Optimista 4

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El trabajo en urgencias era el mismo hace años, caótico y no disminuía en ningún momento. Ahí, entre tanta gente exigiendo respuestas a cosas que no entendían, estaba yo, buscando unos formularios solicitados por la enfermera jefa.

Mientras seguía buscando, el médico nuevo, un tipo que no había entrado a los treinta aún, se sentó a mi lado a llenar un reporte. Lo noté molesto y aun sabiendo que no es problema mio, le hablé.

-¿Todo bien?

-Todo bien -me dijo de forma cortante.

No respondí y seguí buscando el formulario.

-La paciente de la consulta seis no tiene nada - prosiguió el médico.

-¿Cómo?

-Ella misma dijo que no tenía molestias. No sé para qué viene a la urgencia a hacernos perder el tiempo.

-Comprendo. Con permiso.

Me fui con el anhelado formulario en mano, no sin antes echar un ojo a la consulta. Sentada sobre la camilla estaba doña María, una anciana conocida del servicio, llevaba puesto un vestido celeste salpicado con flores de varios colores, su fiel chaleco rosado y un par de bototos negros. Ella me reconoció y me saludó a lo lejos.

-Espere aquí, ya viene el médico.

Fui rápidamente a la oficina de la enfermera jefa a dejar el formulario ahí también estaba el doctor Marcos Torres, jefe del turno, a quién pensaba buscar a continuación. Aproveché la oportuniadad de hablarle.

-Está doña María en el consulta seis, doctor.

-Pobre mujer -oí susurrar a la enfermera jefa.

-Oh. Hace tiempo que no venía. Vamos a ver qué tiene. Señorita, tráigame las pastillas -me dijo y yo asentí.

El médico se levantó pausadamente, conforme a sus canas, y fue a la consulta. Mientras tanto yo saqué de su oficina una bolsa de dulces mentolados. Alcanzé a entrar a la consulta justo cuando el médico nuevo hablaba con el médico jefe.

-Es que ella no tiene...

-Shh -lo hizo callar antiguo doctor-. ¿Estás seguro?

Como una rutina memorizada el doctor Torres entrevistó y examinó a la paciente. Todo esto con la mirada desaprobatoria del otro médico. Cuando terminó volteó a mí y extendió su mano, yo le entregué la bolse de dulces.

-Ésta es la medicina. Tomé uno cada hora, le harán bien.

-Gracias, doctor -le respondió la mujer con una sonrisa de alivio en su boca casi sin dientes.

-Ahora me retiro, señora -dijo Torres-. Señorita, lleve a doña María a la sala de tratamientos.

Ayudé a la anciana a descender de la camilla y la llevé a la sala de tratamientos. En ese lugar una docena de paciente estaban recibiendo sus tratamientos intravenosos. Ubiqué a doña María en un puesto entre otras dos mujeres. A los minutos ya había sacado su tejido de su cartera y se puso a conversar con ellas como si fuesen amigas de toda la vida.

Al salir de la sala me topé con el médico nuevo. Noté que me estaba esperando.

-¿Qué tenía? No le quise preguntar al doctor Torres.

-Soledad - le respondí.

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Cuentos Cortos de MediatardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora