Vino y pan de cebada

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La mañana era fresca y la brisa matinal le agitaba sus rojizos cabellos. Xayah le esperaba en la entrada de la posada, pero haciendo cálculos era posible que regresase esa tarde.

Le había prometido a Rakan que todo saldría bien, y tener que consolarle si algo le había pasado a ese humano no estaba en sus planes. Sabía que no era su culpa, pero quedar como una mentirosa frente a Rakan era impensable.

Una carreta se paró frente a la posada y ella alzo las orejas al ver el cuerpo de Jhin oculto entre montones de heno.

—Oh cielos...— Murmuró y se acercó a Jhin. —¿Te atraparon? ¿Dónde está la vastaya?

—Preferiría hablar de eso cuando desinfecte mis heridas...

Xayah abrió por completo los ojos al ver la venda llena de sangre y su capa teñida de rojo.

—¿Sabes que Rakan estuvo en vela toda la noche? Le dará un infarto cuando te vea.

Jhin se quitó las máscaras y forzó una sonrisa. Se veía pálido, sus manos temblaban. Xayah le llevó una mano a la frente, estaba helado.

—Te llevaré con Rakan— dijo presurosa —, él te curará mientras yo busco algo para que comas y repongas energías.

Jhin se aferró a Xayah y gimió adolorido cuando esta acaricio su herida. Ella suspiró aliviada al notar que la herida no era muy profunda, pero la pérdida de sangre no podía tomarse tan a la ligera.

Los clientes de la posada les vieron con curiosidad y más de uno se apresuró a ayudar al hombre herido, pero tanto Xayah como él lanzaban miradas asesinas. Al menos tenían en común aquel gusto por la intimidad y evitar que gente curiosa tratase de acercarse.

Finalmente llegaron a los aposentos de Jhin, y Xayah se vio obligada a colocar toallas sobre las sabanas para evitar mancharlas antes de que el virtuoso se recostase. Le retiró la capa para poder lavarla y finalmente, agradecida por la falta de fuerza del virtuoso quien parecía querer poner resistencia, logro quitarle la camisa, la cual estaba bañada en sangre. Colocó ambas prendas en un cesto, luego pensaría en como quitarles la sangre.

La vastaya le giró sobre el colchón para examinar la herida ahora que no había ropa de por medio.

—¿No ibas a llamar a tu novio?— Pregunto Jhin con voz cansada, pero aun así fue capaz de pintar una sonrisa sobre sus labios. —No creo que a él le agrade la idea de que estés sola con un hombre semidesnudo.

—Ese hombre semidesnudo está herido, así que lo entenderá. Quédate así en lo que voy a buscarle.

Xayah salió de la habitación y entro a la suya. Sobre el colchón descansaba Rakan, y Xayah se sintió realmente apenada al tener que despertarle.

Rakan se removió al sentir los helados dedos de su chica, pero le sonrió al momento de abrir los ojos.

—Volvió.— Dijo Xayah, y el encantador brincó de la cama notablemente emocionado.

—¿Cómo está él?— El frio silencio de su amada le congeló el corazón. Rakan tragó saliva. —No estará...

—¡No!— se apresuró a decir ella. —Está herido, no es muy grave. Creo que podrás curarlo con facilidad, y más ahora que está agotado.

—­Es tan arrogante que no aceptará ayuda de buena gana.— Dedujo el rubio y su novia asintió con la cabeza.

Al entrar a la habitación vieron que el virtuoso se había rendido al sueño en la posición en la que Xayah lo colocó antes de dejarlo. Su respiración era pausada, pero su rostro no reflejaba la paz de alguien que ve el sueño como un escape a sus problemas.

La Danza del LotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora