22; LO QUE MÁS ANHELAS

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La penúltima mañana de noviembre, el día en que oficialmente quedaría reabierta la colonia en la cima de la colina, Jesús se despertó temprano y preparó un desayuno para dos, luego de comer, Maggie pidió al arquero que ayudara a reparar uno de los tractores para la plantación y Rovia salió a recorrer el pueblo a los pies de la colina, Alex le había pedido más vendas y alcohol y Paul sabía que en el pueblo quedaba una farmacia que nadie había repasado en sus bodegas.

-Iré y vendré -le dijo al moreno echándose el abrigo encima.

El mayor asintió. Había estado inclinado sobre el motor y al voltearlo a ver tenía el rostro con manchas de grasa en la nariz y parte de la mejilla, se había quitado el cabello de la cara sujetándolo en una coleta contra la nuca y, pese al frío, vestía una camiseta que dejaba al descubierto sus brazos.

Hubo un breve intercambio de miradas, luego, Daryl se incomodó y volvió a asomarse en el motor, ese tipo de cosas enternecían a Paul de una manera singular. Sabía, adivinaba, en su mirada que se tragaba algún gesto cariñoso, tal vez una palabra amorosa, que no habría dejado salir por nada del mundo, ni en público ni en privado. No que no fuera cariñoso, pero el romanticismo le salía a cuentagotas, era tímido para eso y el castaño lo sabía, por eso no insistía.

-Ve con cuidado -dijo Daryl desconectando el cabo del escape.

Rovia sonrió, asintió y se despidió de él con un fugaz beso en la mejilla. Se alejó sin decir más nada y salió de Hilltop en uno de los pequeños carros que tenían. Condujo camino abajo sintiéndose seguro por primera vez en mucho tiempo. No habría Salvadores rondando los caminos, sólo caminantes, y con esos Rovia podía lidiar solo.

Estacionó el coche en un aparcado, bajó del vehículo y caminó tranquilamente por entre las calles disfrutando de la increíble sensación de libertad. Investigó en la farmacia que había y fue al sótano para buscar lo que Alex le había pedido.

Llenó su mochila y salió.

Recorrió el mismo camino de vuelta hacia el carro, pero a dos cuadras de éste escuchó un ruido no muy lejano, un golpe seco de algo que se caía y una maldición en voz femenina seguida del característico gorjeo de un caminante, así que fue a echar un vistazo.

Sobre el techo de una camioneta de correo postal, una mujer permanecía hincada manteniéndose lo más alejada posible de un caminante que se estiraba lo más posible tratándola de alcanzar.

La mujer, delgada y atractiva, con la melena desgreñada y vestida con un atuendo otrora blanco, sucia y con una evidente hinchazón en un pie torcido.

Rovia la reconoció enseguida, la recordó con la misma ropa, pero limpia, por entonces llevaba una de esas pequeñas pistolas de bolsillo e iba peinada con una media cola. La recordó de pie escondida tras una viga en el Santuario, espiando a tres guardias esperando el momento perfecto para poder irse sin ser notada, el castaño estaba escondido tras un contenedor desde donde pudo verla y enseguida supo dos cosas, primero, la mujer pretendía escapar, segundo, no lo lograría. Iba en sentido contrario a la ruta real de escape, iba directo hacia una puerta custodiada en esos momentos por no menos de ocho soldados armados. La vio esperar el momento adecuado y, cuando fue a dar un paso, el castaño la llamó desde su escondite con el clásico chistido. Le hizo una señal para que guardara silencio y otro más para que se acercara, y ella, sorprendida, fue hacia él, no hubo intercambio amable de palabras, él se limitó a decirle la ruta y el modo de salir de allí sin ser notada y ella, antes de irse, se detuvo y le dijo en voz muy queda "Hay un prisionero, Daryl, saldrá en cualquier momento por atrás."

Nunca supo por qué se lo dijo, quizá creyó que estaba allí para rescatarlo, por entonces para Paul, Daryl era apenas más que un conocido, la mano derecha de Rick Grimes, el líder de Alejandría, el tipo divertido que le había regalado una lata agitada de soda una hora antes de darle un puñetazo en la cara que le dejó un moretón de tres días. El guapo de los cabellos oscuros con pinta de motociclista. Su estereotipo del novio que deseaba cuando era adolescente, era él, era eso, nada más, porque apenas habían intercambiado palabras, algunas miradas significativas, fue el que los regañó por haber hecho un trato con el tipo que había matado a un chico y a sus niños mayores de trece años. Daryl Dixon. Igual fue por él.

La Guerra Por El EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora