El buen doctor

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El médico no aguantaba más. No, no era que la paciente no dejara de hablar, ni el rayón en su auto recién comprado, ni siquiera la cancelación del viaje al Caribe por los huracanes, para nada, era el constante vaivén de su escritorio desnivelado el que lo descolocaba.

-Comprendo –dijo interrumpiendo a la paciente-. Llévese la solicitud para los exámenes y nos vemos en el siguiente control.

La paciente seguía hablando mientras se retiraba, el doctor solo se limitaba a asentir. Estaría al fin solo, pero no por mucho, es que el doctor Alejandro Reynolds era uno de los cardiólogos más importantes del país, y personas de todas partes, incluso del extranjero, venían a verle. Algo que no era de extrañar sabiendo que su abuelo, padre, hermanos y primos eran médicos.

Una vez que la paciente cruzó la puerta, Reynolds cerró con llave y se lanzó al suelo a investigar. Rápidamente encontró la falla. Era lo que temía, las patas de su escritorio estaban despegadas. “Un par de tarugos podrían sujetar esto” se dijo a sí mismo. De ser por él, hubiese dado vuelta el escritorio y se hubiese puesto a trabajar ahí mismo. Sí, de ser por él esa mesa estaría arreglada. De ser por él, todas las mesas estarían arregladas y sería carpintero. De ser por él, su padre no se hubiese reído cuando le dijo que no quería ser médico, que sería un muerto de hambre, que es un Reynolds y no un Reyes.

Otro paciente toca la puerta y Alejandro vuelve a la realidad. Se levanta y olvida todas esas tonterías. Es médico y debe comportarse como tal, es que a veces las reglas no escritas son más fuertes que las mismas leyes.

Cuentos Cortos de MediatardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora