2; DESPUÉS

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La semana siguiente después de su llegada a Hilltop siguió lloviendo, una fina llovizna que cayó noche y día sin dar tregua alguna, pero no hubo otra tormenta como la que cayó durante el enfrentamiento a las afueras del Santuario, con todo, el exceso de lluvia causaba demasiados problemas en una aldea tan rural como Hilltop, el sitio se volvía un auténtico lodazal, la madera húmeda de las caballerizas y los establos se rompía con facilidad, los truenos asustaba a los animales apenas más que a los niños y las siembras parecían a punto de ahogarse.

Daryl agradeció en silencio no tener que compartir casa con los pobladores o no habría escuchado otra cosa que quejas y cosas de trabajo, por suerte, Jesús era mejor compañía que eso, hablaba de tonterías iguales, pero de una variedad más amplia: a causa de la lluvia constante hubo que pasar los primeros días encerrados en su remolque, ahora con el moreno en el sofá sobre la colchoneta y Paul podía leer largo rato en la cama. Pero era un chico inquieto y al cabo de cuatro días decidió que no se podía quedar más sin hacer nada.

-Iré a buscar provisiones -soltó tras cerrar su libro de golpe-; no hay más Salvadores pidiendo comida, pero nunca está de más tener más.

Daryl lo miró enarcando una ceja.

Apagó su cigarro contra la cajetilla y se la guardó en el bolsillo mientras se ponía en pie.

-Te acompaño -decidió-. Este sitio es aburrido-. Una sonrisa bailó en los labios de Paul, quien asintió y, sacando de su ropero una maleta pequeña, se puso a llenarla con cualquier cosa que decidió era importante llevar consigo, mientras que Daryl decidió que lo único vital eran sus armas.

Luego, a mitad de la tarde y sin que nadie se lo esperara, con la lluvia cayendo y todos metidos en sus casas, fueron por un carro y Daryl condujo carretera abajo sin rumbo alguno, con Paul fingiendo analizar el mapa de caminos, con el comentario de Maggie diciendo que eran adultos y podían cuidarse solos sin tener que pedir permiso, y la bendición de Rick; no se irían muy lejos ni volverían mucho después, sólo querían salir a dar una vuelta con el pretexto de buscar cosas útiles, y tal vez hasta en verdad consiguieran algo que valiera la pena.

-¿A dónde vamos? -preguntó Paul veinte minutos después-. Ya recorrí todo el noroeste y el norte, no hay nada, ya no, es decir, debe haberlo, pero no dentro de los límites.

-Vamos al este -respondió el moreno.

-¿Qué hay en el este?

-No sé, hay que ir a ver-. El ronroneo del motor y la lluvia contra los cristales era un placer a sus sentidos tanto como el aroma que desprendía Rovia. Olerlo lo hacía pensar en esos viejos comerciales de familias perfectas con hombres guapos y mujeres sonrientes hablándote de hipotecar la casa para pagar la universidad de tus hijos por un futuro mejor. Esa gente tenía que estar muerta, sus hijos en la universidad, también, y la casa hipotecada era probablemente lo único que quedaba en pie.

La Guerra Por El EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora