Sesión 4.

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— Bien, en lo que quedamos.

— ¿Qué era?

— La escuela.— resopló.

— Ya te dije que mis estudios van bien.— rodó sus ojos.

— ¿Y el receso? — miró a la niña con inquietud.

— Sabes, creo que descubrí cual es mi problema.

— ¿Y cuál es?

Emma estaba jugando con su mente, esta niña es muy inteligente, quizás hasta más que Emily. Obviamente solo estaba tratando de desviar la conversación hacia otro lado y la joven se entusiasmo tanto porque creía haber progresado en algo que le siguió el juego.

— No lo sé, quizás no sea buena idea contarlo.

— ¿Por qué lo dices? — la menor no podía creerlo, estaba funcionando.

— Pues, intente hablar con alguien y no resultó muy bien.— eso en parte era verdad.

— ¿En qué sentido? ¿Qué era?

Emma sabía que estaba desesperada por encontrar respuestas pero jamás pensó que tanto.

— No lo sé, digamos que intente abrirme, expresarme y solo recibí un golpe de realidad.— era verdad, pero quizás el golpe no fue solo de parte del realismo.

— No te estoy entendiendo, ¿Quieres ir al maldito punto?

— Dios, si no tuvieras la mente tan putamente cerrada en querer saber que mierda me pasa, me entenderías.— volvió a colocarse en su postura habitual.

— ¿Me estás hablando en algún doble sentido o esas cosas? — se acercó al escritorio.

— Quizás.— se encogió de hombros.

— Creo que leí de eso en mi manual, lo repasaré.— se escuchó un suspiro de rabia por parte de la menor.— ¿Pasa algo?

— DEJA DE CENTRARTE EN LIBROS Y ESCÚCHAME.— se paró de su silla golpeado el escritorio.

— Te estoy escuchando.

— No, ¡Maldita sea! No lo haces.— se sentó de golpe.

Emily quedo mirando a la niña de una forma nada familiar, creyó haber visto una marca en el abdomen de la muchacha cuando se sentó así.

— ¿Podrías mostrarme tu abdomen? — se recostó levemente en sus brazos sobre el escritorio.

— Podría denunciarte, ¿Sabes? — tragó en seco.

— ¿Motivo?

— Acoso.

— Claro.— suspiró exhausta.

Tenía razón. No podía obligarla, mucho menos tratar de que lo hiciera por sí misma. Esa niña era astuta, también fuerte y decidida. ¿Cómo podría hacer que hablara? No confía en nadie, y eso, es malo.

— Deberías tratar de usar el sentido común, tampoco te lo estoy haciendo tan difícil.

Sabía como contestar.

Y la alarma volvió a sonar, 45 minutos más de incertidumbre habían pasado, como si nada se habían ido volando.

— Hasta mañana, Emma.— la niña asintió y se levantó, con la mirada vacía y algo roto dentro de ella.

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