Sesión 1.

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— ¿Sabes por qué estás aquí?

— ¿Por qué mis padres tienen miedo?

— ¿De qué, exactamente? — cruzó sus piernas por debajo del escritorio.

— No lo sé, ¿Tú qué dices? — su paciente ladeo la cabeza.

— Creo que las preguntas debería hacerlas yo.

— Por mí está bien.— se encogió de hombros.

— Bien. ¿Qué tal si me comentas tus problemas? — la joven mujer se acercó a su escritorio arrastrando su silla con ruedas la corta distancia a la que estaban sus cosas.

— No tengo problemas.— sentenció.

— Noto inseguridad en ti.

— Noto, — hizo una breve pausa.— que no sabes notar cosas en los demás.— se cruzó de brazos.

— ¿Sarcasmo? ¿Es tu forma de escapar de los problemas? — respiró desganada.

— ¿Cómo podría escapar de algo que no tengo?

— Negación, perfecto.— anotó en su cuaderno una observación.

— Repito, ¿Cómo puedo negar algo que no tengo? — rió.

— ¿Siempre eres así?

— ¿Así como? — volteo a mirar hacia su derecha.

— Así de contestadora, sarcástica y directa.

— Supongo. ¿No deberías ya saber eso? Digo, mis padres te deben de haber hablado sobre mí.

— Lo hicieron, sí, pero no hablaron sobre tus actitudes.

— ¿Actitudes? — la miró otra vez.— Debes de tener algo mejor que eso.

— Tú no me conoces.— miró sus uñas tenidas de rojo sangre.

— Estoy aquí dentro hace solo 10 minutos y ya puedo decirte 3 cosas sobre ti.

— Sorprendeme.— se recargó en el escritorio.

— Odias tu trabajo, es más, tus padres te obligaron a estudiar psicología porque uno de ellos está dentro de ese campo. Maquillaje, demasiado, ¿Insegura? ¿De qué? Después de todo la belleza está dentro, ¿O no es eso lo que siempre intentan decirnos ustedes, los psicólogos? Además, vives sola, o peor, te sientes sola ¿Por qué? Tus padres son ricachones, de seguro, es más, hace poco te presentaron a un chico, pero te pareció muy fanfarrón y falso. Estás harta de que tu madre controle tu vida pero no se lo dices porque no quieres herirla. ERROR.— resaltó.— No vas a herirla, solo le dirás la verdad.

— No lo entendería.

— ¿Tú lo crees?

— Lo sé.

— Como digas.— se recostó en su silla.

— Bien, me investigaste.

— Oh no, eso sí que no. Solo te observe y saqué mis conclusiones, las cuales al parecer son acertadas.

— ¿Qué te hace pensar eso? — miró a la chica.

— ¿No eras tú la que hacia las preguntas? — retrucó su paciente. La joven mujer no contestó.— Bien, veo que tengo la razón.

— Quizás.

— ¿Y bien? Llevó 20 minutos aquí metida contigo y ya te describí tu vida entera. Venga, quiero saber de mí.

— Bien, te llamas Emma, tienes 15 años de edad, te gusta...— la muchacha la interrumpió.

— Ay por favor. ¿Algo que no esté en tu ficha?

— Eres demasiado cínica.

— ¿Algo que no sepa? — rodó los ojos.

— Contestadora, genial.— suspiró.

— Puedes poner en tu ficha que estoy siendo obligada a estar aquí y ya.

— ¿De qué sirve eso?

— Te librás de mí, me libró de ti ¿Qué hay mejor que eso?

— Lo mejor, es resolver tus problemas.

— ¿Los tengo? Vamos, quiero saberlo.— clavó su vista en el cuaderno de la mujer.

— La negación es algo malo, ¿No crees?

— 30 minutos, venga.

— ¿Vas contando el tiempo que llevas aquí? — la mujer jugó con su lápicera.

— Quizás.— la observó.

— Bien, me gustaría que pusieras más de tu empeño en esto o tendré que recurrir a otras medidas y...

— ¿Qué? ¿Me harás dibujar y "analizaras" el dibujo? Recuerda que llevo en esto 9 años, se más de psicología que tú, te lo aseguró.

La joven mujer la miró, la niña era sabia y algo directa, cualidades que jamás había visto juntas. El caso de esta chica la estaba abrumando, no sabía cómo persuadirla para que hablara, ya que Emma no llegaba a ser comprensiva, decía las cosas sin medirlas antes y no le importaba lastimar gente, pero lamentablemente, para la mujer y los padres de Emma, eso era un problema y había que remediarlo. Aunque la chica de 15 años no se lo dejaría fácil.

— Es algo más drástico que eso.

— Lo que digas.

— No me gustan tus contestaciones.

— Podrías sacarme de aquí y no verme más si eso quieres.

— Voy a ayudarte, tranquila.

La menor rodó los ojos, estaba convencida de que lo menos que necesitaba era ayuda. Ella solo quería ser normal.

— ¿Ayudarme? Claro. A ti te importo menos que a nadie, y lo sé muy bien, es más, no me importa.— rió un poco desganada.— Me gustaría que en vez de mandarme a psicólogos mis padres me dejaran hacer mi vida.

— ¡Por fin una respuesta productiva! — exclamó  la mujer.— Me gusta que nos entendamos, Emma.— anotó en su cuaderno la respuesta de la chica.

— Si tú te lo crees por mí está bien.— se encogió de hombros.

— Eso me dolió.

— No me importa.

El silencio se hizo presente en la habitación pero fue interrumpido fugazmente por el sonido de una alarma.

— Bien, 45 minutos, lamentó que nuestro encuentro no haya empezado bien, pero no espero que los demás sean mejor.— sonrió.— Fue un placer, Emily.

La mujer la miró intranquila y sorprendida.

— Oh vamos, quita esa cara. El gafete en la mesa lo dice.— volteo y salió del consultorio sin recibir respuesta de la mujer, o mejor dicho, Emily.

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