『Prólogo』

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Renard Dubois era un hombre ocupado. Padre soltero de dos niños de cinco años, mellizos. La familia vivía aislada en una pequeña casucha rodeada de campos de siembra y animales silvestres. El mayor era el único encargado del mantenimiento de la propiedad, luego de que su pareja, Azeneth, tuviera que largarse a seguir la codiciada marca. Renard estaba completamente seguro de que Azeneth volvería a su hogar, pero ella desapareció sin dejar rastro alguno. Con el dolor que supuso la vida sin su amada, sobrellevó la crianza de sus hijos por cuenta propia. 

Myles, el mayor de ambos, era el más alborotador e hiperactivo. Su pasatiempo favorito era molestar a su hermana. Sus ojos celestes eran cálidos y estaban llenos de bondad, sus rizos dorados botaban en su cabeza cada vez que correteaba por el extenso campo, su sonrisa era la más resplandeciente que podría existir.

Giselle, por otro lado, era lo contrario a su hermano. Con unos ojos plateados penetrantes que parecían planear tu muerte, hasta su cabello lacio y marrón rojizo. Era la gruñona de los dos, siempre enfurruñada con la vida. Recurría frecuentemente a discutir con su hermano sobre los temas más absurdos que podían llegar a existir.

No era de sorprenderse que Myles fuera aquel de los dos que se encontrara cara a cara con aquella majestuosa criatura. Mientras el niño de cinco años investigaba el campo de su familia, se encontró con aquel monstruo que lo dejó maravillado. Un Grifo.

La criatura tenía el tamaño de un elefante, su cuerpo era el de un felino, su cabeza, garras y alas eran de águila. Sus ojos emitían un color carmesí. Sus alas medían cuatro veces la altura de Myles, incluso quizá más. 

El Grifo se encontraba tranquilamente bebiendo de un riachuelo. No tardó en notar la presencia de Myles, quien había quedado anonadado ante las vistas. El Grifo, preso del pánico, adoptó una posición defensiva casi de inmediato. Esto ocasionó que Myles retrocediera unos pasos, intentando alejarse de la bestia.

Apenas el Grifo vio a Myles (y su pequeña estatura), dejó de sentirse bajo amenaza. Bajó la guardia e inspeccionó al niño. Al ver esto, Myles comenzó a acercarse con su pequeña mano extendida para poder acariciar el plumaje del Grifo, el cual permaneció estático en su lugar.

El inocente niño alcanzó al Grifo y este se dejó acariciar. Decir que Myles estaba confundido sería mentira, su única emoción ante el descubrimiento era estupefacción y adoración. 

–¡Papá! –Myles llamó a su padre, dispuesto a mostrarle la criatura –¡Papá, ven!

Renard, al escuchar los gritos de su hijo, cambió de dirección y se dirigió hacia él junto a su hija. Bajaron la colina, para llegar al riachuelo, pero frenaron en seco al ver que Myles se encontraba junto a una criatura mágica.

Renard corrió, dejando a su hija atrás, y apartó a Myles de la criatura. El Grifo, al ver a un humano, adulto y desconocido actuando de manera impredecible, se asustó. Se levantó en sus patas traseras y extendió sus alas para intimidar a Renard. Giselle ya había logrado bajar la colina para entonces, la niña tenía sus ojos llorosos del miedo.

–¡Myles, aléjate! –El niño, dubitativamente hizo caso y retrocedió hasta su hermana –¡Vuelvan a la casa!

Renard desenvainó lo que parecía ser una vara de madera.

–¡No lo mates, papá! –Myles volvió a acercarse, queriendo detener a su padre.

El niño se encontraba demasiado cerca de aquella criatura, la cual parecia estar muy molesta. Giselle se acercó a su hermano a toda prisa, intentando frenarlo. Sin embargo, en el intento, el Grifo la golpeó en la cara con sus zarpas. La niña cayó al suelo con un golpe seco, con la mitad derecha de la cara ardiéndole del dolor. La sangre comenzó a correr por su rostro, y a esta, se le unieron las lágrimas.

𝐋𝐢𝐞 ᴾᴶᴼDonde viven las historias. Descúbrelo ahora