Destiny es la primogénita del conde de Rochester, un hombre poderoso y adinerado. Ella es una mujer fuerte, valiente, educada, divertida. Tiene una reputación impecable, dinero a montones pero carece de belleza.
El es un hombre apuesto y rico...
Adrián estaba inquieto. Cada vez que la miraba la deseaba. Ya no la veía insulsa, fea y pura nariz. Sino interesante, inteligente, con unos ojos preciosos, dos esmeraldas brillantes.
Desde que la había besado, quería más. Se deleitaba con su risas, y sus comentarios picantes. No se había dado cuenta antes lo volátil que era. Podía hablar dulce y delicado cómo una dama, y al minuto siguiente, insultar como un hombre. Era franca, directa y sin vueltas. No tenía pelos en la lengua para decir lo que quería o pensaba. Y a él le divertían los insultos que le dedicaba, desde carcelero, a modisto de cuarta, petimetre y el último, con el que se río durante días, cerdo libidinoso.
Ella lo sorprendía, nunca sabia que iba a encontrar exactamente al llegar a casa. Un día, la encontró en la cocina junto el ama de llaves y la cocinera haciendo inventario, Destiny estaba con unos pantalones de mozo, botas y camisa, con una simple trenza en la espalda.
Adrián se puso duro al ver su figura de espalda, y su trasero resaltado por la tela apretada del pantalón. Su sangre ardiente, se fue directo a su miembro al verla subir las escaleras, agachada ligeramente, mostrando su apetecible trasero.
—¿por qué usas ropa de hombre?
—No puedo subir escaleras o hacer otras cosas con pesadas faldas.
— Realmente me gusta como te queda el pantalón.
Él la acercó a su pecho y le acarició los costados de forma lenta, sus manos abarcaron sus pechos y los acarició excitado. Con su boca en su oído le susurro.
—Me encantaría quitarte este pantalón y todo lo que llevas, te haría mía así tal cual como estas.
La apretó contra su miembro duro. Ella hechizada, separo sus labios para recibir un beso ardiente. Subió una mano a su pecho y lo apretó impaciente. Ella se separo ruborizada.
—Déjame en paz. — al ver la sonrisa petulante fruncio el ceño. — cerdo libidinoso.
Ella escucho su risa mientras abandonaba el pasillo.
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Una noche, ella no bajo a cenar, cuando él subió preocupado para ver que le había pasado, se encontró con ella dormida en el canapé, sentada con un libro en las manos. Su frente estaba perlada en sudor y tenia fiebre. La llevo a la habitación y le saco el vestido para ponerle el camisón, al ser el día libre de varios empleados, incluida la doncella, él mismo la desvistió.
En el mismo momento en que la dejo desnuda, se arrepintió. Tenia un cuerpo perfecto, con los pechos perfectos para sus manos, ni muy pequeños ni grandes. Los pezones rosados, Su vientre plano y una suave mata de rizos entre las piernas blanquisimas. Unas piernas torneadas y bonitas debido al ejercicio de montar. A regañadientes le puso el camisón y llamo al médico.
Tenia un resfriado, solo eso. Cuando ella le pregunto quien la había cambiado, el le dijo que él, y ella se ruborizó intensamente, a él le pareció delicioso. Después de varios días, ella se sentía mejor y cenaron juntos. Hablaron de muchas cosas, libros, música, su infancia. El se dio cuenta que su infancia no fue fácil, demasiado inteligente, demasiado brusca para las niñas, y era una niña con los niños. No tenía termino medio.