XIX

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Podía sentir su perfume muy cerca de mí, sabía que él estaba aquí, esperando a que me dignara a abrir los ojos. Sabía que estaba despierta, lo sentía, sin embargo, no pronunciaba palabra alguna.

Al menos estaba cómoda en la superficie blanda de lo que supuse era una cama.

Traté de mover mi pierna, más mis intentos se vieron fallidos cuando esta no se movió un solo centímetro. Dolía como el carajo, ¿Cómo demonios iba a poder escapar de donde sea que estuviera con la condición en la que estaba mi pierna?

—Sé que estas despierta, ¿Cuando abriras los ojos?

No modulé palabra alguna, solo permanecí en silencio e inmóvil mientras el temor hiciera que mi corazón desbocado latiera como loco provocado por su repentina e increíble cercanía hacía mí.

—Bien. Te dejaré sola para que estés más tranquila. No muevas demasiado tu pierna, podrías lastimarte, amor—. El calor que emanaba de su cuerpo se fue alejando junto con sus pasos, para luego escuchar el ruido de una puerta abrirse y después cerrarse. Se había marchado.

Fue entonces que solté un suspiro y el aire despreocupado volvió a mis pulmones.

Abrí los ojos lentamente, tratando de que mi vista se acostumbraran a la luz de las lámparas que había colgadas en el hermoso y gran techo.

Una vez que mis ojos pudieron ver con claridad, con las palmas de mis manos—, colocadas en el suave y cómodo colchón—, impulsé mi cuerpo hacía arriba para poder sentarme, al hacerlo mi pierna hizo que soltara un gemido de dolor, pero aún así logre mi cometido.

Una vez ya bien sentada, me dispuse a inspeccionar el lugar. Era tan espacioso como mi habitación, el suelo era de una fina madera cubierta con terciopelo dorado con detalles rojos, las paredes eran completamente doradas, las cortinas que llegaban al suelo de color rojo; tras de ellas se veía dos puertas de cristal que parecían llevar a un balcón.

De pronto la idea de poder escaparme por ahí cruzó por mi mente. Lentamente descubrí mi cuerpo de las blancas sábanas, temiendo encontrarne algo realmente horrible. Sin embargo, solo vi un vendaje. Fue entonces, que me tomé el tiempo de observar lo que traía puesto; shorts y camiseta. El miedo me inundó aún más, el sólo hecho de pensar que alguien había puesto sus manos sobre mí me causaba estragos y provocaba que mi piel se erizara.

Con cuidado coloqué mis pies en el cálido suelo y me obligué a bajar de la gran cama. Tambalee un poco cuando apoyé todo mi peso en mis piernas.

Solté una maldición baja.

Al mirar hacía un lado, vi una fotografía mía, no fue hace mucho, de eso pude darme cuenta. Tenía terror de saber desde hace cuando me vigilaban.

Estiré con cuidado mi mano y la coloqué boca abajo, para así después caminar rápidamente hacía el balcón.

De pronto mi pierna falló, provocando que cayera de forma estrepitosa, soltando un grito adolorido.

Rezaba porque nadie me hubiera escuchado, más mis esperanzas se vieron destruidas cuando los apresurados y estruendosos pasos comenzaron a resonar, para más tarde abrirse las grandes puertas.

Como pude, me incorporé mientras dejaba escapar un quejido.

Las caras de Caleb y Alec aparecieron en mi campo de visión.

Comencé a retroceder.

—No me hagan daño, por favor—. Susurré sollozando.

—Shh, tranquila, amor. Nadie te lastimara, lo prometo. Confía en mí—. Dijo acercándose hacía mí de forma lenta y cuidadosa. Acercó su mano a mi mejilla y la aparte de un golpe.

—¿Confíar en ti? ¡¿Confíar en ti?! ¡Tú hiciste todo esto! ¡Es tú culpa! ¡Lo planeaste desde el principio! ¡No me pidas que confíe en ti cuando me tienes aquí encerrada! ¡Sacame de aquí!

—Cielo, escucha, preciosa. Mira, cariño—. Habló y extendió su mano dejandome ver mi cuervo de cristal—. ¿Lo recuerdas? Estaba en tu habitación en tu cumpleaños número 16.

Lo tomé entre mis manos.

—Sé que le tienes aprecio, yo lo hice especialmente para ti y lo deje en tu habitación—. Mi corazón se inundó de furia, mi vista se volvió hacía Caleb.

—¡No quiero nada de ti!—. Con una gran fuerza, estrellé el cuervo contra la pared, provocando que este se rompiera en mil pedazos—. No puedo creer que estuve enamorada de una bestía—. Algo en mí estaba... Roto. Algo se había quebrado, y sabía que duraría para siempre sin poder repararse—. Ahora me arrepiento tanto de haberme acostado contigo, no tienes una idea de cuanto te detesto. Mi peor error fue creer que podía confíar en ti.

—Amor, tienes que entender que...

—Preferiría morir antes que escuchar tus miseras y deshonestas palabras.

De pronto las puertas del balcón estallaron y las paredes junto con ellas.

Pude divisar a el hermoso chico de las alas blancas de anoche.

Él se aproximó a Alec para después empujarlo por los aires provocando que se estallara en lo que quedaba de las paredes. Caleb quiso tomarme, cuando se vio interrumpido por las personas de alas blancas que se adentraban por todas partes.

Alguien gritó mi nombre.

Alec.

—¡Vamos, amor, corre hacía mí!

—¡Vamos, pastelito, ven conmigo!

Alec extendió sus maravillosas alas negras impulsandose contra el chico, pero rápidamente entendí mi mano al aire e hize que su cuerpo se estallara contra el suelo. Comencé a bloquear el aire que entraba por sus pulmones.

—Vamos, hermosura, tenemos que irnos ahora mismo.

—Amor, c-confía... en mí—. Dijo como pudo. Lo miré con dolor... destruída.

—Hubieras pensado eso antes.

El chico de la mirada azul y del cabello rubio tomó mi cintura y mis muslos para poder cargarme y sacarme volando de aquél lugar.

No dijimos palabra alguna en todo el viaje, por así decirlo. Podía sentir su cálida respiración en mi cuello, sabía que estaba observandome. Más tarde sentí como iba alentando en vuelo y aterrizando en el balcón de una hermosa casa.

Me bajo, nuestras narices se rozaban.

—Gracias.

—¿Por qué no tienes miedo? ¿Es qué acaso confías en mí?—. Inclinó la cabeza a un lado.

—No, no te confundas. No confió en ti, sin embargo, me has sacado de aquél lugar, y eso te lo agradeceré eternamemte. A demás, si quisieras hacerme daño estarías con ellos o ya me hubieras lastimado.

Sonrió.

—Me gustas.

—¿Qué has dicho?—. La sangre se agolpo en mis mejillas.

—He dicho que me gustas. Eres distinta, y eso me agrada.

—¿Debería decir gracias?

—Sólo si tú quieres.

—Bien. No lo haré—. Soltó una pequeña carcajada. Su voz me agradaba.

—Sabía que ibas a responder eso. Ahora dime, ¿Por qué no me has pedido que te llevé al castillo?

—Sé perfectamente que ese es el primer lugar donde me buscarán. Y sé, también, que me tendré que quedar contigo gracias a que me has... ¿Salvado?

—¿Soy tu héroe ahora?—. Me guiño un ojo.

—No.

—¿Qué soy entonces?

—La última persona que me queda.

Reina De Cuervos I: Entre Dos Mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora