Desde el amanecer comenzaron los preparativos en la casona del pastor Abner. Afuera, el clima se comportaba cambiante como era costumbre a mitad del año, pero esto no era impedimento para el pequeño grupo de personas que estaban ayudando a tía Corina, la hermana del pastor, a preparar la mesa de recibimiento para su desconocido sobrino que llegaría justo antes de la hora del almuerzo.
Desde que se supo la noticia de su llegada, en la casona de los Ferrada, muchas cosas comenzaron a cambiar; gran discusión generó su repentina aparición, pues había sido casi un secreto para muchos en la comunidad religiosa que lideraba la familia en la ciudad. Muy pocas personas y solo las más cercanas sabían de la existencia de este hijo fuera del matrimonio que tenía Abner, el intachable pastor de la iglesia "Ministerio de los Arcángeles"; un hombre que dirigía el grupo desde hacía dieciséis años, los mismos que ahora tenía el hijo que estaba por llegar y que había nacido de un insano romance de juventud, antes de que conociera la sagrada ley del Señor.
En aquella época, Abner se había alejado de las creencias de su familia para vivir lo que ahora ellos llamaban "pruebas divinas", y se dedicó a los placeres mundanos, aprovechando el atractivo que ejercía en las mujeres; una especie de hipnosis que muchas, aun en la iglesia, decían sentir al mirar sus profundos ojos verdes.
Ahora, todo eso era cosa de un pecaminoso pasado y solo quedaba el imborrable recuerdo de un desconocido hijo, al cual había visto un par de veces durante su niñez, y del que ahora debía hacerse cargo, ya que había perdido a su madre en un reciente accidente cuando estaban de vacaciones en la cordillera.
―¡Ya llegó!¡El niño ya llegó! ―gritó Marta, la esposa del pastor, mientras se acomodaba la larga trenza que llevaba y miraba desde una gran ventana con vistas al jardín.
La puerta del taxi se abrió y descendió el nuevo integrante de la familia; un muchacho delgado y alto, con claros rasgos de la familia Ferrada: ojos verdes, pelo castaño claro y liso, mandíbulas bien marcadas, labios rosados y definidos, piel canela que parecía bronceada. Vestía un abrigo negro ajustado y su ropa evidenciaba su buen gusto. Claramente estaba un poco incómodo, era la primera vez que estaba en ese lugar y no conocía a nadie; de su padre tenía pocos recuerdos y nunca fueron cercanos.
―¡Boris, bienvenido a tu nueva casa! ―dijo Abner confundido por la situación, la última vez que lo había visto era un pequeño de ocho años y ahora se encontraba con un adolescente.
―Hola, señor... Muchas gracias ―respondió Boris, quien no encontraba palabras adecuadas para el momento.
―¿Señor?¡Dile, padre! ―intervino la hermana de Abner, mientras abría sus brazos para darle un abrazo―. Debes decirle padre, el Señor está en los cielos. ―Lo apretó fuertemente, como tratando de parecer cariñosa―. Yo soy tu tía Corina, mi niño. ―Y le dio un par de besos en la mejilla esperando lucir como una tía ansiosa de conocer a su sobrino.
"¡Qué amargada debe ser!", pensó Boris entre sus brazos.
Tía Corina vestía una falda larga bajo la rodilla, unos feos zapatos sin taco, una blusa cerrada y llena de encajes, que parecía haber pedido prestada en un museo; el pelo no le favorecía: un horrible peinado mal hecho y medio suelto.
―¡Oh, gracias, tía! Trataré de decirle padre. ―Sonrió irónico―. Es la poca costumbre ―dijo mientras tomaba su maleta.
Abner recibió su equipaje y lo hicieron pasar a la casa en donde estaban todos curiosos por su llegada, desde Marta, hasta un par de "hermanas" que habían ido a ayudar a preparar el almuerzo de bienvenida. Tenían un gran agasajo, con deliciosas carnes asadas de la zona y variedad de ensaladas dispuestas en una larga mesa en el comedor familiar. De fondo sonaba de forma tenue lo que parecían ser coritos cristianos.
ESTÁS LEYENDO
El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico ]
Misterio / SuspensoDisponible en Kindle, Buscalibre y en Chile en Torre de Marfil Ediciones ~ "Siempre hay un lobo con piel de oveja en los rebaños del señor..." Aquella mañana en que Boris lo vio por primera vez, no sólo encontró al hombre mayor que desataría un sin...