Delìrivm Còrdia

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Me perdí en un pantano de ponzoña
lejos de un destino embarazoso,
ríos de fiebre, enfermedad y carroña
veía a través de mi corazón virtuoso.

Encontré una botella de alquitrán
y un mejunje de cólera y miseria.
De lobos y bestias es una feria
donde discuten la vida que me darán.

El mundo era de ansiedad,
encontraron esta deidad,
destruyeron su bondad
y atacaron sin piedad.

Las aguas yacían en compañía
de malos venenos y maldad.
Paraíso de un horrible capataz
orgulloso de lo que conseguía.

Se piensa que se equivoca
por amar el paraíso nihilista
con el corazón de una roca
y la mente de un artista.

Solo hay cabida para el delirio
y quizá también para el cariño,
pues este paraíso es eterno
y aún faltaba algo bueno.

Miraba cerca del acantilado
de burdas falacias y mentiras
a un monstruo y un lisiado
que arrancaban su piel a tiras.

Me vi rechazar el suicidio
condenándolo al absurdo,
visto como un acto burdo,
lleno, el corazón, de delirio.

Con armas en las manos
y nudos en la garganta
nos mantenemos sanos
y el corazón ahora canta.

Ahora veo montes colosales
de cadáveres quemados,
restos de cuerpos torturados
y cabelleras en los rosales.

Era, pues, otro mundo
que vivía del absurdo
y quebrantaba sus leyes
a voluntad de ser reyes.

Me di media vuelta y contemplé
una fría y oscura fachada
que, en sí, era la que soñaba
y la que siempre conservé.

Miré la vista majestuosa
del paraiso de la desdicha
y con mi mirada tortuosa
contemplé la susodicha.

Un refugio para huesos y carne
era aquel lugar de melancolía
que antaño no me parecía
tal antítesis ni objeto de debate.

La opinión bulgar y la culta
brillaron por su ausencia,
nadie dictó una sentencia
y la fachada siguió oculta.

Allí yacían la vergüenza
y el delirio del corazón.
El alma cuando venza
contendrá amor y razón.

Días y noches pasaron,
lluvias y vientos terminaron,
del amor y el odio vaciaron
sus canciones que terminaron.

Dormí en una vieja cueva
con una vieja vida nueva,
de antítesis llené los ríos
que temblaron por seísmos.

Dulces días de despertar,
buen café, amargo malestar.
Un desayuno con contraste
de las cosas que dejaste.

En este mundo amargado,
de mentiras desolado
y de verdades ocultado,
canta un hombre encarcelado.

Aquí residía el problema
atrapado en un poema.
Eran personas y besos
hablando entre versos.

Se forjaba la culpa
que no desaparecería
ni ahora ni nunca,
pues se lo merecían.

Los fuegos ardían al norte
en un crimen imperdonable.
Quemaban la verdad irrefutable
de la corrupción en la corte.

¿Qué es de este mundo
sino un lugar inmundo
de ataque y amenaza
que por mi darían caza?

Gritaban ellos a voces
"¡Todavía sigo vivo!".
El mundo donde sigo
y que estropean a coces...

Vivo el sonido,
muerto el silencio,
vivo el peligro,
muerto el necio.

"¡Indigno!" me decían,
"¡romántico!" me llamaban.
Las mentiras comprendían
y las verdades ignoraban.

Abandoné aquel lugar
cuando llovió sobre mí.
Eché, entonces, a andar
hasta que lejos me perdí.

Escuché: "¡Será un Don Nadie
cuya existencia es mentira!".
Una voz que ahora expira
y se convierte en la carie.

Seré entonces alguien
y ellos sabrán bien
quién es el número uno
a quien no gana ninguno.

Quise convertirme en sombra,
pues de verdad me asombra
el poder de pasar desapercibido
para no ser un corazón podrido.

Cansado de escuchar falacias
y acostumbrado a esas albricias
quise descansar cerca del río
envenenado de dolor y hastío.

Corazón delirante,
incertidumbre andante,
un paraíso para Dante,
un infierno frustrante.

Un destino que deshace
todas mis espectativas,
una calma que renace
guardada entre cortinas.

¿Qué será ahora de mí?
Pues mi paraíso desaparece
y mi melancolía crece
hasta que comience el fin.

¿Cómo aguantar tanta muerte
y continuar como solía antes vivir
en este mundo exento de porvenir
y ocultar lo mucho que añoro verte?

En poesía fría, amarga y rara
escribo delirios y pensamientos
olvidando todos mis cimientos
en una obra que me saldrá cara.

Sin principio y sin final,
tengo frío en mi amor,
y por una sentencia fatal
cambiaría todo este dolor.

Se acabó la mala vida
y empezó la buena muerte.
Ya no necesitaría suerte
ni a una flor podrida.

Sigo ahora hacia el castillo
andando un largo sendero,
en una mano el mechero
y en la otra un cigarrillo.

"Ciega Mente"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora