Al principio no llamó mucho mi atención el tipo del 51 A, excepto que vivía en el departamento más grande del edificio y lo envidiaba un poco, pero me consolaba que tenía que subir las escaleras todos los días porque no tenemos ascensor. Después pensé que eso lo hacía mantenerse en forma, y me volvió el resentimiento.
Lo veo siempre, ya que baja y sube varias veces al día. No sé en qué trabaja, pero no creo que sea en una oficina y con horario fijo. Lo que me extraña, es que a veces, apenas está saliendo, se queda pensativo afuera de las puertas del edificio y se devuelve corriendo, para salir otra vez a los dos minutos. De seguro es olvidadizo.
Es alguien muy común, a mi parecer. Un hombre joven de unos 35 años, siempre bien vestido, pero casual, por lo que descarté que fuera abogado. No hacía mayor escándalo y de vez en cuando lo he visto subir con alguna chiquilla, a quien no volvía a ver nuevamente, por lo que asumí que no buscaba compromisos. Siempre noto cuando va atrasado a algún lado, porque su pelo va un poco despeinado, con unos mechones que caen sobre sus ojos de soñador, grandes y de pestañas largas, brillantes, como esperando que algo que cambie su vida le suceda a la vuelta de la esquina. La mayoría de los días que lo veo, usa una mochila cuadrada de color gris, es pequeña, no de esas que usan los escolares, si no que de una tela opaca y firme. Lo veo caminar hacia el sur, por lo que asumo que va al metro o al paradero de la esquina, no tiene auto, ni bicicleta.
Un día lo vi bajando y en sus manos llevaba un gato en una jaula. Aproveché para mirarlo detenidamente, y noté más de su aspecto. Ahora iba bien peinado, con lentes de marco negro sobre su cara blanca de mandíbula cuadrada. Ahí estaban sus ojos marrones de idealista mirándome directamente, tenía una expresión de alerta, pero dulce. Me dedicó una breve sonrisa de amabilidad, muy de vecino, de esas que son de buenos modales. Yo le correspondí y me agaché a saludar al gatito, pero el animal en vez de saludarme con un tierno miau, me lanzó una amenaza abriendo bien su hocico, mostrándome sus colmillos y haciendo un ruido agresivo, como si te quisiera matar con el aliento. Me alejé de un salto y él me miró complicado, se excusó diciendo que la bestia estaba un poco nerviosa y que por eso lo llevaba al veterinario.
—Además Nerón tiene mal genio, pero este último tiempo está peor –terminó diciendo mientras se apresuraba a salir.
Aparte de estos eventuales encuentros, el vecino pasó al olvido hasta los hechos ocurridos este último tiempo: noté que comenzaron a entrar más mujeres de lo normal a su departamento, que llegaban y salían solas. Vi pasar chicas de 20 años, hasta de unos 50. Algunas salían llorando, lo que me causó un temor espeluznante, quizás qué estaba haciendo ese tipo y su gato con estas pobres indefensas. Incluso estuve a punto de subir a tocar la puerta, pero me contuve, no quería quedar como la vieja que se mete en vidas ajenas.
Pasé un par de noches en vela. Me levantaba, iba a la cocina por un vaso de agua y me quedaba pensativa en el sillón. Un impulso me hizo abrir la puerta que daba al pasillo del edificio y ver si había algún movimiento, pero ante la quietud de la noche, entraba dubitativa pensando si sería muy raro subir a ver si había algún sonido extraño en el piso 5.
—¿Qué opinas del vecino del 51 A? Le pregunté una noche a mi marido al acostarme luego de mis pensamientos nocturnos.
—¿cuál es ese? ¿El viejo que sale con un carrito de supermercado con flores los domingos?
—No, ese es don Nicanor, del piso 2. El del quinto piso, que tiene un gato. Llegó hace un par de años con una chiquilla y ella lo dejó, parece, desde ahí que lo veo solo.
—Ni idea— como siempre se dio la media vuelta para seguir durmiendo, y me dejó hablando sola.Le conté a mis amigas lo que pasaba, buscando que me ayudaran a encontrar una explicación. Una de ellas salió con que posiblemente era gigoló y cumplía fantasías sexuales. La verdad es que no me convenció mucho, ya que le faltan músculos para eso. Otra salió con que puede ser tarotista, y atiende a su clientela en el departamento, las mujeres que vi pasar llorando, serían las que les augura un mal destino, lo que me pareció bien raro, pero si de verdad es medio brujo, me calza el gato negro y arisco que tiene. Pero la Tere me dejó perpleja con su teoría, diciendo que a lo mejor era un degenerado, que llevaba mujeres a su departamento y allí las drogaba y tocaba sin su consentimiento. ¡Me preocupó, no quería ser cómplice de un delito tan terrible!.
ESTÁS LEYENDO
El vecino del 51 A
General FictionEl hombre del departamento 51 A le genera intriga a una vecina, luego de observar a muchas personas que vienen a verlo con actitudes extrañas. ¿será narcotraficante? ¿tarotista? o ¿entrega placeres sexuales diferentes a pervertidos? Ella hará todo l...