Capítulo 12 - CAMBIOS

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Mi cuerpo yacía inmóvil en un estado de inercia en el que nunca había estado antes, mientras mi mente parecía estar consciente de todo lo que sucedía, a pesar de encontrarme sumido en una profunda oscuridad y silencio.

―¡Acabemos con esto, Leo! ―gritó de pronto una voz, sacándome de mi letargo.

En seguida mi cuerpo reaccionó y pude abrir los ojos, parpadeando por unos segundos mientras me acostumbraba a la luz que me envolvía.

Aquella voz no me resultaba familiar a pesar de que me hablaba como si fuéramos viejos amigos.

Cuando por fin pude ver con claridad me di cuenta de que me encontraba en un lugar que nunca había visto. Todo a mi alrededor era fuego y magma. Ríos de lava salían del suelo a través de pequeños cráteres en la superficie de la tierra y circulaban a mi alrededor como riachuelos naranjas e incandescentes.

El calor era casi insoportable y el olor a quemado era asfixiante. El cielo estaba lleno de humo y ceniza que lo volvían oscuro y lúgubre, como nunca antes lo había visto. El aire corría fuerte y se sentía más denso que de costumbre. Nada en aquel lugar lucía normal, ni siquiera el color de la tierra bajo mis pies.

Entonces el humo y las nubes grises del cielo se disiparon por un momento y me quedé pasmado al observar lo había detrás de ellos...

¿Cómo era posible? ¡¿Dos Lunas?!...

No, se veían más grandes que la Luna, eran como dos pequeños planetas que se encontraban en extremos opuestos del cielo.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde me encontraba? ¿Acaso ya no estaba en la Tierra? ¿Cómo había llegado hasta ese lugar?

―¿Qué sucede? ¿De pronto te dio miedo?

Al escuchar nuevamente esa voz me volví hacia dónde provenía, encontrándome con un hombre, de pie, a algunos metros de distancia de mí, observándome fijamente con el rostro serio e inexpresivo.

De inmediato me fijé en su rostro, tratando de reconocerlo de alguna parte pero no pude encontrar ningún rastro conocido en él, ni si quiera su físico me resultaba familiar.

Su estatura era promedio, tal vez un poco más alta que la mía. Su cuerpo era fornido y atlético. Sus ojos eran de color marrón claro, con un brillo especial en ellos que no supe identificar a simple vista, pero parecía como si sus iris estuvieran en llamas, o tal vez era sólo producto de la ira con la que me miraba.

Su cabello era corto y de color castaño, con mechones dorados a los lados, justo sobre sus orejas, que le daban una apariencia particular.

Pero lo que más llamó mi atención fue la enorme espada plateada que llevaba sujeta a su cintura y que brillaba reflejando el fuego que nos rodeaba.

¿Qué diablos estaba pasando? ¿Cómo había llegado a ese espantoso lugar? ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué me hablaba amenazante? ¿Por qué me miraba con tanta ira? ¿Cómo sabía mi nombre?

Las preguntas empezaron a abarrotarse en mi mente y no me dejaban pensar con claridad.

Era evidente que algo estaba sucediendo entre los dos.

A juzgar por la posición en la que se encontraba, y la forma en la que me hablaba, era casi seguro que nos encontrábamos en medio de una batalla y no podía si quiera imaginarme la razón para ello. Nada de lo que estaba sucediendo tenía sentido. Por más que pensaba y pensaba tratando de encontrarle una explicación lógica a todo aquello no se me ocurrió ninguna.

―¡Papá! ―se escuchó de pronto un grito detrás de mí.

Era la voz de un niño, un niño pequeño, y provenía de algún lugar cercano.

HIBRIDO, CRONICAS DEL LINAJE HUNDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora