6. Recuerdos III

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Noraya soltó un grito desgarrador, mientras que los ojos de Joel no podían creer lo que veían. ¿Cómo...? No, no era posible. Esa mierda era una alucinación. Algo tenía que ser, pero no podía ser posible que sus cuatro mejores amigos de toda la vida sean esos pedazos que quedaban en el suelo.

Pero no. Los gritos de las demás personas lo sacaron de su trance. De alguna manera, sus ojos se posaron en el conductor del camión blanco, que había parado unos cuantos metros más adelante. Salió del mismo, para observar la escena que él había provocado. Gorra roja, mirada perdida, trigueño y robusto. Esa imagen no saldría de su mente nunca más.

El conductor sólo vio aquella escena por una fracción de segundo, pues inmediatamente volvió a subir y arrancó el camión, con las llantas dejando un rastro de sangre por donde pasaban. Alguien trató de tomarle una fotografía a la placa, pero la velocidad del arranque fue tal, que la foto probablemente salió borrosa.

Entonces, un grito de dolor en su estado puro se dejó escuchar de los pedazos de cuerpo humano que estaban en el suelo. Joel se forzó a sí mismo a mirar, y vio que el cuerpo más grande restante, Erika, estaba sufriendo en su agonía. Joel corrió, con Noraya siguiéndolo por detrás.

Al llegar al lado de Erika, la desesperación inundó su cuerpo. Su pierna derecha estaba doblada en un ángulo raro, con los huesos probablemente rotos. La pierna izquierda había sido triturada completamente y no había rastro del brazo izquierdo, que había sido arrancado desde el hombro. Tal vez era aquella cosa larga y estirada que se encontraba a metro y medio de distancia, pero Joel no pudo mirar a comprobarlo. No tenía el valor suficiente. Y menos, mirar con esperanza alguna al resto de sus amigos, pues el cuerpo restante de Erika era lo más grande allí.

Erika calló, entonces, cerrando la boca lentamente. Se había desmayado por el dolor. Y estaba perdiendo una gran cantidad de sangre, volviéndose cada vez más pálida. Noraya estaba arrodillada a un costado, llorando, diciendo el nombre inútilmente de su amiga sin saber qué hacer. Y Joel actuó por instinto, quitándose la chaqueta y cubriendo el hombro izquierdo de Erika como pudo, para evitar más pérdida de sangre.

Una madre cerca cubría los ojos de sus niñas pequeñas, ambas llorando. Una pareja de adolescentes a media cuadra de distancia se tapaba la boca con sorpresa, con los ojos lagrimeando. Un anciano se quedó ahí mirando como estático y dos hombres adultos no dejaban de vociferar insultos y palabrerío y medio, también por la sorpresa. Un policía trataba de parar el tránsito como podía, mientras que los carros del sentido contrario de la pista desaceleraban para mirar, acelerando inmediatamente otra vez después de haber observado la horrible escena por un momento. Los curiosos se acercaban corriendo, muchos de ellos saliendo del círculo formado a vomitar.

No supo cuánto tiempo pasó. La noción del tiempo había escapado de la cabeza del muchacho. Sólo tenía ojos para el cuerpo malherido de su amiga, no podía despegar su mirada de ahí.

La cabeza de Joel daba vueltas, mientras escuchaba los gritos de las personas y los llantos de bebé de Noraya, aun repitiendo el nombre Erika. Él no se atrevía a ver a los otros (o lo que quedaba de ellos) pues en su interior sabía que no había esperanza. Pero el hecho de no querer mirar le hacía pensar que era un cobarde de mierda, sin disposición a enfrentar la realidad, también de mierda.

Sin embargo, al momento siguiente esos pensamientos se le fueron de la cabeza. No podía permitirse seguir pensando en estupideces, frente a él la vida de su amiga pendía de un delgado hilo.

Buscó en su pantalón su celular, dispuesto a llamar a la ambulancia. Pero no fue necesario. El ruido de las sirenas de la misma se escuchaba desde lejos, cada vez más cerca. Ya alguien la había llamado. Llegó a toda velocidad, la gente apartándose de su camino. Los médicos salieron corriendo con camilla, ignorando los demás cuerpos, centrándose en Erika. La subieron con mucho cuidado, después de que Joel aparte a la inconsolable Noraya de ahí.

Como era natural, los médicos no los dejaron subir a la ambulancia con ellos. Joel llevó casi arrastrando a Noraya, que parecía haber perdido fuerzas en los músculos de las piernas. Se dirigieron al otro sentido de la pista, la gente también apartándose de su camino cuando pasaron. Algunos tomándoles fotos a ellos y a la escena.

Joel paró un taxi cualquiera, ordenándole al chofer que siga a la ambulancia. Éste se mostró confundido, pero al ver la escena a través del espacio que había dejado la gente, entendió. Ayudó a una temblorosa Noraya a subir al taxi. Y antes de entrar también, reunió por fin el valor suficiente para voltear a ver al resto de sus amigos.

Las lágrimas se hicieron notar por fin. El dolor, la rabia, la impotencia y la tristeza lucharon para ver cuál predominaba en los sentimientos del joven, pero todos tuvieron que esperar, pues el vómito reclamaba paso por su garganta, saliendo por la boca y terminando en el asfalto.


°°°°°


Ya dentro del hospital, los dos amigos se encontraban en la sala de espera, en el ala de cuidados intensivos. Joel ya le había mandado un mensaje a Raúl, sin contarle nada, sólo diciéndole que venga inmediatamente, esté haciendo lo que esté haciendo.

Habían llevado a Erika dentro de una sala de emergencias, con muchos doctores tras ella. Era un caso extremadamente grave. Y lo que estén haciendo allí dentro, les llevaría horas seguramente.

Joel no podía controlar las lágrimas, pero no estaba tan grave como Noraya. Ella estaba hipando, con el cabello hecho una maraña, el poco maquillaje que tenía estaba corrido, parecía bruja.

Ya no había espacio para nada más. Joel se acercó a ella, pasándole un brazo por los hombros fuertemente. Él estaba temblando, con muchos escalofríos recorriendo por su cuerpo, pero eso no pareció importarle a la muchacha, que aceptó el contacto y dispuso a soltar sus lágrimas en el pecho del joven.

Ninguno hablaba, ambos con los ojos cerrados, como si el abrirlos les provocara un dolor incomparable. Las respiraciones se sincronizaron, como un gas contagioso, que fue trasmitido del uno al otro. Gas contagioso que poco a poco se convirtió en sueño, lo que provocó que ambos, después de horas de permanecer en la misma posición con sus lágrimas y sin decir nada, se duerman sin querer.

Noraya & JoelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora