XVII

310 36 7
                                    

—¿Pequeña? ¿Estás bien?—. La voz de alguien hizo que abriera mis ojos de golpe.

Lo primero que vi, fueron unos ojos verdes.

El señor de hace rato se encontraba frente a mí acariciando mi mejilla.

El temor a que pudiera hacerme algo se extendió por todo mi cuerpo, provocando que me apartara de pronto.

Salté de la cama, haciendo que mis pies—, tivios debido a las sabanas de la cama en la que estaba—, tocarán el helado suelo.

Él camino hacía mí, con las manos extendidas en forma de son de paz.

Comencé a retroceder hasta que mi espalda chocara con una superficie dura. La pared.

Mis ojos visualizaron toda la habitación buscando alguna forma posible de escape, sin embargo, mis intentos se vieron nulos.

Al ver esto, comencé a hiperventilar.

Caí de rodillas al suelo. Llevé rápidamente mi mano hacía mi garganta, lo único que se escuchaba era mi estruendosa forma de tratar de que el aire—, aunque fuera escaso—, entrara en mis pulmones.

Mis ojos comenzaron a arder, para más tarde brotar una lágrima tras otra.

Todo mi cuerpo comenzó a temblar.

El hombre se acercó a mí y colocó una mano a cada lado de mis mejillas, para después, comenzar a cantar.

Tranquila, pequeña,
La tormenta pasará.
Me extrañaras, Te extrañare,
Pero pronto te vendré a buscar.
Tu corazón es puro,
No debe de cambiar.
Mas si a la oscuridad dejas entrar,
El rencor lo invadirá.
A tu trono llegaras,
La reina seras,
Y a tu destino encontrarás.
No me olvides, pequeña,
O viviremos siempre con esa pena.

Mi respiración se volvió regular y mi cuerpo al fin dejo de temblar.

—¿Q-quien eres y de donde sacaste esa canción?—. Pregunté alejándome de él cautelosamente.

—Pequeña, yo...—. Lo interrumpí.

—Katherinne, soy Katherinne para ti—. Hablé firme tensando mi mandíbula.

Se puso de pie por lo que yo también lo hice.

—¿Quién te dijo que te llamabas Katherinne?

¿Qué quien iba a decirme? ¿Este tipo esta bromeando?

—Ese es mi nombre. Mi madre lo eligió para mí al nacer.

—¿Tú madre? ¿Quién es tu madre?

—Clarissa. Clarissa Mikelson. Ella es mi madre—. Río de forma sarcástica.

—¿Así que esa perra utilizó mi apellido?

—¿Quién diablos te crees para llamarla de aquella forma? Puede ser lo que sea a los ojos de cualquiera, incluso a los míos, pero no deja de ser mi madre. Y no voy a permitir que cualquier maldito bastardo la insulte estando yo presente, ¿Quedo claro?

—No tienes ni idea, ¿Verdad?—. Me miro confuso.

—No se de que me hablas ni quien eres. Pero te aseguro que si no me dejas salir de aquí, te asesinare con mis propias manos así me cueste la vida hacerlo. Porque estoy segura de que me están buscando ahora mismo. Ahora, haste a un lado y dejame pasar, maldición.

—Tienes caracter, pequeña.

—Me tienes hasta la coronilla con ese apodo, ¿Quién te crees? ¿Mi padre?

—Parece que adivinaste por tu misma quien soy.

¿Qué?

Soy tu padre biológico, Danny.

—¡No! ¡Alejate de mí! ¡No te quiero cerca!—. Dije apartando sus manos de mi rostro de una forma brusca.

En este momento no sabía como sentirme. Todo a mi alrededor se había detenido, solo estabamos el imbécil que me había abandonado y yo.

—Hija, debes escuchar...—. Sollocé.

—¡No quiero oirte! ¡Tú me dejaste sola! ¡Me dajaste sola con ella!

—No fue mi intención, linda. En realidad yo...—. Empuje su pecho con las palmas de mis manos lo mas fuerte que pude.

—¡¿Acaso sabes lo que me hizo?! ¡¿Sabes cuántas veces me dejo encerrada en ese oscuro lugar?! ¡¿Cuántas veces me golpeo hasta dejar que no pudiera moverme?! ¡¿Cuántas veces dejo que él hiciera lo que quisiera conmigo?! ¡No, no lo sabes! ¡Porque tú dejaste de ser mi padre en el momento en que me abandonaste! ¡No te quiero cerca de mí!, ¡¿Me entiendes?!

Ella no es tu madre, pequeña.

—¡¿Por qué quieres seguir haciendome daño?! ¿No crees que ya fue suficiente? ¡No quieras mentirme!

—No te miento, hija...

—¡No me llames así! ¡No soy tu hija! ¡No eres mi padre! ¡No soy nada tuyo y jamás lo seré!—. Golpee su pecho con fuerza una y otra vez.

De pronto la puerta se abrió dejando ver a Alec y a Caleb.

—¡Dios! ¡Estás aquí!—. Grité aliviada para después correr hacía él y abrazarlo.

—Tranquila, ya estoy aquí, estoy aquí contigo, amor—. Susurró a mi oído.

—¿Cielo? ¿Estás bien, preciosa?—. Preguntó Caleb, haciendo que saliera del transe. Asentí en su dirección.

En este momento me sentía demasiado alivida y protegida como para salir del calor y la confianza que los cálidos brazos de Alec me brindaban.

Miré en dirección a esos ojos verdes que eran una replica exacta de los míos.

—Te odio—. Solté con repugnancia hacía mi supuesto... Padre.

—Alec—. Lo llamé—. Quiero irme, por favor sacame de aquí.

Mi vista se torno borrosa.

—Shh. Prometo que estaras bien, te protegere.

—¿Alec?

—¿Qué sucede, hermosa?

—No me...—. Me tambalee, provocando que me cargara de la cintura para que no cayera al suelo—. No me siento bien.

—Estás palida. Amor, ¿Qué tomaste? ¿Alguien te dio algo?

Fue entonces que el recuerdo vino a mi mente. Mi hermano.

—Kyle, él me dio agua—. Hablé solo pudiendo ver los preciosos ojos color avellana de Alec.

—¡Demonios!—. Maldijo—. La llevaré a un lugar seguro, señor.

—Has lo que sea necesario, protegela. No permitas que nada ni nadie le toque un solo cabello. Es una orden, ¿Has entendido?

Las voces se escuchaban lejanas, como ecos en mi cabeza.

—Yo la llevaré.

—No, deja que él se encargue. Te necesito aquí para resolver algunos asuntos.

—Pero, señor, yo...

—No me desafies, mocoso. No estoy para estupideces ahora mismo. Alec, llevatela.

De pronto, pude observar como dos preciosas y maravillosas alas negras se extendieron.

—Te mantendré a salvo, amor—. Sentí un beso en mi frente para después tener la sensación de estar elevada en los aires mientras algo cálido me abrazaba, para más tarde, quedar desmayada en sus brazos.

Reina De Cuervos I: Entre Dos Mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora