La humanidad del demonio

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Todo estaba en su lugar. Su capa caía dramáticamente cubriendo las balas hextech que sobre su hombro descansaban, ansiosas por ser disparadas. Su respiración se veía obstruida por la máscara de piel de anguila que él se negaba a quitarse, y, sobre ésta, la máscara sonriente le daba un aspecto aterrador para aquellos que habían oído hablar de él. Claramente el vastaya que le veía desde el marco de la puerta de su habitación no era uno de ellos.

—Aun creo que es una pésima idea.— Jhin vio desde el reflejo del espejo como el rubio trataba de tomar una postura mas cómoda.

—¿No confías en mí?— Jhin alzó una ceja bajo las máscaras, olvidando que Rakan no podía notarlo.

—No lo tomes a mal— se excusó Rakan —, es solo que los humanos son frágiles.

Jhin se dio la vuelta para encarar al vastaya, y el rubio se vio frustrado al no ser capaz de leer sus expresiones.

—Llevaré armas.— Esperaba que eso le ayudase a calmarse.

—¿Ese es mi consuelo? Ellos también llevarán

—Cálmate, no me pasará nada. Ellos esperan a un par de vastayas y ni tú ni ellos sabes de lo que soy capaz.

Había hablado de más y la expresión de desconcierto de Rakan era prueba más que suficiente. Afortunadamente para él, Xayah había llegado, distrayendo al rubio con su sola presencia.

—La ubicación— dijo Xayah —, ¿la recuerdas?

—Uno de mis muchos dones es la memoria.— Dijo Jhin, altanero y divertido —Un templo abandonado, oculto entre los montes a un par de kilómetros al oeste, rodeado de árboles de cerezo y un lago. ¿Una academia de artes marciales? Puede ser, pero seguramente la vista es...

Xayah alzó la ceja y a Rakan le brillaron los ojos al escucharle hablar de manera tan apasionada.

—Mis disculpas.— Dijo tras aclararse la garganta, pero no podía evitar emocionarse al pensar que un escenario así de hermoso sería la cede de su próxima gran obra.

—Recuerda, vas, vienes y nos informas la situación.— Dijo Xayah y le entregó un macuto lleno de armas blancas.

­—Y se cuidadoso.— Rakan sonaba preocupado.

—Parte de ser perfecto es cuidar los pequeños detalles. —Aseguró el virtuoso antes de salir por la puerta, dirigiéndose a la salida de la posada.

El camino de ida había resultado agotador, pero los paisajes eran tan hermosos que el agotamiento no le incomodó.

Primera llamada, el pueblo lleno de vida. Mercaderes, juglares, mujeres vendiendo flores y niños jugando bajo las faldas de sus madres, ignorando al demonio que entre ellos caminaba.

Segunda llamada. Gente trabajando la tierra y cuidando los sembradíos de trigo, arroz y bambú bajo el inclemente sol aquella tarde de finales de verano.

Tercera llamada. Una alfombra de margaritas que se mecía con las caricias del viento, el cual se volvía más y más fresco con la entrada de la noche, y ahí, entre la blanca sabana de flores, un lago de cristalinas aguas y dos árboles de rosadas hojas, se encontraba el templo. Comenzamos.

Habían sido astutos al escoger esa ubicación. Las ropas de ambos vastayas no los hubiesen ocultado ni aunque actuasen de noche. Pero él no era un vastaya y su capa sí le funcionaba de camuflaje.

Se arrodilló frente al cuerpo de agua y tomó una florecilla que allí se encontraba. Su perfume era simple, pero en esa simpleza se encontraba su perfección.

La Danza del LotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora