1. Hospital, cáncer.

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—Entonces —comenzó a decir la mayor de todos—, el calvo si tenía cáncer, después de todo.

Los presentes compartieron miradas, llenas de decepción, tratando de darse apoyo mutuo.

El tiempo era frío, el día nublado y las paredes blancas del hospital no ayudaban para nada, y mucho menos el hecho de que estaban en el último piso, donde no había nadie más que ellos, en un silencio total.

—Pero no entiendo —dijo algo irritada la chica con gafas moradas—. Es decir, ¿cómo fue posible? Solo se había rapado por americano.

—O eso fue lo único que nos quiso decir Fernando —añadió Miguel, al mismo tiempo que se inclinaba sobre su asiento—. De cualquier manera, no hay nada que entender.

—Exacto, si lo entendemos o no, el no dejará de tener esa enfermedad —finalmente habló Aylín, quién no decía nada desde que la mamá de Diana los había dejado frente al hospital—. Pobre Fer.

Los pensamientos de los cuatro chicos coincidieron, todos se pusieron de pie, soltaron una risa cautelosa.

—Yo quiero comida —confesó Cath—. No sé ustedes, pero en la cafetería que vi al entrar, se veía muy apetitosa.

—Sí, lo note —sonrió el único chico—, ¿vamos? Total, ni nos dejan entrar a verlo.

—¡Un segundo! —gritó una voz un tanto aguda desde el pasillo— ¡Yo voy con ustedes! ¡Yo quiero mis chilaquiles!

Todos asustados voltearon a ver a Fernando, quién solo vestía con la delgada tela de aquella bata blanca.

—¿Qué mier...?

—¿Qué haces aquí? —preguntó Diana, sin dejar terminar a Miguel.

Aylín se colocó detrás de Cath, apoyando su mentón sobre la cabeza de la más baja, esta observaba demasiado confundida la escena.

—¿Qué no se supone que estás apunto de morir por cáncer? —la voz incrédula de Catherine sorprendió a todos— ¿Qué? Esa es la verdad.

—Cathy, mala —la chica detrás de ella fingió rociar agua en su rostro—. ¡Asustas al niño!

—Bah, ¿qué más da? Vayamos a comer, muy su problema si le pasa algo.

Todos estuvieron de acuerdo con Miguel, comenzando a caminar rumbo a la cafetería del lugar. Sin embargo, su camino se vio interrumpido al tratar de subir al elevador, por un chico que vestía de blanco, que se paró justo en la entrada con firmeza. Un posible enfermero.

—¿A dónde cree que va, señor Fernando? —el chico enarcó una ceja.

—A comer chilaquiles, ahora si me disculpas —trató de hacer al moreno a un lado, pero este se cruzó de brazos—. Oh, vamos, Sebastián.

Las tres chicas se observaron entre sí, con una pequeña sonrisa en sus labios.

—¿Shippeo? —susurró Aylín, lo suficientemente audible solo para las dos chicas frente a ella.

—Oh, claro que sí —respondió Diana—. ¿Quién es activo y pasivo?

—Uff, uff —Catherine los observó con atención—. El cáncer activo y la cura es pasivo.

Sin que ellas tres se dieran cuenta, los chicos las observaban con muecas de disgusto en sus rostros.

Sí, su tono de voz "bajo", era todo lo contrarío; y no ayudaba para nada el hecho de que se escuchaba su eco, resonando así en todo el lugar.

—Por favor, regrese a su habitación —carraspeó el pobre y ahora traumatizado enfermero—. Así nunca va a mejorar.

—¿Quieres comer chilaquiles? —Miguel mostró su dinero— Yo invitó, pero déjanos pasar.

Cebolla©Where stories live. Discover now