Trastorno de personalidad

91 7 3
                                    

Son las 15:30 horas en punto y tocan a mi puerta. Debe ser mi nuevo paciente que necesita de mis servicios, porque su nuevo trabajo le trae trastornos de personalidad, al menos eso fue lo que me dijo por teléfono.

Al abrir me encuentro de frente con un gran disfraz de mono corpóreo, pese a que hacen unos 30 grados de calor. Nerón se asomó y al verlo salió disparado y se escondió debajo de la cama.

Un poco extrañado y confundido por el personaje que estaba frente a mi, lo salude un poco distante:

- Buenas tardes, entiendo que las elecciones terminaron ayer y hay presiones políticas, pero apenas es lunes, como para empezar el puerta a puerta, además es mal momento, estoy a la espera de un paciente- terminé diciendo para justificar mi tono un poco pesado de antes, es que realmente me molestaba todo tipo de anuncio y propaganda, más si llega alguien disfrazado a mi casa.

-Soy su paciente- dijo sacándose la parte de arriba del traje, una gran cabeza con pelo gris. - Soy Piñerín...más conocido como Gustavo Gómez, yo lo llamé el viernes pidiendo una hora lo antes posible- Un poco confundido le di la mano, pero me encontré con unos dedos enormes de hule.

- Perdón, es que estoy acostumbrado a saludar con el traje puesto- y procedió a sacarse sus guantes-manos y estrecharme con la real.

Lo hice pasar aún en silencio y miré por el pasillo y la escalera por si alguien del edificio lo vio entrar. Por supuesto la señora Matilde estaba parada en su puerta con los ojos como huevo frito. Ahora le dirá a todo el mundo que estoy en el comando del candidato, o peor, andará con el chisme de que tengo fantasías sexuales con monigotes de esponja.

Me devolví rápidamente a mi departamento, pidiendo disculpas por mi impasse y lo invité a sentarse en el diván.

- Puede sacarse el traje completo si quiere- mencioné para hacerlo sentir más cómodo.

- No puedo-dijo incómodo- es que no ando con ropa...por el calor...usted entiende. Sólo atiné a asentar con mi cabeza y sentarme en el sillón evaluador para comenzar con la sesión.

-Señor Gustavo, cuénteme por qué me dijo por teléfono que tenía trastornos de personalidad graves- pregunté de inmediato para saber lo que me esperaba. Él se mostraba un poco incómodo, sus tics lo revelaban ansioso, subía y bajaba los hombros, movía el cuello como si estuviera contracturado, mientras se arreglaba la corbata roja gigante que tenía sobre el falso cuerpo que lo cubría.

- Dígame Piñerín por favor, es que ya no me me siento identificado con Gustavo.

- Pero ese es su nombre real, el otro es un personaje al que usted interpreta- traté de explicarle.

-Es que ya no me siento Gustavo, he estado tantos meses en este cuerpo, que es parte de mí. El viernes tuve una crisis porque pensé que el domingo sería el fin, pero ahora con la segunda vuelta, tengo un mes más de esperanza- dijo mientras se tomaba las manos continuamente, las de mentira, porque ya se las había vuelto a poner.

-Pero ¿usted quiso venir a verme porque se siente preocupado de su situación?.

- Me preocupa no ser más útil como mi nuevo yo. Lo llamé porque mi señora me presionó, dijo que si no lo venía a ver se iría de la casa y no me dejaría ver más a mis hijos. Está muy molesta porque los fui a buscar al colegio y ahora les hacen bullying- sollozó apesadumbrado.

- Entiendo...¡Gustavo por favor necesito que te vuelvas a sacar la cabeza del traje, quiero verte a la cara!-dije un poco molesto.

- ¡Pero si esta es mi cara!- afirmó tan convincente, que decidí llamar al doctor Martínez, psiquiatra especializado en estos casos, para derivarlo. Aunque debía preguntar primero si lo atendería, ya que se especializaba en actores y nunca había escuchado el caso de un corpóreo tan metido en su personaje que terminara enloqueciendo.

Mis pensamientos y apuntes fueron interrumpidos por el sonido del jingle "agárrense de las manos" del candidato a presidente. Era el celular de Gustavo.

- ¿Aló? Sí jefe, sólo salí a hacer un trámite y voy de inmediato. Cortó y se dirigió a mí muy acelerado

- Me tengo que ir ahora, muchas gracias por todo y ahora siga con liderazgo, fuerza y convicción- dijo y corrió hacia la puerta, pero antes de salir gritó:

- ¡Arriba los corazones, que vienen tiempos mejores!- mientras hacía el gesto de pulgares para arriba con las dos manos corpóreas. 

El vecino del 51 ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora