Sesión 9.

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— ¿Emma?

La niña se había sentado hace más de 10 minutos en la silla y aún no hablaba, no hacía gestos y mucho menos reía sarcásticamente como lo hacía siempre, cosa que empezaba a preocupar a Emily.

— ¿Está todo bien? — la muchacha se limitó a negar con la cabeza.— ¿Qué pasa? — la vio encogerse de hombros y la escucho suspirar.— ¿Vas a dejar que yo hable siempre? — asintió.

La joven se empezaba a frustrar, justo cuando estaban comenzando a progresar, ella se cierra. ¿Cómo podía cambiar de un día para el otro? ¿Qué era lo que pasaba fuera de esa sala?

— ¿Pasa algo en tu casa, Emma? — la niña la miró, vacía, como sesiones anteriores.— ¿Tus padres...

— ¡No! — le gritó y rápidamente se acerco al escritorio.

La mujer se sobresalto de una manera inexplicable, ¿Por qué de repente reaccionó así? Emma miro hacía sus costados, como si tratara de ubicarse en la sala, como si no supiera donde estaba sentada y volvió a recostarse lentamente en la silla fijando su mirada en el escritorio otra vez.

— ¿Está todo bien? — volvió a preguntar ingenua.

La adolescente levantó la mirada y la clavo en la cara de la joven, tenia un ojo rojo, completamente rojo y la mirada, por más que estaba sobre el rostro de Emily, perdida.

— Siempre, — tragó en seco, se notaba que no lograba articular palabra alguna.— estoy bien.

— No te ves bien, Emma.

La joven mujer aún estaba incrédula por la situación, no podía procesar tanta información junta, su ojo, su aspecto, la forma en la que arrastraba las palabras, sus reacciones, todo. La niña estaba mal, pero, ¿Por qué exactamente? ¿Sus padres son los causantes de todo? No, ¿Por qué pagarían sesiones psicológicas si es que fueran ellos los causantes de la mentalidad de la chica? Suena totalmente absurdo.

— Emma.— la llamó.— Si ocurre algo en casa, debes decírmelo.

La niña negó, se podía ver como se partía su alma poco a poco, con cada palabra que salía de la boca de Emily. Comenzó a parpadear repetidas veces, se notaba que intentaba no llorar, lo hacía bien, aún no se le había caído ni una sola lagrima.

— Llora.— la menor la miró y frunció el ceño al no entenderla.— Llora si eso necesitas.

— No necesito llorar, solo me duele mi ojo y obviamente no puedo parpadear uno solo.— habló bastante obvia.

— ¿Por qué te duele? ¿Qué te paso? — el sentimiento de preocupación aparecía poco a poco en el corazón de Emily.

— Me ha entrado una basura y me lo he refregado como una estúpida.— rió de su propio relato.— A veces hay que dejar que las cosas se vayan solas y yo solo la cago refregándome el puto ojo.

— ¿Es una de tus parábolas?

La alarma sonó.

— Tómalo como quieras.— corrió la silla hacía atrás levantándose.— Adiós, Emily.

Se fue caminando, con demasiada dificultad.

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