El encuentro

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El centro comercial de la ciudad estaba repleto de cientos de personas, que esperaban la apertura de una nueva marca en el recinto. Entre la multitud estaban Boris y sus amigos, tratando de abrirse paso hacia el patio de comidas para poder ir al lugar que Camila deseaba conocer. Habían logrado convencer a Julián para que fuese con ellos, de modo que los cuatro estaban presionando para poder llegar a su objetivo.

Tras unos minutos de batalla, lograron pasar. Se fueron directo al restaurant que ofrecía las maravillosas papitas fritas, esas que estaban de moda entre los estudiantes de la ciudad.

―¡Al menos está casi vacío! ―advirtió Camila, arreglándose la ropa que le quedó toda revuelta entre la gente―. Nos atenderán rápido ―añadió.

Felipe le ordenaba el cabello con ataque de risa.

―Esto nos pasa por tus antojos. ―Julián se acomodaba la camisa del uniforme de colegio.

―Qué gracioso ver esa gente alborotada por una tienda. ―Boris estaba apoyado en una pared, descansando del caos―. Todos quieren comprar primero ―agregó, mirando a Julián. Le parecía lindo con la ropa desordenada.

―Mejor y vamos enseguida a la fila, para ordenar la comida ―intervino Felipe, mientras caminaba en dirección al mesón de pedidos―. Muero de hambre. ―Ni siquiera los esperó, se puso enseguida a ver qué comería.

Los demás lo siguieron y fueron decidiendo sus compras. Miraban las diferentes pantallas, con variedades de salsas para las papas fritas. Después de un par de minutos en la fila, lograron salir con sus bandejas llenas de comida y se sentaron cerca de unos ventanales, con vistas a la ciudad. Camila se salió con la suya y pudo disfrutar con sus amigos. Sacó su celular y se tomaron una selfie, para luego compartir en su cuenta de Instagram; todos estaban de buen humor.

―Julián, espero me disculpes un día. ―Boris aprovechó que Camila y Felipe se pararon a buscar más salsas―. Yo no quiero hacerte daño. ―Tomó la mano de su amigo, que lo contemplaba como si fuera el ser más perfecto en la tierra.

―Lo sé, nene lindo, soy yo el que pensó que tal vez nosotros podríamos... ―Julián le sonrió―, algún día, tener algo más que amistad. ―Parecía estar resignado.

―Quizás algún día se pueda, pero ahora no sé. ―Boris miró hacia las ventanas―. Ni si quiera sé si soy importante para la persona que me gusta. ―Sus ojos se opacaron.

―¡Más salsas para todos! ―interrumpió Camila. Traía las manos llenas de sobres de Mayonesa.

―¿Interrumpimos algo? ―inquirió Felipe, notando algo en el ambiente―. Si quieren los dejamos un rato solos. ―Le guiñó un ojo a Camila.

―No, no es necesario, bro. ―Boris se puso serio―. Lo mejor es que les diga la verdad a ustedes... Cami ya la conoce ―propuso, con decisión.

―Boris, no es necesario... Yo puedo esperar. ―Julián sintió que no debía presionarlo.

―No, creo que es justo que ustedes, que son mis amigos desde que llegué, lo sepan ―reafirmó Boris, y tomó un sorbo de su gaseosa, mientras sus amigos miraban atentos―. Hay una persona con la que tengo algo, hace poco. No es algo serio, porque él tiene una novia ―agregó Boris. El silencio era cada vez más evidente―. Y, además, es como un hijo adoptivo de mi padre. ―Volvió a tomar gaseosa, estaba nervioso.

―¿Estás hablando de Gabriel Uribe? ―preguntó Felipe, el que no daba más del asombro, revolviendo las papas con impaciencia―. ¿El Gabo que entrena con nosotros y es hijo del pastor? ―añadió, casi petrificado del asombro.

―Sí, el mismo. ―Boris soltó un suspiro profundo y miró a Julián.

―No lo conozco, pero tiene suerte de tenerte ―dijo Julián desparramado en su asiento.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora