Uno, dos, tres, cuatro golpes de martillo contra el yunque seguidos de cuatro segundos de descanso en los que el virtuoso se retiró el exceso de sudor de la frente.
La pieza de acero con la que trabajaba era pequeña, pero no por eso más sencilla de trabajar, y Jhin necesitaba que aquella pieza quedase perfecta, pues un error podría costarle otros valiosos minutos de su tiempo. Y tiempo era algo que él ya no tenía.
Sujetó con las pinzas aquella pequeña pieza de metal, roja como cereza madura y caliente como el aliento de un dragón. Solo tenía una oportunidad, y con ello en mente el virtuoso prosiguió a templar el acero y contar antes de sacarlo del aceite.
La pequeña pieza estaba tan recta como el virtuoso deseaba. No era precisamente bonita, pero él se convenció a si mismo de que la perfección de aquella pieza no estaba en su belleza, sino en su funcionalidad.
Se acercó a la mesa de trabajo con la pequeña pieza en mano y ahí, bajo una manta, descansaba su hermosa arma. Extrañaba tirar del gatillo, pero en esas condiciones no era más que un lindo trasto inútil.
Jhin, con la experticia de quienes trabajan en ello todo el tiempo, desarmó a Susurro y retiró el percutor dañado. Era una lástima que una parte tan hermosa se viese dañada de aquella forma, pero, por lo que pudo ver, parecía sus mecenas habían escatimado en gastos al hacer que su pincel fuese hermoso. ¿No podían hacer un arma bella y resistente a la vez? Aunque claro, no podía echarles la culpa a aquellos que le habían liberado de prisión, él también había cometido un error al momento de dejar caer a Susurro de aquella forma en medio de su performance.
Nuevamente armó a Susurro tras remplazar el percutor, apunto a una pared y tiró del gatillo.
Click. En efecto, el arma volvía a ser su pincel y no podía esperar a jalar el gatillo una vez que el arma estuviese cargada.
Ver la sangre derramada, la carne transformada y los efectos de sus balas mágicas. Jhin podía sentir el éxtasis inundar su ser, pero debía controlarse. No era el momento, pero pronto... Pronto sería el corazón de Zed el que se vería convertido en una bella obra maestra, una que superaría sus hazañas pasadas.
Escuchó las voces animadas de la pareja de vastayas a la lejanía y rápidamente guardó el arma en el macuto y tomó su máscara, aunque dudó en ponérsela. El sudor que recorría su frente la arruinaría, y él no quería tener que reparar algo más para verse obligado a llegar tarde al festival del florecimiento.
—Vaya vaya—escuchó la voz de Xayah a sus espaldas —, quien diría que eras un hombre de acero.
—Tengo muchos talentos.— Dijo, haciendo que el martillo se meciese entre sus dedos índice y pulgar antes de dejarlo sobre la mesa de trabajo y colgarse el macuto en el hombro. —El herrero fue muy amable en prestarme su forja, y ya me he encargado de recompensarle como se merece.
Su voz, aparentemente tranquila, hizo sentir incomodo al rubio vastayano, y Jhin lo notó, por lo que hizo un gesto con la mano para restarle importancia a sus palabras.
—¿Has terminado lo que venías a hacer?— Rakan ladeó la cabeza, tratando de ver lo que Jhin ocultaba tras su espalda.
—¿Siempre eres tan curioso?— Jhin sentía como Rakan trataba de leer su rostro, por lo que se colocó su máscara sonriente y empezó a andar con grandes zancadas.
—Es solo que...— Su voz sonaba titubeante. —Nada, olvídalo, seguramente son cosas mías.
—Si tanto quieres saber, he preparado algo que te mostraré en el festival...
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La Danza del Loto
FanficUno aprendió a ver la belleza más allá de la muerte. El otro, a leer las emociones que en sus ojos y tono de voz se escondían Ella, lo falso que puede ser el perfume de la flor de loto.