De amores y convicciones.

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Facundo recuerda con exactitud el momento en que decidió dejar de comer carne, fue en un asado en casa de su abuelo. No necesitó ver la muerte del animal, la sola imagen de sus familiares conversando alrededor de la parrilla le hizo sentir "distinto". Algo estaba mal y no iba a ser parte de aquello.

Andrea por otro lado nunca tuvo problemas con sacrificar un animal, de hecho, aprendió de joven la pasión por la caza. Si el ser humano es cúspide del reino animal, es natural el matar para alimentarse y no se puede ir en contra de la naturaleza.

Ambos jóvenes vivieron una vida cercana y paralela a la vez; cuando Facundo interrumpía un rodeo, Andrea estaba en el público; cuando Facundo rescataba animales de la lluvia, Andrea apostaba en peleas de perros. La vida de uno era la antítesis del otro.

Hasta que se encontraron.

Fue en las Olimpiadas Interfacultades de Economía, ambos iban en cuarto año. Se disputaba el partido final de volleyball mixto, cuando en un momento decisivo del juego, Facundo golpea con todas sus fuerzas el balón, el que cruza la red directo al rostro de Andrea, y con ella, al suelo. Esa vez no hablaron, él fue expulsado del juego y ella fue llevada a la enfermería.

Dos días después se volvieron a encontrar en otro evento deportivo, él la reconoció primero. La mancha morada en su frente la delataba.

-Hola, perdón por eso –dijo nerviosamente.

-No te preocupes, ni dolió –mintió.

-Igual me siento culpable, ¿Qué puedo hacer por ti?

-Tráeme un bistec pa' ponérmelo en la cara –dijo y lanzó una carcajada.

-Sí... algo así.

Facundo guardó su discurso sobre el veganismo, aunque de no haberlo hecho no hubiese podido hacer mucho, al instante llegaron compañeros de ambos y los terminaron alejando.

Tres meses después se volvieron a encontrar, esta vez en un simposio. Ella lo reconoció primero, y le gustó lo que vio. Con el pelo corto y una barba cuidada, vestido de traje y corbata, parecía otro hombre. Instintivamente mordió sus labios cuando se acercaba a él.

-Hola.

-Ho-hola –respondió Facundo. La reconoció de inmediato, pero se veía distinta, no es que antes se viese mal, para nada, pero ahora se veía increíble. Un vestido corto rojo que combinada con su labial, las pecas de su rostro acompañados de sus azules ojos, su cabello largo y rubio suelto. Ya no había más mujeres para él.

Lo que fue un torpe saludo terminó en una amena conversación en un bar. Pese a estar rodeados de amigos, no había atención para nadie más. Tanto hablaron que no se percataron que habían quedado solos en el bar, ni cuando ella lo invitó a su departamento.

Así nació una relación "cómplice", cada vez que era posible evitar los temas complicados lo hacían, a la vez que profundizaban en otros dónde no hubiese problemas, ¿Música? Bienvenido sea, ¿Fútbol? Ningún reparo, ¿Política? Sí, pero con cuidado. En cambio, buscarle hogar a un cachorro ya era un punto extremista.

-Eso es responsabilidad de los dueños que abandonan a esos animales- decía ella.

-¿Y si los dueños ya no existen?

-Mala suerte pal' perro. El Gobierno debería hacer algo, un canil o...

-¿O qué?

-Si se asilvestran se podrían cazar como cualquier otro animal.

Ahí comenzaba la discusión sin fin, pero se seguían gustando, tanto que preferían callar y dejar que la pasión hablase. Él era la simpleza que ella no tenía, ella era la tenacidad que él carecía. El tiempo pasó, egresaron y vivían juntos. Cada vez discutían menos. Ella siguió yendo al rodeo, él poco a poco se alejó del rescate de animales; ella siguió cazando y él ya no frecuentaba a sus amigos animalistas.

Y así un día Facundo se vio sentado en la mesa del fundo de Andrea con un trozo de carne en su tenedor, frente a su boca. Se detuvo un momento tratando de recordar porque sentía que era un error. "El veganismo quizás era mi inmadurez de querer ser único y especial" pensó, desvió su mirada a Andrea que también estaba sentada a la mesa, "ella es tan hermosa" se dijo a sí mismo.

Y comió.

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