La decisión de Marta

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Horas después de haber encerrado al otro grupo de jóvenes, el encargado de la policía local se dirigió hasta la casona Ferrada, para entrevistarse con el pastor y alertarlo de que estaban siendo poco cuidadosos con sus operaciones. Le informó que tenía retenidos un gran número de personas que ya conocían su secreto y que, tarde o temprano, tendrían que hacerse cargo de ellos o la verdad saldría a la luz pública. No le quedaban estrategias para disimular la detención de alguien más, en caso de que aparecieran notificando extraños sucesos relacionados con el Hogar de menores de la iglesia.

Durante la breve reunión, Abner le prometió que no tendría más problemas por parte de ellos y que ya verían la forma de eliminar a todos los que estaban encerrados en la estación. Una vez solucionado el asunto, el pastor acompañó al policía hasta la puerta de su casa y, al cerrar, se apoyó contra la pared con los ojos cerrados, extenuado de tantas complicaciones. Suspiró profundo y se acomodó el cuello, intentando relajarse.

―Debe ser agotador intentar fingir tanto y tener tanta maldad por dentro ―lo cuestionó Marta. No había notado que se encontraba al final del pasillo.

―¿De qué hablas? ―El pastor se veía agotado―. Ahora no tengo tiempo para tonteras domésticas ―rezongó, sin ánimo de entablar una conversación.

―Nunca tienes tiempo, no es novedad. ―Marta se acercó a su esposo, acomodando un sweater de hilo que llevaba sobrepuesto en los hombros―. Hace mucho tiempo que te comportas extraño. ―Se interpuso en su camino hacia la oficina.

―Marta, de verdad que hoy no tengo ganas de conversar contigo, menos por reclamos de tiempo ―repuso Abner, intentado desviar la conversación―. Recuerda que soy el pastor y tengo demasiados asuntos que atender ―argumentó, intentando abrirse paso, pero su esposa lo detuvo.

―Ya no es necesario que te escondas en tu rol de pastor. ―Lo miró―. Sé todo lo que haces escudado en la iglesia y ahora acabo de comprobarlo... ―Hizo una incómoda pausa―. Te escuché hablar con ese policía y todo lo que pensé que podía ser un invento de mi mente, resultó ser real ―develó, con seriedad y claridad, sin titubear.

―Mi amor, yo creo que has escuchado mal ―respondió Abner, con nerviosismo.

―¿Mi amor? ―el rostro de Marta cambió de forma abrupta―. ¡No seas cínico, Abner! ¡Yo dejé de ser tu amor hace mucho tiempo! ―exclamó, enojada.

―No me grites, Marta. Recuerda que soy tu esposo y me debes respeto. ―El pastor intentaba calmarla y que bajara el tono de voz, para no ser escuchados.

―¡Eso deberías haberlo pensado antes de engañarme con Luisa! ―gritó con fuerza―. Eso te lo dejé pasar, pensando en que nuestro matrimonio podría tener arreglo y sería algo pasajero... ―Sus ojos estaban ensombrecidos por la tristeza.

―Eso ya pasó. ―Abner miraba hacia un costado, avergonzado.

―Sí, claro que pasó, porque Luisa se fue sin decir nada, de lo contrario seguirías engañándome con ella. ―Unas lágrimas afloraron en los ojos de la mujer.

―Yo creo que deberíamos conversar esto, con calma ―insistió Abner, al verla tan decidida a enfrentarlo.

―¡No, esto se acaba ahora mismo! ―expresó la mujer a viva voz.

A esas alturas ya había sido escuchada por Juana y Corina, que escuchaban desde arriba en la escalera, en silencio.

―No te entiendo, Marta, no puedes dejarme ―atinó a decir el pastor, pensando qué decir para convencerla.

―Lo de Luisa ya no me importa, pero no puedo creer lo que haces con los niños del hogar. Eso es inhumano. ―Los ojos de Marta reflejaban un sinfín de emociones―. ¡Eres un monstruo! ―exclamó con dolor.

El Hijo del Pastor ©️ [ Disponible en físico  ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora