3; THIS IS THE LOVE STORY

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Cuando volvieron a Hilltop, a la mañana siguiente, la gente miró admirada la nueva camioneta de carga y recibió con gusto las tantas cosas que habían ido encontrando y recolectando en el camino, pues condujeron hasta que la gasolina se terminó y volvieron con los garrafones que fueron llenando de coches olvidados a los costados de las carreteras. Habían dormido en la camioneta y volver a la colonia fue un pequeño placer.

Las armas y balas fueron entregadas íntegramente a los alejandrinos y la gente de Hilltop se quedó con las herramientas de palas y picos, hachas y martillos, la comida fue repartida en mitades, lo mismo que los medicamentos, pese a las quejas de Gregory que insistió en que debía tocarles más como pago por estar recibiendo a los de Alejandría. Pero no Maggie ni Jesús estuvieron de acuerdo y ahora ellos tenían más poder en la colonia que el anciano. También con la llegada de Dixon y Rovia regresó el buen clima.

De ahí en más, las cosas ocurrieron con gran tranquilidad.

Mañana con mañana, el moreno despertaba en su sofá cama y miraba largamente el techo de la pequeña casa, para entonces Paul se había ido y pasaba el día entero ayudando a reparar los establos o persiguiendo a los animales de corral que escapaban.

En realidad, Daryl y Paul sólo se veían al anochecer, cenaban juntos y se iban a dormir, durante el día sus trabajos los mantenían alejados, uno ayudando a su gente y el otro en sus reuniones con Rick, uno disfrutando del nuevo buen clima en el exterior, el otro encerrado en la mansión.

Con todo, nadie habría dicho que se llevaban mal, si por casualidad se encontraban, Rovia iba hasta Daryl con su mejor sonrisa y si podía cogerlo desprevenido le saltaba encima antes de salir corriendo como un niño, párvulo; no que le gustara molestarlo, lo que quería siempre era sacarlo de su estado de ensimismamiento y a veces lo lograba, más de una vez el moreno salió corriendo tras de él.

Algunas otras veces, las que menos, se los veía juntos de pie bajo un árbol, en silencio, mirando las sombras en el pasto. Una de esas ocasiones, estando uno reparando una radio de pilas y el otro fumando un cigarro, el moreno se desesperó de lo inútil del menor con asuntos de aparatos y se lo quitó para arreglarlo él. No se dirigieron una sola palabra.

Paul se acercó hasta el pelinegro para ver de cerca lo que hacía seguro de que podría hacerlo por sí mismo después. Las manos anchas y toscas del moreno, ayudado por un desarmador, desprendió la batería, limpió el transistor oxidado, cambió la espiral que comunicaba la batería con la pila y volvió a armarlo: con el cigarro consumiéndose en su boca, en voz más bien ronca, le explicó escuetamente que el problema de muchas radios de pilas eran los tapones, tiras de aluminio grueso que se perforaban con el menor movimiento de la batería si ésta se aflojaba.

Paul lo escuchó con atención, asintiendo, elevó el rostro y se descubrió peligrosamente cerca de la cara de aquél, el cigarro muy cerca de sus ojos, el moreno lo notó y se quitó el cigarro de la boca dejándolo caer para pisarlo.

-Si te acercas tanto voy a sacarte un ojo -espetó.

-¿Te gusta la gente tuerta? -, ahora preguntaba por "gente" para no hacer divisiones, había comprendido que al moreno le incomodaba hablar de personas fuera hombre, mujer o quimera.

También tenía por juego nuevo hacer de la nada aquel tipo de preguntas, como un juego de detectives que permite hacer preguntas sueltas para tratar de adivinar quién es el asesino, así de pronto podía preguntarle si le gustaba más el cabello rubio o el oscuro, si prefería a la gente alta o baja, si le gustaba un rostro serio o sonriente, una nariz respingada o de punta en bolita. A menudo Daryl le sacabala vuelta, contestaba con un gruñido o un "me da igual".

La Guerra Por El EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora