once

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—El comandante Nicholas retrasara su llegada, tal y como deseábais.—dijo el joven Fenns mientras se situaba junto a la castaña.

Ava se tomó unos segundos para contemplar Pozodragón antes de desembarcar. Su hermano se situó tras ella y tomó sus hombros como muestra de seguridad.

—Parece que la reina Dragón ya está aquí.—Alexander señaló las embarcaciones con el sello Targaryen.

—Bien, no hagamos que nuestros anfitriones esperen más.—la castaña sonrió para su hermano, que le tendió el brazo, ella lo aceptó y bajaron juntos del barco.

Gwath emocionado se adelantó al grupo, contemplando cada tramo del lugar con ensoñación.

—He leído tanto sobre este sitio.—dijo el rubio finalmente.—Los Targaryen mantenían a sus dragones, en aquel edificio—señaló unas enormes ruinas situadas varios metros más allá—Se dice que treinta caballeros podían cabalgar lado a lado y entrar holgadamente por sus puertas. Aunque ningún dragón criado y mantenido en el Pozo alcanzó jamás el tamaño de los dragones salvajes.

—¿Qué ocurrió aquí?—preguntó Greyjoy curioso.

—El asalto a Pozodragón.—esta vez respondió Ava, sin detener la marcha.—Hubo una hambruna que asoló al pueblo, un predicador afirmó que los dragones eran demonios a ojos de la Fe de los Siete. Los campesinos entraron por las ventanas y tiraron la puerta abajo, Joffrey Velaryon montó el dragón de su madre para sacar a su dragón, pero al no ser su jinete dió la vuelta en el aire y Joffrey murió por la caída. El pueblo mató a golpes a Shrykos, Tyraxes y Morghul, los dragones de los negros. Solo Sueñafuego que pertenecía a los Verdes, logró liberarse de sus cadenas y mató a muchos más hombres que el resto de los dragones, aunque quedó ciego por el humo y enloquecido trató de salir por la cúpula, el golpe fué tal que derribó el techo del edificio, y hasta el día de hoy ahí continuan los restos de los dragones y campesinos.

A lo lejos se acercaba un grupo de caballeros con el emblema del león los cuales venían a escoltarles hasta el lugar del encuentro.

—Bienvenidos a Desembarco del Rey.—saludó cortés uno de ellos.—¿Puedo preguntar qué llevan ahí?

Todos los allí presentes se giraron a contemplar la gran caja hecha en ceniza petrificada.

—Sorpresa, para la reina dragón.—dijo Ava entregando una sonrisa de oreja a oreja.

Los soldados compartieron miradas y después hicieron un gesto con la cabeza para que continuaran el camino hasta Pozodragón.

—Parece que no les interesa lo más mínimo.—susurró Alexander al oído de su hermana.

—Por supuesto que no, que matasemos a Daenerys sería la mejor suerte que Cersei Lannister podría tener.—la castaña le respondió en voz alta, sin miedo a ser oída.—Desgraciadamente, no será así.

Continuaron el camino hasta aproximarse a Pozodragón, pero una fuerte brisa les hizo detenerse, los dragones de Daenerys sobrevolaban el edificio, ahora en ruinas, el más grande de ellos se detuvo para dejar descender a su dueña, Daenerys Targaryen.

—Que forma más sutil de llegar a una reunión.—comentó Gwath, llevándose la mirada de todos los allí presentes.

Ava se aproximó a subir la escalinata que la llevaría a encontrarse con sus aparentes rivales, aquello más que una reunión parecía una sentencia de guerra.

Todas las miradas se posaron sobre ella, a lo que espero que su hermano se posicionara a su lado para hablar.

—Debería haber logrado una entrada mas,... impresionante.—la castaña esperó a escuchar el sonido del cajón tocar el suelo.—O no.

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