El último deseo de Serena

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Al llegar al escondite detrás del hogar de niños, Gabriel bajó a toda prisa hasta la clínica secreta, en donde se encontró con el grupo sentado en el piso. Sus rostros reflejaban el cansancio por el pasar de las horas en incomodidad. Boris estaba recostado en el hombro de su novio y jugueteaban con sus manos entrelazadas.

Lucía dormía desde hace mucho rato, tras haber llorado amargamente. Koka y Tati se acariciaban y, a ratos, reían a pesar del ambiente denso. Felipe y Camila ya casi se quedaban dormidos, apoyados en la cama por el hambre que tenían y Serena, cada vez más desastrada en su maquillaje, observaba a Gabriel, que buscaba algunas cosas del otro lado del vidrio en el quirófano.

La transformista se puso de pie, se acomodó sus tacones, caminó con las pocas fuerzas que le quedaban y tocó el cristal un par de veces para llamar la atención.

―¡Hey, tú! ―gritó Serena pegada al vidrio, sus compañeros miraban desganados―. ¡Hey, guapito, mírame, por favor! ―insistió sin titubear.

―¿Qué quieres? ―respondió Gabriel, seco, metiendo unos sobres en una maleta negra―. ¡No tengo tiempo para tus cosas! ―Ni siquiera la veía.

―¡Gabriel, necesito hablarte un momento! ―gritó, con voz grave y actitud masculina―. Ay, perdón... ¿Me darías un minutito? ―cambió otra vez a un tono femenino y dulce.

―¡Dime desde ahí lo que quieras! ¡No me interesa hablar contigo! ―Gabriel cerró su maleta y la metió en un cajón.

―¡Tengo una oferta para ti! ―exclamó Serena, sonriente―. ¡Solo un minuto! ―suplicó con sus manos juntas.

―Si así me libro de ti, te daré ese minuto... ―dijo Gabriel, entre dientes, y caminó hasta la puerta para que pasara―. ¡Pasa y dime rápido lo que tengas que decirme! ―ordenó, al tiempo que la transformista se metía al quirófano.

―Mira, Gabriel, ya sé que tarde o temprano vamos a morir... ―Serena había recobrado su postura glamorosa, por alguna extraña razón―. Y no quiero morir sin sacarme las ganas de estar por última vez con un hombre ―dijo, mientras Gabriel la miraba atento―. Te he mirado bastante y por más malo que seas, no puedo negar que estás demasiado rico y pensé... ―explicó muy rápido, y casi, sin respirar―. ¿Quieres hacérmelo antes de que me mates? ―finalizó, sonriendo e impaciente.

―¿Qué? ―respondió Gabriel, atónito―. ¿Y yo por qué debería hacer eso? ―La miró de arriba a abajo.

―¡Pues porque eres hombre y les gusta poner su cosita en cualquier parte! ―Serena llevó sus manos a la cintura―. Y mi último deseo es estar con un hombre fuerte y guapo... No te arrepentirás. ―Le guiñó un ojo, coqueta.

―¡Qué ridículo! ―Gabriel ya estaba perdiendo la paciencia.

―Bueno, no pierdes nada y pasarás un buen rato ―insistió Serena, acercándose―. Sé hacer maravillas. ―Lo miró con deseo, a pesar del miedo que sentía.

―Así es que ese es tu último deseo antes de que te envíe al otro mundo ―comentó el joven, de modo insinuante―. No me vendría mal un buen rato entre tanta tensión. ―Se le acercó con lentitud.

―Pero aquí nos verán. ―Serena se puso nerviosa al tenerlo cerca.

―Vamos al baño y te cumpliré todos tus deseos. ―Gabriel la tomó de un brazo y la llevó hasta el pequeño baño que había en la otra sala.

Los demás miraban, atentamente, la situación.

―Quiero ver lo que sabes hacer, guapito ―desafió Serena, acercándose a su cuello luego de cerrar la puerta.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora