Prefacio

2.2K 184 12
                                    

Sentía la suave brisa de otoño golpear mi mejilla, corría por el castillo haciendo ruido con mis pequeños zapatos. Se oían los gritos desesperados de mi madre retumbando en cada rincón del lugar. Mientras que yo sólo reía divertida.

En ese entonces era una pequeña niña, tenía sólo siete años y no entendía lo que mi madre quería decir cuando me hablaba de todos los peligros que había allí afuera.

Las hebras de mi cabello se movían descontroladas provocando que me despeinara.

Comencé a alentar el paso, tratando de regular mi respiración agitada por tanto correr. Puse las hebras de mi cabello tras mis orejas y abrí el gigantesco portón de madera que daba al jardín.

El sol—, que solo había visto por la ventana de mi habitación—, alumbraba y calidamente calentaba mi piel, el césped—, con varios tonos de verde estaba—, perfectamente cortado, las coloridas flores tenían un aroma único. Y había un bosque, un hermoso bosque con arbustos diminutos, gigantes árboles, ojas que caían de estos y ramas en el suelo.

Me acerqué a la fuente de agua—, que había en el centro del jardín—, y miré mi reflejo.

Observé detalladamente todo mi rostro, hasta que me detuve en mis ojos.

Esos a los que mi madre solía llamar "Ojos del demonio". Esos a los que yo tanto aborrecia, esos ojos verdes que provocaban que mi madre no me quisiera.

Un ave llamo mi atención. Era negra y tenía unas majestuosas alas. En simples palabras era maravilloso.

Se acerco hacia mi cuando le extendí mi mano y se colocó encima de ella, cerrando sus garras de tal forma para no hacerme daño. Acerqué mi otra mano y acaricie las plumas de sus alas. Parecía contento ante mi tacto aferró su pequeña cabeza a la mano.

Más de esas aves desconocidas para mí comenzaron a aparecer a mi alrededor. Todas me observaban expectantes. Comencé a sonreír y reír. Parecía gustarles, ya que, algunas comenzaron a volar lentamente.

Los gritos de mi madre se escucharon nuevamente, provocando que—, al yo estar distraída—, un chillido asustado brotara de mis labios. Entró despavorida y se horrorizo al ver tal imágen.

Trato de acercarse hacia mí, sin embargo, las aves no la dejaron. Al contrario, formaron una especie de escudo a mi alrededor de forma que mi madre no pudiera llegar hasta mí.

—¡Dejenla en paz, malditas bestias! ¡Aún es una niña!¡Salgan de aquí! ¡Malditos cuervos!¡Dejenla tranquila! ¡Por favor!—. ¿Cuervos? Así que eso eran, las maravillosas y majestuosas aves ahora tenían nombre.

—Ellos son mis amigos, mami—. Me miró asustada y los cuervos voltearon hacia mí —. Me quieren.

—No digas eso, Katherinne. No sabes lo que dices. Aún no es el momento, es muy pequeña para entender, les voy a pedir que se vayan de aquí. Ya habrá tiempo.

Las aves hicieron una especie de reverencia que no entendí y sin más se marcharon.

Mi madre corrió a abrazarme. Acarició mis mejillas delicadamente y dejó un beso en cada una de ellas.

Jamás la había visto de este modo, parecía desesperada, ansiosa y...¿Asustada?

No lograba comprender, ella nunca había mostrado ningún tipo de afecto hacia mí. Pero ese día, solo ese día, sentí que en verdad tenía a una madre que se preocupaba y velaba por mí.

—Vamos, linda. No volverás a salir al jardín.

—Pero, mamá, yo...—. Fui interrumpida por ella.

—Pero nada. Es por tu bien, Katherinne, entiende—. Sólo me límite a darle una última mirada al hermoso paisaje y bajar la cabeza mientras mi madre, Clarissa, me adentraba al enorme castillo.

No volví a salir al jardín jamás. Intentaba escapar y siempre me descubrían. Mi niñez fue de lo peor, no me dejaban jugar, ni nada que tuviera que ver con la diversión. No me dejaban sentir por nada ni nadie y si lo hacía era severamente castigada

A mis dieciséis años, recibí regalos absurdos, vestidos, zapatos, joyas, sin embargo, esa noche de mi cumpleaños-, cuando volví a mi habitación a descansar-, en mi cama encontré un cuervo de cristal con un diamante rojo en el pecho. Fue el mejor regalo que pude recibir jamás. Lo escondí y lo mantengo—, escondido en una caja—, hasta el día hoy

Siempre tenía que aprender a como comportarme. Después de todo era la princesa y tenía que acatar cualquier orden que se me impusiera.

Pero ya no. En unas cuantas horas sería la reina. Ahora yo pondría las reglas y todos deberían obedecerlas. Estaría por encima de todos. Y tal vez, sólo tal vez, volvería a ver a los cuervos.

Reina De Cuervos I: Entre Dos Mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora