Danza marchita

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Habían dejado atrás cualquier señal de civilización y ahora se veían rodeados por la densa vegetación de los bosques tropicales de la región.
Rakan aún se veía desanimado, pero Jhin no se podía dar el lujo de estar pendiente de él en todo momento.


Algunas veces, cuando paraban en el camino, podía ver al joven vastaya ponerse aquella máscara que le había regalado poco antes de la tragedia ocurrida en el paso de Jhyom. Rakan era tan emotivo; solía expresarse sin dificultad, pero los sentimientos de pesar, el sufrimiento, parecían ser emociones que no estaban en su ser. Aquel detalle frustraba a Jhin, quien esperaba lágrimas amargas, llantos desgarradores; pero Rakan solo dejaba que sus azulinos ojos se humedeciesen un poco.


Si Xayah hubiese sido la sobreviviente... Ella hubiese llenado de letales plumas todo el bosque y maldeciría el nombre de los ninjas. Pero Xayah ya no estaba, y ahora el único capaz de alimentar el ego del virtuoso era Rakan.


-Es el mejor regalo que me han dado...- Jhin se sobresaltó al escuchar aquella voz y volteó a ver al vastaya sobre su hombro, observando la triste máscara que cubría su rostro.


-Claro que es el mejor- aseguró el virtuoso hinchando el pecho -, yo mismo la hice.


-No me refiero a la calidad- Rakan habló de forma apresurada, y Jhin detectó amargura en su voz, como si se quebrase cual delgado cristal -, es que... me ayuda a expresarme...


Jhin volvió su mirada al camino sin intercambiar palabra. No temía que Rakan se lo tomase a mal, pues el rubio ya se había acostumbrado a aquellos momentos de silencio en los que el virtuoso solo se ocupaba de meditar los hechos, las palabras.


Rakan aceleró un poco el paso, haciendo que las hojas secas crujiesen bajo sus garras.


-¿Qué crees que haría ella en estos momentos?- cuestionó el encantador, negándose a mantener aquel silencio.


Jhin se detuvo de golpe y alzó la mano para hacerle callar.


-¿Escuchaste eso?- El virtuoso murmuró.


El encantador alzó sus orejas y retiró la máscara de su rostro, cerrando los ojos para prestar atención. Solo en ese momento Jhin pudo notar la humedad de sus mejillas. Rakan había estado llorando en silencio bajo la máscara.

-Arboles cantantes...

El rubio vastaya empezó a correr, siguiendo la melodía oculta en el corazón del bosque que empezaba a teñirse de tonalidades rojizas.


El viento removía sus plumas con cada paso acelerado que daba, y mientras más se alejaba del humano, más sentía que su alma se quebraba.

No dolía la lejanía, sino la cercanía con aquel secreto en el bosque; aquella danza en soledad que ella le había brindado.


La melodía sonaba marchita, rota, como si luchase por sobrevivir. Podía escucharla cada vez más fuerte, pero a la vez muerta y sin alma.


La Danza del LotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora