Fango

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Estaba atrapado en el fango sin posibilidad de escapar. Intentaba saltar, caminar, correr, pero cada movimiento que hacía solo le hundía más en aquel lugar. Rakan estaba desesperado.




Entre los árboles, Xayah danzaba, rodeada por un aura más brillante que las plumas de su capa. En la oscuridad, su amada parecía un hada cubierta por brillos purpuras, un ángel que le salvaría de su tormento; el encantador abrió la boca, intentando gritar para llamar su atención, pero grande fue su sorpresa al descubrir que sus palabras se veían ahogadas sin razón.


Xayah desaparecía entre la vegetación, riendo ajena al sufrimiento de su amor, danzando con la brisa nocturna, evitando los rayos de luz lunar que se filtraban entre las ramas.
Una pesadilla, eso era, pero Rakan lo sentía tan real, tan palpable.
Gritó con más energía el nombre de su amor, pero su llamado fue apenas un susurro.


—Pobre alma en desgracia...— Un unísono de voces distorsionadas se escuchó tras de sí, y él luchó contra su espesa prisión para ver a aquel que hablaba.


Jhin le observaba, pero su máscara no era la misma. Su sonrisa se veía más amable, como si fuese de porcelana. Era una máscara hermosa, muy distinta a la voz que había escuchado.


—¿Tienes miedo?— Su voz se escuchó más clara, casi angelical. Rakan asintió con la cabeza a modo de respuesta, sabiendo que toda palabra que dijese sería silenciada sin motivo alguno. —Necesitas quien te guie... Toma mi mano, ahora yo soy todo lo que necesitas...


Rakan sacó su brazo del fango y la acercó al artista. Su tacto era cálido, suave. Por unos momentos, Rakan sintió la tranquilidad que experimentaba a un lado de Xayah. Sintió que podía pensar en ella sin romper en llanto o intentar fingir una fortaleza de la que carecía. Pensó que aquel hombre era el pilar que necesitaba.


Sus ojos de zafiro se centraron completamente en el abanico de emociones que los ojos de Jhin ocultaban; angustia, dolor, ira y rencor. El bailarín se sentía capaz de remediarlo, al igual que el virtuoso parecía capaz de hacerle sentir mejor.


Jhin tiró con fuera de su brazo, logrando sacarle poco a poco del fango, y Rakan se sintió aliviado a pesar de saber que aquello era solo un mal sueño.


Cuando su cintura estuvo liberada le pareció ver que aquella máscara se volvía aún más hermosa, imposible de ignorar. Más hermoso que cualquier vastaya que jamás hubiese visto, pues ni Ahri era capaz de hechizar a los hombres como Jhin lo hacía con él en ese momento. Elegante, altivo, arrogante; cualquiera pensaría que aquellas cualidades serían suficientes para alejar a cualquiera, pero Jhin sabía usarlas a manera de imán, atrayendo las miradas con solo mostrar seguridad en sí mismo.


El encantador por unos momentos dejó de pensar, únicamente admirando la belleza de aquella preciosa artesanía que cubría el rostro del virtuoso; artesanía que pronto se cristalizó, empezando a derretirse y caer al piso como una sustancia viscosa.


La máscara había desaparecido, dejando al descubierto el rostro del artista. Sus cabellos oscuros y piel pálida; sus ojos marrones rojizos y su barba pulcramente recortada; su mirada cansada, afligida y sus líneas de expresión. Todo él estaba expuesto, tan humano como nunca se había mostrado, pero para él era un ángel con alas rotas, un ángel que había llegado a salvarle de aquel dolor.

La Danza del LotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora