Un sábado en Familia

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Alrededor de las diez de la mañana, el ruido de los leñadores afuera de la casa hizo imposible que Boris continuara durmiendo y recuperándose de la fiesta de la noche anterior. Abrió los ojos lentamente, todo le daba vueltas. Trató de enfocar el techo, y en eso estuvo un buen rato, hasta que lo consiguió. Se estiró varias veces en la cama y, por fin, se sentó en el borde con su cabello desordenado.

Recordó lo bien que lo había pasado con sus amigos y el beso que se había dado con Julián frente a todos, aunque después insistió en dejarle en claro que solo era algo en buena onda y parte de la diversión, aunque en el fondo no le era indiferente y, sin embargo, las emociones eran más fuertes por Gabriel.

Se acordó de él y miró hacia su cama que estaba revuelta, era claro que ya se había levantado porque no estaba en la habitación ni en el baño.

Luego de unos minutos de estar pensativo, se puso de pie y caminó hasta la ducha, se quitó la ropa interior y antes de echar a correr el agua se miró en el espejo para revisar si estaba gordo; su abdomen era perfectamente plano, un cuerpo que mezclaba niñez y adolescencia, pues le faltaba desarrollar más musculatura. Se alegró al notar que seguía teniendo un lindo cuerpo. Se metió en la ducha y estuvo ahí por un largo rato para tratar de despertar.

Media hora más tarde, ya estaba vestido y mucho más lúcido. Bajó a desayunar; aunque sospechaba que todos ya lo habían hecho.

―Hola, buenos días, tía Corina ―saludó mientras buscaba una taza para tomar café.

―Buen día, hijo, que el Señor lo bendiga ―respondió la tía, que estaba en un rincón de la cocina junto al calentador a leña, tejiendo―. ¿Cómo estuvo la reunión con sus amigos? ―preguntó sin dejar de hacer su labor, mirando como un policía a su sobrino.

―Entretenida. ―Fue lo primero que se le ocurrió decir a Boris―. Y sana... ―agregó, tratando de que Corina ni se imaginara lo que había sucedido.

―¡Oh, me alegro mucho de que el buen Señor guíe sus pasos y sean jóvenes de bien! ―Parecía satisfecha de que su sobrino hiciera caso en sus consejos―. El Enemigo los tienta en la juventud para cometer actos impuros y vergonzosos ―añadió Corina, justo antes de tomar un sorbo de su mate.

―Eh... Me imagino que así debe ser. ―Boris miraba hacia cualquier parte menos a su tía. Luego se preparó el café y se sentó cerca de la ventana.

Pudo ver que afuera, los trabajadores cortaban leña para la calefacción de la casona; Abner y su esposa estaban con ellos dirigiendo la jornada, todos vestían trajes para el agua, ya que estaba lloviznado, como era habitual en la zona.

No había rastro de Gabriel por ningún lado, supuso que estaba con su novia, de lo contrario estaría con ellos afuera.

Comió unas tostadas, apresurado, observando a Juana preparar el almuerzo, abnegada. Acto seguido, corrió en busca de ropa para la lluvia y salió al patio a disfrutar de la helada mañana.

―Boris, ¡qué bueno verte aquí tan temprano! ―exclamó Marta, quien traía un canasto con verduras de la huerta y se lo mostraba a su esposo.

―Hola, sí... los vi y quise venir con ustedes. ―Sonrió el adolescente, mientras veía a su padre llevar una carretilla con leña.

―A veces hay que hacer las tareas de la casa ―intervino Abner, dirigiéndose hacia la bodega a un costado de la casona.

Boris comenzó a caminar por el campo, al tiempo que tomaba el aire fresco. A lo lejos, podía ver unas vacas pastando; se sentó justo debajo de un gran castaño que lo protegía de la lluvia. Sacó su celular y le envió unos mensajes a Julián.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora