vas a comer en cuanto apaguen las luces?
Y le sacudí con un cojín del sofá.
La cola del cine. Curioso lugar. Hay parejas que discuten. Los niños gritan y corretean sobreexcitados
con la idea de una película de dibujos en 3D, un bol de palomitas de tamaño descomunal y una coca-
cola que les provocará insomnio durante el próximo lustro.
También hay primeras citas. Parejas jóvenes, casi adolescentes, que se miran con tontuna o
que ni siquiera se miran. A veces, si estás atento, incluso ves un primer beso o cómo se cogen por
primera vez de la mano.
En la cola de un cine puedes incluso enterarte de por qué Marisa no se habla con Lorena,
cuando habían sido amigas durante toda la vida. Sí, un chico tiene la culpa.
Algunas parejas no pueden esperar a encontrarse en la oscuridad total del cine para dejarse
llevar. Normalmente se trata de estudiantes de instituto o incluso universitarios, que se meten mano
delante de todo el que quiera mirar. Creo que tiene algún tipo de vínculo con el exhibicionismo…
aunque podrían preguntárnoslo también a nosotros, porque éramos Víctor y yo quienes estábamos
dando un espectáculo pseudopornográfico en la interminable cola para coger entradas un sábado por la
tarde.
La mano de Víctor se coló por debajo de mi falda y sonriendo le di una palmada sonora pero
haciendo caso omiso, me apretó fuertemente una nalga mientras me acercaba más a él. La madre de
los niños que correteaban alrededor chasqueó la boca, horrorizada por el hecho de que sus hijos
tuvieran que ver a dos personas tan acarameladas, esperando para comprar entradas para la nueva
película de zombies.
Me separé un poco de Víctor. Teníamos los labios rojos e hinchados de tanto besarnos. Habíamos
llegado muy pronto y habíamos aprovechado para quedarnos en el coche, dándonos un beso tras otro.
- Hay niños. – le dije mirando alrededor.
- Mejor sexo que violencia. – sonrió.
- Aunque estoy de acuerdo, por favor, quita la mano de debajo de mi falda.
- No puedo. – se rio. – A decir verdad, no quiero.
- ¿Por qué serás tan guapo, joder? – le apreté la cara, volviendo a acercarme para besarle.Mientras Víctor me besaba con esa desesperación tan sensual, me pareció escuchar una voz familiar
que me provocó cierto malestar. Y de pronto, noté como alguien se acercaba a nosotros. Abrí los ojos
con la lengua de Víctor aún en mi boca y me encontré con una chica rubia con los ojos color chocolate
que nos miraba desde muy cerca y que, muy a mi pesar, me resultaba de lo más conocida.
- Joder. – susurré.
- Sí, joder, qué mala pata, ¿no? – me contestó ella.
- ¿Qué tal, Natalia? – me pasé la mano por los labios disimuladamente, secándolos.
- Pues no muy bien, la verdad.
Víctor se giró extrañado hacia nosotras. La jovencita en cuestión empezaba a levantar la voz.
- No me montes ninguna escenita. No es una petición. – dije muy seria.
- ¿Se puede saber qué pasa? – preguntó educadamente Víctor.
- Tú cállate. – contestó Natalia.
- Pero, ¿tú quién eres? – preguntó sorprendido.
- ¿Y tú? Ah sí, dais poco margen de duda. Eres el tío que se la folla, ¿no?
La familia de detrás nos miró con los ojos desorbitados. Me aparté cogiéndola del antebrazo.
- Te he dicho que no me montes numeritos, Natalia, por favor.
Víctor se colocó detrás de mí.
- ¡¡Mi hermano en casa hecho una puta mierda y tú morreándote como una guarra en la cola de
un cine!!
- Perdóname Natalia, pero mi vida privada no te incumbe. Vámonos, Víctor, por favor.
- ¿Sabe Adrián que haces estas cosas?
Las piernas empezaron a temblarme, pero Víctor, con el ceño fruncido, tampoco arrancaba a moverse.
- Tu hermano y yo estamos separados. – contesté.
- ¿Quién lo dice? ¿Lo dices tú? Porque que yo sepa no hay ningún papel que lo atestigüe. Lo que
yo creo es que cuando no te quede un duro volverás arrastrándote.
- Natalia, te voy a decir una cosa con toda la educación que pueda. No es tu problema. Deja que
seamos nosotros quienes nos ocupemos de esto.
- Ya se lo dijimos a Adrián, pero no quiso escucharnos. Eres una golfa, una guarra y una puta.
- ¡Eh! – contestó Víctor en un estallido.
- Déjalo. – susurré con los ojos cerrados.
Me sentía como si me hubiera propinado una bofetada.
Víctor me cogió de la cintura y susurró que era mejor que nos fuéramos a casa. “Pues podías haberme
hecho caso antes y ahorrarme escuchar esas cosas”, pensé. Natalia protestó y acercándose a ella,
Víctor añadió con voz moderada:
- Mira, no sé si te has dado cuenta de que nosotros no pertenecemos a la misma clase de persona
que tú. A nosotros los numeritos callejeros tipo pandillero no nos gustan. Si tu hermano tiene
algo en contra de esto es mayorcito para defenderse solo y seguramente lo haga con mucha más
educación que tú, así que, ¿por qué no te vas con tus amigos a quemar contenedores y nos dejas
en paz? Y díselo si quieres a él. Estaré encantado de que charlemos. Ahora… ¿nos dejas pasar?
Natalia se apartó. Él le dio las gracias y cogiéndome de la mano me condujo hacia el aparcamiento.
Yo no pude despegar la mirada de Natalia. La conocí cuando tenía diez años… nunca me toleródemasiado porque veneraba a Adrián sobre todas las cosas pero… ¿esto?
Me senté en el coche con la mirada perdida. Víctor se sentó en su asiento y dio un portazo. No
dijo nada y tampoco encendió el motor. Pensé que debía irme a mi casa para, solita conmigo misma,
desahogarme como Dios manda, pero al respirar hondo supe que no iba a tener la suerte de aguantar
tanto tiempo. Me tapé la cara y me eché a llorar. Ale. Ahí, delante de Víctor. ¡Yo!
Traté de contenerme, pero me temblaban hasta las manos. Siempre he sido dura para esto de las
lágrimas, pero aquel día me pilló el punto tonto. Llorar delante de Víctor me avergonzaba
soberanamente, pero no podía controlarme. Síndrome premenstrual, le llaman.
Él me pasó el brazo por detrás de la espalda y me abrazó. Luego me quitó las manos de la cara y
secándome las lágrimas de las mejillas con sus pulgares, muy serio, me preguntó si yo pensaba que
aquello estaba mal.
- A veces creo que aún estoy casada…
- ¿Quieres estarlo? – nunca había visto a Víctor con el ceño tan fruncido.
- No.
- Pues el lunes arregla los papeles, Valeria, no lo alargues más.
- No es tan fácil.
- No estamos haciendo nada malo. Esto no tiene por qué ofender a nadie y si alguien se siente
mal, que mire a otro lado. Si hubiera sido Adrián le hubiera explicado las cosas con la misma
tranquilidad. No tienen razón, así que no se la des.
- Yo no se la doy. – sollocé. – No me trates así…
- Arregla los papeles, Valeria, arréglalos de una pu…ñetera vez. – contestó levantando
moderadamente la voz.
- No te enfades. – dije llorando.
- No me enfado, pero me estoy cansando de numeritos.
- ¡Yo no monto estos numeritos! – me quejé.
- Esto es demasiado raro. No sé si somos dos personas que se están conociendo o personajes de
telenovela.
- ¿Por qué me dices eso a mí?
- ¿Y a quién se lo digo si no, Valeria? Joder… ¡no tengo por qué sentirme responsable de las
decisiones que tomaste en el pasado! ¡Quiero poder ir al cine con tranquilidad, hostia!
Respiré hondo y me tranquilicé. A eso tenía que contestarle y no quería balbucear entre lágrimas.
- Sabes que no tienes por qué aguantar esto.
- Ya lo sé. – contestó mordiéndose los labios. – Si lo hago es porque quiero.
Negó con la cabeza, de desesperación.
- Estás en tu derecho de marcharte cuando quieras y no tienes por qué hacerte responsable de
nada, porque yo no te responsabilizo, ¿lo sabes? – le dije.
