Toy Machine

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Gabriel continuaba repitiendo el mismo versículo, con la mirada perdida.

―Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiar nuestra maldad. ―Guardaba silencio y luego comenzaba otra vez. Al cabo de un rato se sentó en el suelo, sus ojos ensombrecidos distaban mucho de aquel enérgico joven que conoció Boris alguna vez. Buscaba, entre sus recuerdos más recientes, la noche en que salió de aquella bodega junto a Luisa, con rumbo desconocido en su auto.

―Llévame a mi casa, por favor ―suplicaba Luisa, llorando y sentada en el asiento del copiloto.

Su voz temblorosa resonaba en la mente de Gabriel, que revivía ese sombrío momento.

―¡Bájate! ―ordenó Gabriel con severidad, mirándola casi con desprecio.

La asustada profesora no tuvo más opción que seguir sus instrucciones. Estaban alejados de la ciudad, en un viejo camino de tierra que ella desconocía.

―Gabriel, te lo suplico... ―Luisa no cesaba de llorar parada junto al vehículo mientras lo veía descender―. Te juro que no diré nada, no haré nada que dañe a Abner. ―Tenía sus manos cruzadas, implorando volver a su hogar.

―¿Lo amas? ―preguntó Gabriel, con ironía y una sonrisa burlesca.

―Sí, lo amo ―Luisa rompió en llanto al aceptar sus sentimientos―. Lo amo demasiado ―admitió, limpiando sus lágrimas.

Gabriel soltó una risotada.

―Muy mal poner tus ojos en nuestro pastor ―sentenció Gabriel, acercándose a ella―. Es un hombre casado y no deberías desear el marido de otra mujer. ―Se paró frente a ella, intimidándola―. Eso es un pecado. ―Avanzó con firmeza, haciendo que ella retrocediera ante su imponente presencia―. Eres una mujer inmunda... ―la acusaba. Con cada paso, la hacía retroceder hacia el borde del camino, en donde había una quebrada.

―Gabriel, para, por favor. ―Luisa se dio cuenta de las intenciones del muchacho, que se detuvo casi a la orilla del camino―. Tú no eres así, siempre has sido tan correcto. ―Intentaba mirarle a los ojos para hacerlo entrar en razón, pero él parecía estar fuera de sí.

―¿Correcto? ―Gabriel sonrió con maldad―. Lo mismo decía mi mamita, cuando era un niño. ―Puso sus ojos en los de Luisa―. Y lo correcto es hacer lo que el jefe me pidió... No se debe contradecir a Betancourt ―se recordó.

―Yo no diré nada... Te lo suplico. ―Luisa temblaba, sintiendo la brisa fría que se producía en el oscuro vacío, al borde del camino.

―Me gusta eso ―admitió Gabriel, con una sonrisa atemorizante―. "Te lo suplico" suena como siempre quise. ―Pasaba sus dedos por el rostro, bañado en llanto, de la profesora―. Así es tener poder... te deben suplicar. ―Su mirada estaba distorsionada.

―Sí, te suplico que me lleves de regreso ―sollozaba Luisa.

―Un día seré tan poderoso como Abner y después seré como Armín. ―Volvió a reír fuerte, disfrutando la sensación de poder. Miró a la asustada mujer―. ¿Quieres salvar tu alma? ―le preguntó sosteniendo el mentón de ella para verla directo a los ojos.

―Sí, por favor ―contestó la mujer, apenas con un hilo de voz.

―¡Ponte de rodillas! ―ordenó Gabriel y Luisa obedeció en su desesperación por salvarse―. Creo que, si soy el sucesor de Abner, tengo derecho a sus entretenciones ―razonó en voz alta. Bajó la cremallera de su pantalón.

La mirada aterrada de Luisa parecía alimentar más sus ganas de tener a la amante del pastor.

―Vamos, tú sabes qué hacer con esto ―asumió, y se acercó a ella, satisfaciendo un perverso deseo. Respiró profundo, sintiendo como aquella mujer sollozaba al tener que saciarlo, para poder seguir con vida―. Estos son los privilegios del pastor ―decía, mirando al cielo y disfrutado de sus actos.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora