Espiando

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Después de lanzarse en el portal, Tao decidió abrir los ojos. Sentía como si estuviera cayendo a mucha velocidad, y al lograr ver esa sensación se intensificó. Miró a sus lados para ver a sus hermanos, y aunque se intentó mantener cerca de todos una fuerza lo empujó, haciendo que se separara de ellos.

Cuando los bordes de las imágenes que tenía frente a él se hicieron claros y los colores nítidos, Tao miró a su alrededor.

Se encontraba en una gran sala con muros, suelos y techos de piedra, y si seguía caminando se encontraba dos grandes escaleras que bajaban hasta el piso de abajo, con una gran alfombra roja recorriendo toda la estructura. De los techos de aquel lugar colgaban dos grandes retales con un escudo.

El sitio parecía viejo. A donde quiera que miraras veías las paredes desgastadas, y las piedras del suelo agrietadas de soportar el peso de las personas que vivieron allí.

Lentamente e intentando no hacer ningún ruido, Tao giró sobre sí mismo para poder admirar mejor la majestuosidad de aquella sala. Las columnas que salían del suelo y soportaban el peso del techo eran de un tamaño descomunal, tanto que Tao al lado de ellas se sentía muy pequeño, insignificante.

-¿Qué clase de lugar es éste?-le preguntó a sí mismo Tao.

De repente oyó unos pasos acercarse a él, así que bajó la escalera rápidamente y se escondió detrás una de las gigantescas cortinas. Se mantuvo muy quieto para que no lo oyeran, llegando a aguantar la respiración cuando sintió que aquellas personas (en el caso de que fueran personas) pasaban al lado de él.

-¿Qué tal va la búsqueda?

-Más o menos. Sólo podemos localizarlos cuando utilizan sus poderes. Y sabemos que son pocos los que han descubierto su elemento, así que eso dificulta nuestra tarea de encontrar a los doce…

-¿Y la chica esa?

-No supone un gran peligro, al fin de al cabo es humana. Había pensado…

Las voces se alejaron y la sala volvió a quedar en completo silencio. ¿De qué chica estarían hablando?, se preguntó Tao.

Tras comprobar que no había nadie en aquel sitio, Tao salió de su escondite y empezó a caminar pensando en su próximo movimiento. ¿Qué podía hacer? ¡Estaba claro que se había metido en la guarida de los tipos que habían intentado atraparles!

Después de caminar durante un buen rato, Tao oyó unos gritos provenientes de un sitio a unos cuantos metros de él. Y estaba seguro de que la voz era la de Suho.

No sabía exactamente qué hacer. A él no le gustaba pelear. Sabía, pero no le gustaba. ¿Cómo llegaría hasta allí? Y una vez que llegara, ¿qué pasaba si tenía que rescatar a Suho?

Por suerte para él, no se cruzó con nadie en el camino, y pronto llegó al sitio donde estaba su hyung. Junto con Suho estaba D.O. Los dos estaban amarrados con unas cadenas, y Suho gritaba intentando liberarse.

-¡Dejadme salir de aquí!

Pero por más que luchaba y forcejeaba para poder liberarse, era inútil. D.O ya había perdido la esperanza, y esperaba a su fatal destino con la cabeza gacha. Fatal destino que estaba en manos de Tao.

Sigilosamente y procurando no ser visto, Tao se acercó a ellos y estudió el mecanismo de los grilletes de las cadenas y la manera en la que podía liberarlos. Llevaban poco tiempo en la Tierra, y el poco tiempo que habían vivido en este planeta no había sido suficiente para aprender sobre los humanos y sus culturas. Así que no entendía qué era lo que cerraba aquellos grilletes.

De repente se oyó un sonido en la puerta más cercana, y Tao desapareció entre las sombras. En la sala había entrado un hombre rechoncho, al que le costaba moverse con fluidez, y que iba girando sobre su dedo un trozo de metal pequeño.

Las Leyendas de EXODonde viven las historias. Descúbrelo ahora