Jhin despertó antes de que siquiera el astro rey se dignara a asomarse tras las colinas. La oscuridad aún reinaba, pero no era excusa para no trabajar en su arte.
Rakan se movía inquieto en su lugar. Una pesadilla, dedujo el virtuoso, y no pudo evitar pensar en cómo sería poder meterse en la mente de sus víctimas, husmeando en lo más profundo de su psique para determinar sus miedos más profundos y hacer que sus obras hiciesen sentir a aquellos quienes las viesen un sentimiento más real.
Apartó su mirada del vastaya durmiente y tomó su propio macuto, siendo cuidadoso para no hacer un ruido tan fuerte como para que los sensibles oídos del vastaya le escuchasen alejarse.
El bosque se sentía frio, y con aquella oscuridad incluso se podía describir como lúgubre, pues el interminable otoño ya se había encargado de arrancar las hojas de aquellos árboles que no estaban preparados para el crudo invierno de la región. Jhin respiró aquella atmosfera como si de una droga se tratase, pues adoraba la expectativa que cada escenario le hacía sentir.
No muy lejos como para perderse, pero no muy cerca para ser visto o escuchado, el virtuoso encontró un riachuelo; era pequeño como para ser considerado algo más que un simple charco, pero para los deseos de aquel artista, era más que suficiente.
Dejó sus pertenencias en el suelo y empezó a buscar ramas y hojas secas para iniciar un fuego. Usualmente Rakan era quien preparaba la hoguera, pero eso no significaba que él no supiese hacer algo tan fundamental, y obviamente no despertaría al vastayano para que le cumpliese aquello que algunos denominarían como un capricho.
Despejar la zona no había resultado tarea difícil una vez que contó con lo que necesitaba para iniciar la hoguera, sin embargo, reconocía que aquellos días de ocio quizá habían afectado su habilidad. Odiaba admitirlo, pero Rakan le había convertido en alguien dependiente de él para cumplir las tareas más sucias y sencillas.
Odiaba manchar sus manos, pero el arte se lo imploraba, y él como un esclavo de su pasión no podía negarse.
Tomó su macuto y cuidadosamente sacó sus pertenencias para no dañarlas, pues detestaría tener que reparar algo nuevamente.
Susurro descansaba sobre su regazo, como una amante caprichosa, pero todo lo demás se encontraba en el suelo. Pan y queso añejos, una botella de vino, las plumas que había arrancado de la capa de Xayah, balas sin carga mágica, pedernales, un diminuto caldero y una cerveza que no recordaba haber guardado en su viaje. Tal vez Rakan se había tomado la libertad de guardarla ahí, y eso le ponía nervioso.
Negó varias veces con la cabeza para hacer de lado la idea y tomó la botella de vino antes de darle un trago. Su sabor era el indicado para acompañar el queso que cargaba, por lo que regresó la botella; desperdiciarlo en eso sería una mala idea.
Tomó la cerveza y le dio vueltas a la botella, observando el claro líquido que contenía. Era dorado como los ojos de la difunta vastaya, y se preguntó si acaso aquella era la razón por la que la había guardado, en lugar de tomarla en el momento.
-No creo que le eche de menos...- murmuró al abrir la botella y vaciar su contenido sobre las hojas y ramas previamente acomodadas.
Tomó un par de pedernales y empezó a golpearlos entre sí hasta que la chispa encendió la hoguera, alimentada por el alcohol de la bebida. Jhin tuvo que retroceder un poco ante la flama, pero disfrutó su calor y la forma en la que su sombra danzaba a la par de aquella hermosa y ardiente flor roja.
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La Danza del Loto
FanfictionUno aprendió a ver la belleza más allá de la muerte. El otro, a leer las emociones que en sus ojos y tono de voz se escondían Ella, lo falso que puede ser el perfume de la flor de loto.