Tengo a Nerón durmiendo arriba de mi espalda. Esto se ha vuelto habitual en mi gato, que parece que con esta posición estratégica, evita que yo me levante. Y sí, muchas veces lo logra, sobre todo cuando no tengo que ir a dar clases a la universidad.
Hoy es uno de esos días, en los que me levanto más tarde, pero me inquieta pensar que vendrán extraños a mi departamento, por lo que no puedo mantenerme en la cama mucho más, pese a que estoy estrenando las sábanas azules de 500 hilos que me compré el otro día en una oferta.
Como siempre, cruzo el pequeño pasillo que separa mi dormitorio con el living y enciendo el televisor para ver qué ha pasado en el mundo. Si hubo un nuevo terremoto, un huracán grado 10 llamado como mi ex o si ya comenzó la Tercera Guerra Mundial, mi miedo principal, lo que hizo que desistiera de ir a estudiar ese magister a Columbia en Nueva York, porque ni en mis peores pesadillas buscaría estar en territorio de guerra expuesto a ser material de masa de una explosión de un misil norcoreano.
Pese a que la señora Irene vino a hacerme aseo a principio de semana, encuentro que aún le falta algo de orden, sobre todo para recibir a mi nueva paciente, que mencionó que tiene un TOC de orden y limpieza, por lo que estará todo el tiempo preocupada de cómo se ve mi departamento.
Comienzo por sacar la aspiradora del armario ubicado en la pieza chica que ocupo de oficina. Aquí mantengo un escritorio, una silla, un bergere negro para instalarme a leer y un estante con mis libros de gustos personales, los cuales oculto de mis pacientes un poco curiosos. El piso está cubierto de una gran alfombra gris muy peluda, en la que Nerón trata de camuflarse, claro que su negro azabache lo hace un poco visible desde cualquier punto de esta habitación, que trato de mantener muy minimalista, despejada e iluminada, por eso decidí sacar el papel mural amarillento que dejó el dueño anterior, para pintar sus paredes blancas, que lo adornan nueve cuadros pequeños con fotografías en blanco y negro de escenas de cine. Al frente de mi escritorio tengo una caricatura que me hizo un amigo de un Sigmund Freud siendo analizado en su sillón, como regalo cuando me titulé de psicólogo.
Pero mi rincón no es lo que me preocupa, sino el living en donde atiendo a los pacientes. Me dediqué mucho a buscar el sillón perfecto para que se sintieran a gusto. Así es que opté por lo clásico, que evoque esas terapias de antaño y al maestro Freud, por lo que instalé un diván azul, que combina con unas cortinas del mismo color y que invita a instalarse a hablar de los traumas de la niñez y los problemas con el marido, sólo por una hora.
Aquí no hay alfombra, por el constante ir y venir de personas, pero trato que el piso flotante se mantenga brillante. Comienzo a pasar la aspiradora y Nerón pega un salto y sale corriendo como si lo persiguiera un perro y trata de entrar a la cocina, pero la puerta está cerrada y sigue de largo por el pasillo hasta el dormitorio, llegando a destino final con tanto vuelo, que casi pasa de largo y hace sonar sus garras para frenar. Siempre me pregunto cómo no me ha rayado todo el piso con sus locuras.
Después de este breve aseo, me pongo a regar las plantas que tengo en el balcón, la mayoría son para la buena suerte y el mal de ojo, porque no hay cosa peor que la envidia y las malas energías y entre tanta gente que se pasea por acá, puede llenarse de mala vibra.
Mis amigos se ríen de mis supersticiones, que seguro son herencia de mi crianza en el sur con mi abuela, lo que se contrasta con mis estudios en psicología, pero como decían en mi pueblo "en casa de herrero, cuchillo de palo".
Miro el reloj que tengo en la cocina, son las 15:30 horas y me quedan 30 minutos para hacer ambiente en el departamento para la nueva paciente. Apago el televisor, guardo la aspiradora y todo implemento de limpieza, preparo té y café en la cocina y el agua con limón en un jarrón, que dejo en la mesita que tengo cerca del diván, en donde agrego el dispensador de pañuelos desechables, muy útil en las sesiones.
Reviso por última vez el baño de visitas, en el cual he invertido gran parte de mis ganancias. Siempre debe verse impecable, incluso le mandé a poner una cubierta de cuarzo y la pared del fondo tiene un diseño con piedrecitas grises, que le dan un toque muy de hotel boutique, pero pese a que lo sigo pagando, me aliviana cada cuota cuando un paciente sale y me dice "Qué lindo tu baño".
15:45 horas, limpio mis lentes para que estén impecables, me plancho los pantalones con las manos, me estiro la camisa y me siento a esperar el timbre en mi sillón "evaluador", como lo bauticé, ubicado al frente del diván. Comienzo a mirar desde mi celular mi cuenta de Twitter, para ver si ya hay alguna alerta de Tercera Guerra Mundial o de algún meteorito que se acerca a la tierra. Suena el timbre y me levanto aliviado de que hasta el momento no se aproxima ninguna catástrofe. Abro la puerta. Es mi nueva paciente que viene con los ojos llorosos, pero con mirada amenazante. Miro sus manos y tiene un cuchillo. Comienzo a sudar mientras pienso ¿Será hoy el día de mi muerte?.
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El vecino del 51 A
Художественная прозаEl hombre del departamento 51 A le genera intriga a una vecina, luego de observar a muchas personas que vienen a verlo con actitudes extrañas. ¿será narcotraficante? ¿tarotista? o ¿entrega placeres sexuales diferentes a pervertidos? Ella hará todo l...