[Jimin]
La madre de Jungkook era la mujer más trabajadora que había visto en mi vida. Siempre que la veía, estaba ocupándose de arreglar algún desperfecto de la casa, limpiando o realizando alguna tarea productiva. Siempre que no la veía, estaba trabajando en la editorial que dirigía.
Su padre no es que fuera todo lo contrario, pero quedaba completamente opacado bajo la figura femenina, y no parecía importarle. Miraba a su mujer de una forma envidiable, de una forma que yo jamás había visto en mis padres. Ni siquiera podía plantearme cualquier escena de ese tipo con mis progenitores, era tan raro que resultaría hasta desagradable, pero con los de Jungkook parecía igual de normal que respirar.
- Dice que ha engordado y lleva casi una hora escogiendo que pantalón ponerse -me murmuró su madre al oído tras dejar un plato con uvas en la mesa. Siempre que pasaba a recoger a Jungkook, aparecía su madre invitándome a entrar con algún aperitivo en sus manos. - ¡Jungkook, Jimin ha llegado!
No obtuvimos respuesta. Tan solo se escucharon unos golpes, rebotes contra la cama y sonidos cosas cayendo al suelo. Al minuto apareció su padre bajando por las escaleras, se acercó a nosotros, besó a su mujer en la mejilla y agarró varias uvas con total confianza.
- Creo que está llorando. Deberíais hacer algo. -informó el señor antes de coger otro puñado y marcharse, casi metiéndose toda la fruta a la vez en la boca. Su madre, tras rodar los ojos, hizo el amago de dirigirse al cuarto. Me metí una uva en la boca, puse en pie y la detuve antes de que diera un paso.
- Yo me encargo -declaré con una amable sonrisa. Ella ni se molestó en refutarme, pues sabía que no había nadie tan efectivo en su hijo, como lo era mi persona. Además, era yo quien había quedado con el pelinegro, era mi problema el que estuviéramos perdiendo tiempo por sus absurdas inseguridades.
Al minuto me encontraba llamando pacientemente a la puerta del menor con mis nudillos. Ni siquiera hizo falta que abriera la boca, pues al segundo toque, la puerta se abrió lentamente, y en el hueco apareció el pelinegro, cabizbajo y vestido tan solo con unos bóxers amarillos. Entré sin decir nada, y cerré la puerta a mi espalda.
- Perdona -murmuró avergonzado. Con su mano izquierda se pellizcaba el dorso de la derecha. Me acerqué para detenerle, y seguidamente pasé de largo, yendo directo a su armario. Una vez ahí, me puse a rebuscar entre el montón de ropa que había desperdigada en su interior. - Estaba a punto de term...
Su voz fue desapareciendo después de que le lanzara unos pantalones de chándal. Los agarró al vuelo y luego me miró desconcertado, preguntándome con la mirada que qué se suponía que tenía que hacer con eso.
- Póntelos -ordené cruzándome de brazos tras cerrar el armario.
- ¿Esto? -casi parecía hasta haber repulsión en sus palabras. Por un momento, pareció que iba a quejarse, pero terminó resoplando y metiendo una de sus piernas en la prenda. - He engordado -me informó apenado, casi en un hilo de voz que ignoré mientras se ponía una camiseta básica blanca y encima una sudadera tan grande que podía llegarle casi hasta las rodillas.
- Vámonos -declaré ignorando el tema del peso, esperando a que terminara de atarse la última zapatilla y saliendo tras él del cuarto.
Una vez abajo, nos despedimos de sus padres. Su madre salió a despedirnos a la puerta y me pidió, como era costumbre, que tuviera cuidado con él. No hacía falta, pero me alegraba que demostrara preocupación por Jungkook. Le aseguré que lo tendría de vuelta el domingo por la tarde, sano y salvo. Ella sonrió complacida, porque ambos sabíamos que mis palabras no podían ser más sinceras.
Seguidamente me dirigí al coche, donde el pelinegro me estaba esperando de pie junto a la puerta, con el móvil en las manos. Al verme, lo guardó de inmediato y me sonrió con timidez. Aparté la vista y abrí el coche, entrando sin mirarle.