Capítulo 1 - REGALO

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Desperté esa mañana esperando que todo fuera diferente, que una guerra intergaláctica se desatara en la Tierra y que atacara la universidad justo durante mi clase de matemáticas; o que algún monje apareciera de la nada y anunciara que yo era el único capaz de salvar al mundo.

Sí, tal vez veía muchas películas de ciencia ficción, y leía muchos cómics, pero todos tienen derecho a soñar con una vida interesante y llena de aventuras, ¿verdad? Bueno, al menos ese era mi sueño.

Muy a pesar de mis deseos, esa mañana fue como todas las demás...

El reloj despertador sonó a las siete en punto, insistente y exasperante como todas las mañanas, mientras mi mano buscaba torpemente el botón que acabaría con aquella tortura mañanera. La luz del sol entraba tenue por entre las cortinas de mi pequeña ventana, anunciando visiblemente el inicio de un nuevo día. Sabía que debía levantarme, pero a esa hora mi cuerpo parecía simplemente ignorar cualquier orden.

Luego de dar varias vueltas sobre mi cama por casi quince minutos, al fin mi cuerpo decidió obedecerme y pude levantarme, tambaleando y tropezando con todo lo que mis pies encontraban en su camino. Nada nuevo parecía haber ocurrido durante la noche. El espejo seguía reflejando mi poca esbelta figura sin ningún remordimiento alguno, mostrándome incluso un poco más rechoncho que el día anterior; probablemente debido a la pizza que devoré yo solo durante la cena. ¿Qué podía decir? Luego de innumerables intentos de abstenerme de comer mucho en las noches, había llegado a la conclusión de que era mejor abstenerme de querer abstenerme. Aquello de las dietas y pequeñas porciones definitivamente no iban conmigo.

Esa mañana, particularmente, parecía haber amanecido hecho un completo desastre. A pesar de tener sólo diecinueve años, mi barba parecía tener vida propia y no dejaba de crecer y crecer por todo mi rostro. Las sombras bajo mis ojos eran clara evidencia del estilo de vida poco saludable que llevaba. Las noches en vela estudiando o viendo alguna película, o rara vez en alguna fiesta, habían dejado una marca visible bajo mis ojos que era muy difícil de remover. Pero, ¿quién podía culparme? Vivir completamente solo en una gran ciudad como Lima da una sensación increíble de poder y libertad. Ese hecho se tradujo, en mi caso, en un estilo de vida bastante descuidado e inmaduro. Pero, ¿quién no lo haría? Cualquier muchacho de diecinueve años haría lo mismo en mi lugar, o al menos la mayoría.

Muy al igual que yo, esa mañana mi cuarto también estaba hecho un desastre. Me tomó casi cinco minutos encontrar una toalla limpia entre la ropa regada en la habitación. Una ducha fría pareció ser una buena idea, considerando el potente sol que alumbraba insistente detrás de mis cortinas, pero dejó de serlo apenas mi piel tocó el agua helada de la mañana y recibió el azote de cientos de cuchillos afilados.

Ubicar ropa limpia fue todo un desafío. Luego de rebuscar por varios minutos, encontré sepultado entre ropa sucia, cuadernos y comics, el último paquete de ropa que había traído de la lavandería el día anterior, aún sin abrir. Luego de rebuscar dentro del paquete por unos segundos más, por fin escogí mi atuendo para aquel día: un jean azul clásico, casi nuevo, regalo que envió mi tío la navidad pasada; y un polo negro con un estampado playero en el pecho, un recuerdo que mi madre compró en Trujillo, en nuestras últimas vacaciones, el verano pasado.

De pronto mi estómago empezó a gruñir de hambre ruidosamente, arrastrándome de inmediato a hurgar dentro del pequeño refrigerador que tenía junto a mi escritorio. Un poco de jugo de naranja y un emparedado completaron el improvisado desayuno, algo liviano para calmar mi conciencia luego de la cena del día anterior.

Casi cuarenta minutos después de levantarme ya estaba listo para ir a la universidad, pero aún era temprano. El viejo reloj de mi pared marcaba cinco minutos para las ocho y mi clase empezaba aún a las nueve. Gracias a que el edificio en el que vivía quedaba muy cerca de la universidad donde estudiaba, no me tomaba más de veinte minutos llegar hasta allá en microbús. Luego de un rápido cálculo en mi mente, confirmé que tenía alrededor de treinta minutos antes de salir a treparme en el primer microbús que cruzara por la esquina.

HIBRIDO, CRONICAS DEL LINAJE HUNDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora