Capítulo 8 - ZORIANOS

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Los primeros rayos del sol empezaban a iluminar el nuevo día, cuando Roran y yo dejamos la ciudad atrás, corriendo a toda velocidad con dirección al norte, siguiendo el camino que tomaba siempre que iba a mi pueblo natal.

El tiempo había pasado rápido en medio de explicaciones, historias y verdades.

Sin darme cuenta un nuevo día estaba empezando, un día que prometía ser muy interesante.

Luego de un par de minutos más corriendo, empecé a preguntarme que tan lejos podría estar aquel lugar al que íbamos. ¿Otra ciudad? ¿Otro país? Con la velocidad que poseían los zorianos no era una exageración pensar que podría estar en cualquier parte del mundo.

―Ya estamos cerca ―respondió Roran, luego de escuchar las preguntas en mi mente.

Sin decir una palabra lo fulminé con la mirada, poniendo un gesto poco amable en mi rostro para tratar de mostrar mi disconformidad por su incómodo ya hábito de meterse en mi cabeza.

Entonces, sin decir nada, Roran cambió de rumbo, dejando la carretera de lado y dirigiéndose hacia el desierto, hacia una hilera de enormes montañas que cubrían el horizonte a varios kilómetros de distancia.

Lo seguí sin hacer ninguna pregunta, meditando en el curioso hecho de que aquel desierto se encontraba muy cerca de mi pueblo. Aunque pensándolo bien, si realmente era verdad que Roran siempre nos mantuvo vigilados a mi madre y a mí mientras crecía, tal vez no era coincidencia que su "casa" estuviera ubicada tan cerca de mi pueblo.

―Llegamos ―dijo de pronto y se detuvo en las faldas de una enorme montaña, frente a una roca grande y plana que sobresalía de ella.

―¿Una roca? ―pregunté, exagerando mi entonación, mostrando un poco de humor ácido.

Para ser honesto, debido a la enorme cantidad de sentimientos encontrados que revoloteaban dentro de mi estómago, así hubiese sido una fortaleza o un palacio, igual no hubiera estado satisfecho.

Roran sólo me dedicó una mirada seria y luego se acercó hasta la roca.

―Bienvenido al Refugio ―dijo luego, señalando la pared de piedra frente a él.

―Una roca... ―susurré de nuevo, empezando a pensar que no estaba prestando la debida atención a lo que sucedida y que me estaba perdiendo de algo importante.

Entonces Roran presionó la palma de su mano sobre la superficie de la roca y de inmediato una luz celeste se encendió alrededor de su mano, parpadeando un par de veces para luego desaparecer. Entonces, un segundo después la enorme roca empezó a moverse, crujiendo y vibrando hasta partirse en dos, luego ambas partes se movieron hacia extremos opuestos, como las dos hojas de una enorme puerta de piedra, dejando una abertura en el medio.

Roran se quedó en silencio, esperando mi reacción.

―Puerta automática... que avanzado ―comenté con tono sarcástico, tratando de no demostrar lo impresionado que estaba.

Roran sonrió.

―Construimos el Refugio dentro de la montaña para evitar llamar la atención de los curiosos. Este desierto es un lugar olvidado para todos, así que a nadie se le ocurriría venir a merodear por aquí. Es perfecto para nuestras actividades ―explicó mientras me hacía un gesto para que lo siguiera.

Apenas cruzamos el umbral de la puerta, la enorme roca empezó a moverse nuevamente, cubriendo la entrada y volviendo a su posición original.

De inmediato una hilera de luces blancas se encendió en el techo, iluminando todo a nuestro alrededor y revelando un largo corredor frente a nosotros.

HIBRIDO, CRONICAS DEL LINAJE HUNDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora