[Jimin]
Apagué la alarma del microondas nada más empezó a sonar ese desagradable pitido, el cual me informaba de que las dos tazas llenas de chocolate caliente estaban a la temperatura que requería el frío de la calle.
- ¿Qué hora es? –una revuelta cabellera azabache se asomó por la puerta de la cocina. Sonreí al tiempo que dejaba las tazas en la encimera y me dirigía a coger unas cucharillas. Jungkook se frotaba los ojos con una mano e iba directo a las tazas de chocolate, probablemente atraído por el olor. – ¿Puedo? –le miré y asentí.
- Pero te vas a quemar, deja que se enfr-
- ¡Auch! –inmediatamente llevó el dedo que acababa de mojar en el dulce líquido, a su boca. Sonreí de nuevo cuando me miró sorprendido, como si no le hubiera advertido hacía menos de dos segundos. – Quema.
- Ya te lo he dicho, los acabo de calentar. – me acerqué y le tendí una cucharilla mientras con la otra empecé a remover mi propia bebida, recostándome ligeramente en la encimera, observando cómo se dedicaba a sumergir la cuchara en el chocolate, sacarla y lamer el dulce que la cubría con cuidado de no mancharme. Yo seguía removiendo el mío. – Y son las ocho. Tú madre te ha llamado. Le he dicho que te quedabas conmigo esta noche.
- ¿Eso quiere decir que me quedo contigo esta noche? –preguntó con la cuchara a centímetros de sus labios. No fue hasta que asentí, que la metió de lleno en su boca, disfrutando del duce sabor que contenía. – ¿Podemos cenar spaguettis? –asentí de nuevo, dándole el primer trago a mi bebida, después de incontables soplidos. – ¿Y podemos ver otro capítulo del anime que te puse la semana pasada?
- ¿Ah?
- Los dibujos de la chica con vestido rosa y moños.
- Ah, los dibujos para niños. Claro.
Jungkook rodó los ojos pero omitió cualquier comentario. Ambos sabíamos que jamás comprendería su gusto por los dibujos animados, y él no comprendería como no podía tenerlo. Era una batalla perdida para ambos. De cualquier manera, tenía que reconocer que como mínimo eran entretenidos, y eso sin tener en cuenta lo adorable que se veía Jungkook emocionándose con unas niñas mágicas que vencen a los malos.
Me bebí la mitad de mi taza y me incorporé para poner a calentar el agua en una olla. El pelinegro siguió sentado sobre la encimera, balanceando los las piernas y bebiendo ahora directamente de su taza, la cual agarraba con ambas manos, probablemente para calentárselas de esa forma.
- ¿Sabe tu madre lo del examen? –pregunté mientras configuraba la temperatura de los fogones. No respondió, por lo que supuse que no había dicho palabra a su familia y evitaba darme una respuesta. Cuando me giré, lo hallé concentrado, sumergiendo la cuchara de metal una y otra vez en su taza. – Jungkook –alzó inmediatamente la vista, mirándome sorprendido. – ¿Qué haces?
- ¿Ah? –miró la cuchara y seguidamente a mí de nuevo. – Se me ha caído uno de tus anillos dentro. –puso una mueca y me tendió la taza. Rodé los ojos, pero terminé tomándola entre mis dedos y bebiendo con cuidado de ella. No fue hasta que apenas quedaban un par de tragos, que el pequeño objeto chocó contra mis labios. Tragué, lo saqué y limpié, y luego le devolví todo a Jungkook, quien no había tardado en agarrar la taza que yo había dejado antes por la mitad, y seguir bebiendo de ella. – Gracias –dijo tras relamerse, agarrando el anillo y poniéndoselo de nuevo. – Mi padre me preguntó el otro día si me habías pedido matrimonio.
- ¿Por el anillo? –asintió, bebiendo de nuevo. – ¿Y qué les dijiste?
- Que no, pero que me iba a casar contigo igualmente.
- ¿Qué dijeron? –eché los spaguettis en la olla, observando cómo se hundían en el burbujeante agua mientras escuchaba a Jungkook de fondo.
- Nada, como siempre. Seguramente no se lo tomaran en serio.
Tras echar un último vistazo a lo que sería nuestra cena en unos veinte minutos, me limpié las manos y dirigí hacia el pelinegro, quitándole la taza ya vacía de las manos y agarrándoselas sin fuerza al tiempo que me inclinaba a besarle. Lo único dulce del beso, fue el sabor del chocolate.
- Tienes dieciséis años y tu novio tan solo dos más que tú. Claro que no se lo tomaron en serio. –hizo un puchero, el cual no tardé en besar brevemente. – No debería sorprenderte, y menos decepcionarte.
- Pero me voy a casar contigo.
- ¿Eso quieres? –asintió emocionado y yo reí en voz baja. Era demasiado tierno como para no resultar irresistible a cualquier ser humano. – Entonces casémonos.
- ¿Ahora?
- Algún día –me incliné a besarle de nuevo, estrechando sus manos entre las mías y acariciando su dorso con mis pulgares. – Cuando dejes de suspender Historia.
- ¿Si apruebo el examen de la semana que viene, nos casamos? –lo pensé un par de segundos y terminé por asentir. – No hablas en serio.
- Siempre hablo en serio.
- Ni siquiera es posible.
- Ya lo sé, estamos hablando de Historia. Es tu peor asignatura.
- ¡Me refería a casarnos! –abultó los mofletes y reí, aplastándoselos entre una de mis manos. – Somos dos chicos. Y menores. Si no es ilegal por una cosa, lo sería por la otr-
- ¿No me crees?
- A-ah, no es eso... tan solo..
- Apruébalo y nos casamos. Te lo prometo.
- No puedes prometer lo imposible.
- ¿En qué momento he prometido que vayas a aprobar Historia?
- ¡Jimin! –frunció el ceño y golpeó suavemente mi pecho con indignación. – Pues ve comprándome un anillo, porque pienso sacar un diez y casarme contigo. Acepto el trato. – me incliné a besarle por tercera vez, mostrando una boba sonrisa en cada segundo. – ¿Y qué pasará si no lo consigo? ¿Habrá castigo?
- ¿No te parece suficiente castigo el no poder casarte conmigo la semana que viene?
- No sé si te lo parecerá a ti.
Suspiré al tiempo que apartaba un par de mechones de su frente. Él cerró los ojos.
- Nada de castigos esta vez.
- Eso es raro en ti.
- Será raro en ti que saques un ocho. Un milagro si llegas a diez.
No hubo ningún milagro. A penas llegó al cuatro.