Capítulo 3
Me sentía helada, congelada, adorada por un frío horrible que no quería. En ese momento desear retroceder en el tiempo era el poder que pediría tener.
Las cuestiones más importante que me hacía, si eso pudiera hacerse realidad, era:
¿Repetiría lo mismo? ¿Dejaría que Dalif se me acercara tanto?
Era extraño, pero siempre que considerabas que algo no había funcionado como debería, los remordimientos se hacían presentes, y sin embargo, mis únicos remordimientos eran él, pensar, aun después de saber que Ilay estaba al caer, continuaba pensando en Dalif. Mierda. Y me odiaba a mí misma por ser así.
Le di unos pellizcos a mis antebrazos para castigarme y poder hacer fuerza en atrapar las lágrimas en mis ojos, pero... ¿Para qué engañarme?
Ilay no era tonto. Con tan solo haber escuchado el tono de mi voz, ya sabía que no estaba bien, cuando decayera en mi cara, las sospechas solo serían pruebas resueltas para que él sacara sus propias conclusiones.
De todas formas pronto lo comprobaría. Ilay ya estaba aparcado el coche.
Me dirigí, con paso lento y con los brazos caídos a mis lados, hacia el coche. Antes de que pudiera acercarme un metro, él salió del coche, lo rodeó y se paró justo delante de mí con un semblante duro, recto y, si creía que podía hacerlo, camuflando esa ira en una máscara que le era imposible negarme a mí.
Mi aspecto no solo lo había cabreado, ese hombre se sumió en su torrente personal de furia incontenible.
-Espera dentro del coche. –Ni me miró, tan solo lo ordenó con el brazo alzado mientras señalaba el Fiat 500, que estaba mal aparcado encima de la cera.
Con cazadora de piel, tejanos y unas deportivas, parecía un matón entrenado en el boxeo que va en busca de la pelea perfecta para descargar toda esa furia. No pude contener el temblor de mi cuerpo al imaginármelo golpeando a alguien, y más bien, el rostro de ese alguien era el de Dalif.
Tenía que detenerlo.
Completamente decidido ya se encontraba a mitad de camino cuando lo cogí del brazo.
-¿Dónde vas?
-A por tu hermana. –Dijo al mismo tiempo que se frenó y me miraba a los ojos.
Amainar la furia de Ilay era una cosa, pero frenar ese enorme cuerpo fue algo que no superaría.
Dale coba para que se tranquilice.
-¿Para qué?
-Deseo, con toda mi alma que me explique... -Habló con una calma terrorífica, y esa voz no auguraba nada bueno. -Qué coño hacías tú sola, deambulando a dos manzanas del local donde ella te ha arrastrado...
-Ella no tiene la culpa. –Interrumpí sus precarias palabras antes de que cometiera el error de criticar a la persona inadecuada.
-Dorothy. –Solo me llamaba así cuando se enfadaba, con lo cual, como me había imaginado la cosa no pintaba bien, ya que al pronunciar mi nombre entero no solo me había puesto la piel de gallina, sino que además, me dejó totalmente paralizada. –Me he mantenido al margen de todo lo que esa bruja a dicho de mí, la he respetado confiando en que algún día su opinión sobre mí cambiara, pero realmente me la suda y creo que ya va siendo hora de explicarle unas cuantas cosas...
-¡No! –Grité histérica. –Te digo que mi hermana no tiene la culpa.
Ilay tomó una bocanada de aire y con un porte imponente donde aumentó mi ansiedad, se cruzó de brazos.
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Sabor A Piruleta (Colección Encadenados 2)
RomansSegunda parte de ENCADENADOS. (Se puede leer por separado) Dos hombres y una mujer, un amor para repartir entre los tres. ¿Pueden luchar contra los celos? ¿Pueden amarse y hacer una vida juntos los tres? ¿Terminará bien esta historia llena de int...