Me miró fijamente, muy serio.
- ¿Quieres eso? ¿Quieres que me canse y te diga, lo siento Valeria, no puedo más? Porque a
veces me da la sensación de que sí lo quieres, que te estoy complicando la vida porque, aunque
cuando te conocí no eras feliz, al menos todo estaba en orden, ¿no? O no si es que te gusta tenerlo
todo así, desordenado…No, Víctor. – me acabé de secar las lágrimas. – Yo estoy esperándote a ti porque, de los dos, tú
eres el que más asustado está.
- ¿Asustado? – me miró sorprendido. – ¿Asustado? ¡Yo no estoy asustado, joder!
- ¡Pues deja de comportarte como si lo estuvieras! – contesté levantando moderadamente la voz.
- ¡Lo que estoy es haciéndome a la idea de que, de repente, tengo pareja sin apenas haberlo
planeado!
- ¿¡Sí!? – grité cínica.
- ¡Sí!
- ¡Pues qué bien! Una pareja, pecado mortal.
- ¡Es que no sé si quiero tenerla, ¿sabes?!
Patada en la moral. Bien hecho, Víctor.
- ¡Pues si no quieres tenerla dímelo y andando, porque me estoy hartando ya de tener que ir con
pies de plomo contigo! ¡Que tienes treinta y dos años, no quince! ¡Tú ya sabías dónde te estabas
metiendo, joder! ¿Qué es de todas esas cosas que decías cuando aún estaba con Adrián, eh?
- ¿Qué quieres que te diga? ¡¡¿Qué quieres que te diga, joder?!! ¿Qué me parece bien todo esto?
Sí, claro. Mira. ¡Me parece de puta madre que aún estés casada y que nuestra relación vaya de
cabeza a… a… no sé ni a dónde! ¡Me parece de puta madre no saber ni dónde tengo la mano
derecha con lo nuestro! ¡Es estupendo!
- No me grites. – traté de sonar firme pero lo hice con un hilo débil de voz.
Víctor miró a través de la ventana de su coche y después devolvió la mirada hacia mí.
- ¿Qué quieres de mí? – preguntó.
- Y yo qué sé… – me revolví el pelo, agobiada.
Unos segundos de silencio y Víctor volvió a romper el hielo, más tranquilo:
- No quiero ponerme así y no es que esté asustado, Valeria, es que ha sido todo muy… intenso.
Eso tienes que admitirlo. Estabas casada y acabamos aquel fin de semana en mi casa y… – él
también se revolvió el pelo.
- Si no estás preparado, si hubieras preferido que se quedase ahí… - dije haciéndome la valiente.
- Es que no es así… no es el caso y lo sabes. No me tortures. – suspiró hondamente.
- Yo no te torturo. Es que a veces me tratas como si yo…
- Valeria, corta con todo de una vez. Eres tú la que arrastra todas estas cosas. Es que no sé… No
entiendo… ¿Qué es lo que quieres realmente?
- ¡Ya te he dicho que no lo sé! – la discusión volvió a subir de tono.
- ¿¡¡Entonces cómo narices crees que tengo que saberlo yo!!? – Víctor golpeó con rabia el
volante. – Ya está bien, joder, Valeria. ¡Ya está bien!
- ¿Ya está bien? ¡¡Pero si eres tú el que da pasos adelante y atrás continuamente!! ¡No sé si
quieres una novia, un rollo o una amiga! ¡Pero es que ni siquiera lo sabes tú!
- Pues no, mira, no lo sé, por más que me presiones.
Me quedé mirándolo sorprendida y dolida. Me costó un mundo tragar saliva, pero lo hice muy digna.
- Vete a la mierda, imbécil.
Salí del coche dando un portazo. Me colgué el bolso al hombro y empecé a andar en dirección a la
parada de metro ligero secándome las lágrimas. Él puso el coche en marcha y… se marchó.
ESTÁS LEYENDO
Valeria en el espejo
RomansaValeria está inmersa en una vorágine emocional. Valeria acaba de publicar su novela y tiene miedo a las críticas. Valeria se está divorciando de Adrián y no es fácil. Valeria no sabe si quiere tener una relación con Víctor. Y mientras Valeria teme...